A paso de
bastón: ansiedad de Adriana
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Adriana es una hermosa mulata cubana
de unos 30 años, poseedora, entre numerosos encantos, de una bella
dentadura. Cuando ella sonríe la oscuridad más profunda de un apagón
habanero corre el riesgo de desaparecer. Por estos días sus vecinos le
han pedido muchas sonrisas, porque en La Habana las interrupciones del servicio
eléctrico se están produciendo casi a diario.
Adriana, quizás un poco regordeta para el gusto anglosajón o
europeo, no parece muy dada a vigilar su dieta. Pero su hermosa dentadura sí.
En su bolso de mano siempre viajan el cepillo de dientes y la pasta dentífrica,
empleados por lo general cada vez que ingiere alimentos. O sea, que Adriana
cepilla sus dientes en más de cuatro oportunidades al día.
Por supuesto, persona así no deja de visitar al dentista por lo menos
en dos ocasiones anuales. Adriana no fuma, no bebe, apenas ingiere café
y, por lo tanto, califica para los estomatólogos como una paciente casi
perfecta. Sus demandas se reducen a lo que en Cuba se llama "mantenimiento
y reparación". Nada de complejas endodoncias u obturaciones
complicadas. Si acaso, y como es tradición en la estomatología
cubana, extraer los cordales, considerados en la isla como atavismo que a la
postre sólo provoca molestias.
Sin embargo, el sencillo acto de extraer los cordales y dar ese "mantenimiento
y reparación" a la bella dentadura de Adriana ha devenido para ella
causa de ansiedad. No es para menos. En apenas un mes Adriana ha acudido seis
veces a la policlínica estatal que le corresponde, de acuerdo a lo
establecido por el sistema de atención primaria de salud monopolizado por
el gobierno, y aún no ha logrado que un dentista ejerza sobre ella la más
mínima acción de salubridad dental. Cuando no hay electricidad, no
hay agua; cuando se cuenta con ambas, la estomatóloga que "le toca"
no se presentó al trabajo. Y cuando todas estas condiciones se dieron, el
aparato de esterilización se rompió. Adriana ha perdido tiempo y
dinero a lo largo de un mes y todavía no ha conseguido abrir la boca
frente a un dentista que labore en entidad de ese género.
Si bien las estadísticas oficiales reportan que el cubano promedio
asiste al estomatólogo 2.4 veces al año, lo que le está
pasando a Adriana parece un indicio de en cuál verdadero estado se
encuentra la atención estomatológica en la isla.
Un decir criollo afirma que "Cuba es La Habana y lo demás es
paisaje". Hasta donde llegan mis conocimientos, una encuesta cuyos
resultados fueron difundidos por la prensa oficiosa admitió que el 40 por
ciento de la población capitalina puede considerarse insatisfecha con la
calidad de la atención que recibe su salud dental. Por mi parte, una
encuesta informal realizada por mí entre 50 hombres que asisten a logias
fraternales me dio este resultado: en el transcurso de un año sólo
dos visitaron al dentista.
Adriana se presenta como caso ilustrador porque la cultura de salud,
esencialmente preventiva, la hace una paciente que en términos concretos
no requiere de atenciones complejas, las cuales pudieran ser influidas por
carencias de materiales de salud provocadas por el embargo estadounidense o
cualquier otro motivo. Como ella, en Cuba, existen millones de jóvenes
que pudieran estar en idéntica situación. Ni siquiera se
profundice en las necesidades de aquellas personas urgidas de una atención
dental más compleja. Véase a Adriana, solamente, como la cima de
un iceberg.
No obstante, la ansiedad de Adriana pronto desaparecerá. Vendió
un vestido en diez dólares y tomó el dinero para atenderse con un
raro animal en extinción en esta Cuba, cuyo nombre es dentista privado.
En la primera visita, Adriana ya salió del primer cordal.
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