Reunión
de Camajanes
Ramón Díaz-Marzo
HABANA VIEJA, octubre - La Habana Vieja es un mundo dentro de otro mundo.
Hay que haber vivido muchos años aquí para conocer a sus
habitantes. Mis mejores crónicas las he conseguido caminando por las
calles sin un propósito fijo. Así, sin teléfono en mi casa,
completamente incomunicado con el mundo exterior, sólo tengo el teléfono
de la intuición. Es un timbrazo que llega con la certeza de que algo
ocurrira. ¿Cuándo y en qué lugar? Nunca lo sé. Es una
fuerza que me saca de la madriguera y en andas me lleva hasta el lugar de los
hechos.
Ayer salí de mi casa sin rumbo preciso. Me dejé llevar por
aquellas calles que esta vez me apartaran de la arteria principal, Obispo. Mis
pasos me encaminaron por otras calles menos afortunadas. Se podría decir
que cualquier tramo urbano de la Habana Vieja es un emporio de hechos increíbles
y para reportarlos se necesitaría un ejecito de periodistas.
Esta vez no podré revelar el nombre de la calle donde ocurrieron los
hechos, ni tampoco explicar por que no puedo decirlo. Recuerden que el silencio
a veces es un instrumento inapreciable para morir de viejo.
El hecho ocurrió de la siguiente manera. Al doblar por la calle X,
entre XL y LX, observé un discreto cartel que decía: "ASILO
DE ANCIANOS". Antes de proseguir quiero reiterar, como he escrito en otras
ocasiones, que no albergo en mis pensamientos nada negativo contra las personas
de la tercera edad. Antes al contrario, amo a las personas viejas por lo
juiciosas que siempre son mientras el "disco duro" no es infectado por
el virus del olvido y la incoherencia.
En la puerta de entrada al asilo un grupo de jóvenes entrenados para
la guerra impedían el paso a toda persona ajena a la reunión; creo
que eran los hijos y nietos de los discutidores.
Desde la calle se escuchaban los gritos amables de la discusión. Yo
atravesé el cordón de seguridad y nadie me interceptó.
Parece que los periodistas, en algunas ocasiones, nos volvemos invisibles.
Ya dentro me abrí paso entre una numerosa muchedumbre de ancianos
subordinados. Al llegar al centro del ruedo vi una mesa de jugar dominó
rodeada de cuatro taburetes, uno de los cuales se mantenía sin ocupante
en homenaje a un protagonista de aquella historia que, como supe más
tarde, ya no se encontraba entre los vivos.
Confieso que al principio nada comprendía. Aquellos tres ancianos,
vestidos con el pijama de la institución, irradiaban el aire poderoso de
recuerdos tristes de pasadas glorias.
Sobre el tablero las fichas de dominó eran alineadas una y otra vez
cuando a uno de los ancianos le tocaba el turno de reconstruir la partida. Así
descubrí que no estaban jugando, sino reconstruyendo un juego que había
ocurrido años atrás.
Los ancianos discutían entre sí y hacían señalamientos
cada vez que reconstruían el juego. Así descubrí que se
trataba de un mismo juego. Pero como las jugadas del dominó no son
anotadas como ocurre con el ajedrez, ellos dependían de su memoria. Es
decir, no existía un documento consensuado que garantizara el modo exacto
en que fueron colocadas las fichas en su momento.
De manera que la versión que cada anciano recordaba, en algunos
momentos era aprobada por los demás de modo unánime, y en otras
ocasiones se iniciaban largas y entretenidas discusiones donde cada protagonista
recordaba el juego según sus intereses personales.
Es cierto que había momentos de sincera coincidencia en que los
ancianos admitían sus forros, sus traiciones, sus puntos de vista, sus
juveniles arranques de ira. Y en la reunión se respiraba la intención
de que todos querían descargar culpas y compromisos antes de marchar, por
lo avanzado de sus edades, directamente al infierno.
Finalmente abandoné aquel Asilo de Ancianos con la certeza de que en
nuestro mundo existen hechos misteriosos que ni siquiera sus protagonistas
comprenden. Y otra vez acudió en mi auxilio la famosa pregunta de Goethe,
el padre de la literatura alemana: "¿Son las circunstancias las que
condicionan al hombre, o es el hombre quien condiciona sus propias
circunstancias?"
Es evidente que un simple juego de dominó de barrio a veces puede
convertirse en la cosa más importante del mundo.
Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a
Leandro", publicada por CubaNet.
|
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|