Las
bibliotecas
Ramón Díaz-Marzo
HABANA VIEJA, octubre (www.cubanet.org) - Constantemente se habla de fuentes
de energía que desaparecerán en los próximos años, y
la necesidad de emplear otras alternativas energéticas como la luz solar
y el hidrógeno.
En Cuba, después que fuimos azotados el pasado año por el
huracán "Michelle", se determinó ahorrar tanto el
hidrocarburo que se produce en el país (que sólo sirve para la
corriente doméstica), como el importado, que es vital para el sistema
nacional de transporte.
En los actuales momentos, con la amenaza de una guerra inminente entre USA e
Iraq, ese ahorro se ha intensificado en las instancias estatales: ministerios, fábricas,
y toda dependencia controlada por el Estado; y entre estas dependencias se
encuentran las bibliotecas.
Al comenzar este artículo hablé de "fuentes de energía";
y yo pregunto si una biblioteca, en sí misma, pudiera considerarse una
fuente de energía.
El gobierno cubano constantemente declara que el país está
librando una batalla de ideas y aspira a formar en la población una "cultura
general integral" donde hasta los ancianos, con un pie en la tumba, también
tendrán derecho a cursar una carrera universitaria.
Empecemos por señalar que en nuestro mundo existen dos tipos de energía
universalmente reconocidas: la material y la espiritual. En tal caso
intentaremos demostrar que hay lugares que nunca debieran cerrar sus puertas
porque son los únicos que ayudan a que la llamada energía
espiritual se mantenga con vida. Por citar dos ejemplos menciono las iglesias y
las bibliotecas.
En este caso las bibliotecas son lugares tan sagrados como las iglesias, y
en los momentos difíciles de una nación es cuando con más
voluntad deben mantener sus puertas abiertas.
En la Habana Vieja estamos sufriendo el hecho de que nuestra querida
biblioteca provincial "Rubén Martínez Villena", situada
al final de la calle de los Obispos, está siendo cerrada a las seis de la
tarde desde hace más de un año. Y motivos para cerrar cines,
cafeterías, y lugares de solaz esparcimiento a disposición del
cubano de a pie, siempre habrán; habrán tantos motivos que un día
no podremos salir de la casa porque no habrá ningún lugar a donde
ir.
Conozco a un grupo de jóvenes universitarios que manifiestan su deseo
de que la biblioteca no sólo mantenga sus puertas abiertas hasta las doce
de la noche los días hábiles de la semana, sino que también
ofrezca sus servicios al público los sábados y domingos hasta la
medianoche. Son jóvenes que trabajan 8 horas diarias en lugares que no
guardan relación con el estudio y la meditación, y para ellos la
biblioteca es la iglesia de sus vidas. En sus casas, viviendo hacinados junto a
una numerosa familia con el ruido y las interferencias de la vida cotidiana, no
pueden estudiar.
Sacando la cuenta del gasto insignificante de energía eléctrica
de una biblioteca que no cuenta con salas de computación, ni de música,
ni de videos culturales y científicos (que fue lo acordado antes de su
reinaguración con la Oficina del Historiador que dirige el Sr. Eusebio
Leal Spengler), y sacando la cuenta del atraso que representa para un joven
estudiante no tener un lugar donde estudiar, pienso que el país pierde más
con la segunda opción.
Es cierto que La Habana no es una capital del Primer Mundo como New York o
Paris, cuyas bibliotecas públicas nacionales ofertan servicio hasta altas
horas de la noche. Pero nuestro sistema totalitario de gobierno puede emplear su
voluntad política para que nuestras bibliotecas funcionen como las del
Primer Mundo.
Una biblioteca no es un hospital donde a veces falta el medicamento. Tampoco
es una escuela con estudiantes y maestros emitiendo vibraciones negativas;
porque todos los que asisten a una biblioteca lo hacen de manera voluntaria, lo
cual es un acto de real libertad. Tampoco es una fábrica que tiene que
cerrar por falta de materias primas. Una biblioteca, sin ser hospital o fábrica,
cura heridas y reconstruye a los seres humanos con una de las fuentes de energía
más poderosas de todos los tiempos: los libros, y tres o cuatro bombillas
para no leer en la oscuridad; y por supuesto, un clima interno con
aire-acondicionado, pues no creo que en Cuba alguien logre leer la "Divina
Comedia" de Dante Alighieri sudando a mares con una temperatura de 35
grados a la sombra.
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