CUBANET .INDEPENDIENTE

16 de octubre, 2002


Crónica después de la tormenta (II)

Rafael Ferro Salas, Grupo Decoro

PINAR DEL RIO, octubre (www.cubaneta.org) - El colega que estuvo conmigo en el lugar del desastre me dijo, impresionado:

- Esto parece la guerra.

Le rectifiqué:

- Parece la guerra, no. Es la guerra. Sólo parece la guerra cuando se le ve por televisión en los noticieros.

Y era cierto. Estábamos allí en medio de la guerra, después del paso del huracán Lili. Las poblaciones afectadas han quedado como viviendo en medio de la guerra. Cada cual lucha por sobrevivir a cualquier precio.

Visitamos un sitio llamado Boqueronas. Allí las personas deambulan entre los restos de lo que fueron sus viviendas día y noche, buscando como fantasmas desorientados sus pertenencias. Toda búsqueda es en vano. Las aguas se lo han llevado todo en un viaje sin regreso.

Un niño, de unos diez años, llegó al lugar donde estábamos y nos dijo:

- Allí estaba mi casa -señaló con su mano un sitio vacío. Mi mamá llora mucho porque no tenemos casa ya. Se la llevaron el viento y las aguas.

Intentamos darle ánimo al pequeño. Se acerca una mujer. Aún bajo los embates de su tragedia luce hermosa. Está descalza y viste unas viejas bermudas manchadas de lodo y todavía húmedas.

- ¿Es su hijo? -le preguntamos.

Ella acaricia la cabeza del muchachito con ternura.

- Sí, es mi hijo y no merece pasar por esto. El padre recién había terminado de levantar nuestra casa. Estuvo casi diez años luchando para construirla. En un abrir y cerrar de ojos el viento nos ha quitado todo lo que mi esposo hizo en diez largos años. Ahora es un hombre enfermo. No tendrá fuerzas ni salud para estar diez años más levantando otra vez nuestra casa. Estamos en la calle ahora.

Le repito lo que le dije a aquel señor:

- Dicen que el estado se hará cargo de todo. Ningún damnificado quedará desamparado.

Me mira, como aquel hombre, con tristeza.

- Para nosotros no hay esperanza. Mi esposo fue preso político. Estamos convencidos de que no contamos entre los damnificados que recibirán la ayuda prometida. Le soy sincera, ni mi esposo ni yo creemos en esa ayuda que el estado ha prometido. Son más de cuarenta y tres años de mentiras en Cuba. La mayoría de la gente no creen ya lo que dicen los que gobiernan aquí. Sabemos que no existen los recursos para ayudar a todos los que hemos quedado sin nada. Promesas son promesas.

Con un gesto le di la razón. Nos despedimos de la mujer y del niño. Mi colega y yo seguimos nuestro recorrido. Dejamos allí un sinnúmero de infelices disputándose restos de madera y desesperanzas.


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