CUBANET .INDEPENDIENTE

31 de octubre, 2002


Reunión de Camajanes

Ramón Díaz-Marzo

HABANA VIEJA, octubre - La Habana Vieja es un mundo dentro de otro mundo. Hay que haber vivido muchos años aquí para conocer a sus habitantes. Mis mejores crónicas las he conseguido caminando por las calles sin un propósito fijo. Así, sin teléfono en mi casa, completamente incomunicado con el mundo exterior, sólo tengo el teléfono de la intuición. Es un timbrazo que llega con la certeza de que algo ocurrira. ¿Cuándo y en qué lugar? Nunca lo sé. Es una fuerza que me saca de la madriguera y en andas me lleva hasta el lugar de los hechos.

Ayer salí de mi casa sin rumbo preciso. Me dejé llevar por aquellas calles que esta vez me apartaran de la arteria principal, Obispo. Mis pasos me encaminaron por otras calles menos afortunadas. Se podría decir que cualquier tramo urbano de la Habana Vieja es un emporio de hechos increíbles y para reportarlos se necesitaría un ejecito de periodistas.

Esta vez no podré revelar el nombre de la calle donde ocurrieron los hechos, ni tampoco explicar por que no puedo decirlo. Recuerden que el silencio a veces es un instrumento inapreciable para morir de viejo.

El hecho ocurrió de la siguiente manera. Al doblar por la calle X, entre XL y LX, observé un discreto cartel que decía: "ASILO DE ANCIANOS". Antes de proseguir quiero reiterar, como he escrito en otras ocasiones, que no albergo en mis pensamientos nada negativo contra las personas de la tercera edad. Antes al contrario, amo a las personas viejas por lo juiciosas que siempre son mientras el "disco duro" no es infectado por el virus del olvido y la incoherencia.

En la puerta de entrada al asilo un grupo de jóvenes entrenados para la guerra impedían el paso a toda persona ajena a la reunión; creo que eran los hijos y nietos de los discutidores.

Desde la calle se escuchaban los gritos amables de la discusión. Yo atravesé el cordón de seguridad y nadie me interceptó. Parece que los periodistas, en algunas ocasiones, nos volvemos invisibles.

Ya dentro me abrí paso entre una numerosa muchedumbre de ancianos subordinados. Al llegar al centro del ruedo vi una mesa de jugar dominó rodeada de cuatro taburetes, uno de los cuales se mantenía sin ocupante en homenaje a un protagonista de aquella historia que, como supe más tarde, ya no se encontraba entre los vivos.

Confieso que al principio nada comprendía. Aquellos tres ancianos, vestidos con el pijama de la institución, irradiaban el aire poderoso de recuerdos tristes de pasadas glorias.

Sobre el tablero las fichas de dominó eran alineadas una y otra vez cuando a uno de los ancianos le tocaba el turno de reconstruir la partida. Así descubrí que no estaban jugando, sino reconstruyendo un juego que había ocurrido años atrás.

Los ancianos discutían entre sí y hacían señalamientos cada vez que reconstruían el juego. Así descubrí que se trataba de un mismo juego. Pero como las jugadas del dominó no son anotadas como ocurre con el ajedrez, ellos dependían de su memoria. Es decir, no existía un documento consensuado que garantizara el modo exacto en que fueron colocadas las fichas en su momento.

De manera que la versión que cada anciano recordaba, en algunos momentos era aprobada por los demás de modo unánime, y en otras ocasiones se iniciaban largas y entretenidas discusiones donde cada protagonista recordaba el juego según sus intereses personales.

Es cierto que había momentos de sincera coincidencia en que los ancianos admitían sus forros, sus traiciones, sus puntos de vista, sus juveniles arranques de ira. Y en la reunión se respiraba la intención de que todos querían descargar culpas y compromisos antes de marchar, por lo avanzado de sus edades, directamente al infierno.

Finalmente abandoné aquel Asilo de Ancianos con la certeza de que en nuestro mundo existen hechos misteriosos que ni siquiera sus protagonistas comprenden. Y otra vez acudió en mi auxilio la famosa pregunta de Goethe, el padre de la literatura alemana: "¿Son las circunstancias las que condicionan al hombre, o es el hombre quien condiciona sus propias circunstancias?"

Es evidente que un simple juego de dominó de barrio a veces puede convertirse en la cosa más importante del mundo.

Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a Leandro", publicada por CubaNet.

Lea fragmentos de la novela.


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