Emilio Ichikawa.
El Nuevo Herald,
octubre 18, 2002.
El debut del otoño en Long Island es bueno para recordar algunas
admiraciones cercanas. La de Rafael Rojas, por ejemplo, autor del ensayo más
significativo que se discutió en La Habana en los años 90,
titulado La otra moral de la teleología. Un ensayo que, junto a Ese sol
del mundo moral, de Cintio Vitier, y Calibán, de Roberto Fernández
Retamar, constituyen la tríada más polémica de la
autocomprensión cubana de las últimas décadas. La reacción
de la ideología oficial ante el ensayo de Rojas fue paradójica;
aunque reivindicaba una suerte de ''pragmatismo'' criollo en el preciso momento
en que el gobierno cubano legalizaba el dólar y se entregaba al capital
extranjero, fue atacado tras la decisión de perseverar en la prédica
sacrificial.
Iván de la Nuez es otro contemporáneo imprescindible. Autor de
una saga de libros que ya constituyen una obra, suele hacer además agudas
observaciones capaces de resolver marañas teóricas de actualidad.
En las discusiones sobre las relaciones culturales internacionales utilizamos
crecientemente la idea de lo ''exóticamente correcto'', deslizada por De
la Nuez en su libro La balsa perpetua.
Pero hay un tercer artista y escritor de mi generación del que he
hablado muy poco, aunque le he admirado mucho. Se trata de Enrique del Risco
(Enrisco), quien fue, y es, uno de los críticos más decididos del
autoritarismo castrista y de los absurdos que padece la sociedad emergida bajo
su mando. Enrisco, para que se entienda bien, es una suerte de Marcos Behmaras,
pero a la inversa. El sentido del humor de los textos de Behmaras recopilados en
The Reader Indigest aparece, rectificado en arte mejor, en Lágrimas de
cocodrilo, imprescindible libro de Enrisco.
Su simpatía intelectual cae sobre la sociedad cubana al modo en que
las comedias de Aristófanes arremetían contra los credos de
Atenas. Fue durante mucho tiempo en la Universidad de La Habana el azote de los
solemnes custodios de la ideología, graves y ''pesaos'' todos.
Un día, fingiendo estar aturdido por el cruce de la prédica
entre patriotismo y materialismo dialéctico, dijo algo que hizo reír
y enmudecer sucesivamente a media facultad. Su frase revela más de
aquellos tiempos que cualquier historia: "La materia ni se crea ni se
destruye, se conquista con el filo del machete''.
Aunque existían amigos con un sentido del humor a nivel de
genialidad, fue Enrisco quien decidió convertirlo en un ingrediente básico
en la concepción de una obra. La vida les ha puesto en diversos sitios,
algunos de mucha responsabilidad, pero es inolvidable para mí la
irreverente mentalidad de amigos como Randiní González, Manuel
Cuesta Morúa, Ricardo Quiza y Leonardo Calvo.
Pero Enrique del Risco es también alguien que tuvo el valor de
largarse sucesivamente, incluyendo un mensaje moral explícito, de
aquellos espacios de seducción que el poder académico ofrecía
en la isla de los 90.
Muchos colegas recordarán el seminario sobre ''teoría
historiográfica contemporánea'' que los profesores Oscar Zanetti,
Carmen Barcia y Eduardo Torres organizaron en la esquina de L y 27, en la que
fuera casa de Fernando Ortiz. Aquella reunión fue un fracaso por dos
causas fundamentales. En primer lugar por nosotros mismos: se vio, por la
poquedad de las intervenciones, que no éramos tan buenos como se pensaba;
en segundo, porque había llegado a la Universidad de La Habana el espíritu
del jineterismo (sin ética protestante). Los estudiantes y el propio
claustro de profesores han terminado por llamar así al intercambio académico:
turismo científico o jineterismo intelectual. Ascender, conseguir becas,
sumarse al sistema general de adulación, se convirtió en el
objetivo central de una generación alguna vez cuestionadora.
No obstante, ya sabemos que el castrismo es irreformable; así que, viéndolo
desde hoy, me place decir: bien por todos. Pero igual debo destacar que la sólida
mediocridad de aquel seminario fue hendida por un reclamo inolvidable de Enrique
de Risco. Solo dijo: ''Aquí hace falta honestidad''. Todavía hoy,
cuando caminamos por Bulevard East o corremos tras Erick, su hijo precioso, me
vienen estas cosas a la mente y me entran ganas de darle un abrazo.
|