Rui Ferreira. El
Nuevo Herald, octubre 24, 2002.
La crisis de los misiles de 1962 no terminó a fines de octubre de ese año
con el acuerdo de Estados Unidos y la Unión Soviética para retirar
de Cuba los artefactos nucleares, sino un mes más tarde, después
que el gobernante cubano Fidel Castro hizo un último intento para
quedarse con algunas ojivas y los soviéticos lograron frenar sus
ambiciones.
''Fue un pequeño drama del cual el gobierno estadounidense jamás
tuvo conocimiento'', dijo el historiador Timothy Naftali, coautor del libro
One
Hell of a Gamble, sobre la única crisis de la guerra fría que
puso el mundo al borde de una hecatombe nuclear.
Pero enterrado en los impenetrables archivos del Kremlin, se encontró
un documento que detalla los esfuerzos desplegados por la diplomacia de la
difunta Unión Soviética cuando se enteró de un mensaje
secreto enviado por La Habana a su embajador en Naciones Unidas, a principios de
noviembre de ese año.
En ese mensaje, el entonces canciller Raúl Roa García instruyó
al embajador Carlos Lechuga que se preparara para anunciar al mundo que el
gobierno cubano ya podía defenderse a sí mismo porque tenía
armas nucleares tácticas.
''Los soviéticos se asustaron, porque nada mejor podía reabrir
la crisis que un anuncio de Cuba de que tenía armas nucleares tácticas'',
dijo el historiador.
No está claro si los soviéticos se enteraron del mensaje por
un agente dentro de la cancillería cubana o porque lograron interceptar
las comunicaciones con Lechuga, pero lo cierto es que los dirigentes soviéticos
fueron convocados de urgencia y el entonces secretario general del partido
comunista, Nikita Jruschov, envió un mensaje muy firme a su colega
Anastas I. Mikoyan --quien estuvo en La Habana todo el tiempo que duró la
crisis-- instándolo a ser muy duro con los dirigentes cubanos.
En el segundo párrafo del telegrama, que tiene el número de
referencia P68/U, Jruschov manifiesta: 'Estamos preocupados con la información
sobre la orden del ministerio cubano de Asuntos Exteriores a su representante en
Nueva York, Lechuga, que contiene la siguiente frase: 'Tenemos armas nucleares tácticas,
que debemos mantener' ''.
''En las conversaciones [con el gobierno cubano] comienza por decirles que
las armas nos pertenecen y que permanecerán en nuestro poder únicamente.
Jamás las transferimos a nadie y no tenemos intenciones de hacerlo. Además,
nosotros ya hemos dicho a los americanos que todas las armas nucleares han sido
sacadas de Cuba'', instruyó el líder soviético.
Y continúa: "Sería correcto que nuestros amigos cubanos
procedan a corregir las instrucciones que le han dado a Lechuga sobre ese tema,
y decirle claramente que no hay armas nucleares tácticas en manos
cubanas. Es importante enviar esas órdenes a Lechuga de inmediato, para
que él no haga ningún tipo de declaración (....) Todo esto
es muy importante, porque de lo contrario puede complicar las cosas si los
americanos obtienen información que no corresponde a la realidad como
resultado de esa orden de la cancillería cubana a Lechuga''.
Enterado de la posición soviética el 22 de noviembre, Castro aún
sugirió que las ojivas quedaran en Cuba pero en manos de la brigada de
combate soviética que estuvo allí hasta finales de la década
de 1980, pero la posición del Kremlin fue inflexible y todo el armamento
nuclear fue sacado de la isla a fines de noviembre, indicó Naftali.
Alrededor de las Navidades de ese año estaba llegando a la Unión
Soviética, añadió.
''Una vez le pregunté a Castro si era cierto que quería
quedarse con las armas nucleares, y después de una respuesta muy larga de
su parte terminé convencido de que si los soviéticos le dejaran
quedarse con ellas era algo que los alegraría mucho'', dijo el
historiador.
Pero, ¿qué sucedió para que Cuba creyera que podía
quedarse con ojivas nucleares?
En este aspecto, los historiadores no se han puesto de acuerdo, porque no
hay mucha documentación al respecto.
Lo que sí no hay, enfatizó Naftali, son fotografías de
las ojivas nucleares saliendo de la isla, porque éstas sencillamente no
fueron sacadas al mismo tiempo que los misiles, los cuáles fueron
ampliamente fotografiados en el Mar Caribe por aviones estadounidenses.
Un aspecto nunca cumplido del acuerdo de retirada de los misiles fue el de
las inspecciones. Se suponía que Estados Unidos tuviera acceso a
territorio cubano para comprobar que todo había concluido. Pero Castro se
opuso, porque lo consideró una violación de la soberanía de
su país.
Por razones aún no claras del todo, durante el proceso de desarme los
soviéticos decidieron dejar en la isla algunas de las armas tácticas,
como los misiles de corto alcance, pero sin las ojivas nucleares.
''No eran armas que podían llegar a Miami o otro país. Cuba no
iba a transformarse en una potencia nuclear'', aseguró Naftali.
Lo cierto es que a la isla llegó una orden del ejército soviético
a sus comandantes en el terreno de transferir armas tácticas a los
cubanos, pero nunca fue cumplida por dos razones.
Primero, porque los soviéticos nunca lograron que Castro aceptara el
acuerdo que ellos habían alcanzado con Estados Unidos. ''Castro decía
que no confiaba en [el presidente John F.] Kennedy y que sus compromisos de no
invadir Cuba no iban más allá del tiempo que éste estuviera
en la Casa Blanca'', dijo Naftali. Segundo, porque los soviéticos
descubrieron las verdaderas pretensiones cubanas cuando se enteraron del mensaje
de Roa a Lechuga y se asustaron.
Krushov consideraba a
Castro un ser irracional / AP |