La violencia
doméstica está siendo ignorada
Ana Leonor Díaz, Grupo Decoro
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Carmen es una mujer bajita, negra,
fuerte a sus 62 años, pero ciega de un ojo. Toda su vida ha trabajado
limpiando pisos para mantener a su familia sin un esposo.
Recientemente Carmen desapareció de su barrio en Zapata y 14, Vedado,
municipio capitalino Plaza de la Revolución, porque estuvo ingresada en
un hospital. Ella fue golpeada por su único hijo varón, Alexis, un
fornido mulato de seis pies, pendenciero y sin empleo.
La golpiza fue de tal magnitud que a Carmen le dio un preinfarto. Pero a
Alexis no le ocurrió nada. La policía no lo molestó, pues
consideró que se trata de "una bronca familiar".
Casos como el de Carmen se cuentan por miles en Cuba: mujeres víctima
de su pareja o de sus hijos, niños golpeados por sus padres... De la
violencia doméstica, de obra y de palabra, no se habla públicamente.
La prensa oficiosa no publica nada sobre ella. Sólo se persigue como
delito cuando ocurre en público o tiene un desenlace fatal, pero si
sucede dentro de la casa se considera "asunto personal", dijo una
fuente de la Comisión Mujer y Familia en el municipio Habana Vieja.
En una indagación realizada entre 200 mujeres de alrededor de 25 años
en el barrio San Isidro, 69 de ellas admitieron ser víctimas de maltratos
por parte de su pareja, pero se mantienen renuentes a denunciarlos por temor a
consecuencias peores como venganza.
Semejante actitud se explica porque en este país, de régimen
socialista, las tragedias familiares van a parar al saco roto de lo "personal",
una variante cubana de El Corán que consagra al hombre como dueño
de la vida puertas adentro.
Ningún vecino puede llamar a la policía y ésta tampoco
acude cuando sabe que hay "una bronca familiar".
Más de la mitad de los conflictos y situaciones violentas reportados
por estas 69 mujeres ocurrieron en presencia de los hijos, lo que provee un patrón
de conducta infinito porque las costumbres se imitan.
De las mujeres encuestadas en Habana Vieja muchas de ellas esperan que el
hombre cambie de conducta, mientras otras culpan al consumo de alcohol, aunque más
del 50 por ciento de los agresores estaban totalmente sobrios cuando las
golpearon.
Por eso Carmen, una devota de la Iglesia Evangelista, debe arrastrar su vergüenza
y también mudarse de su casita, irse a vivir agregada con una hija, por
miedo a que su hijo repita la agresión.
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