Otra vez
Pancho
Ramón Díaz-Marzo
HABANA VIEJA, octubre (www.cubanet.org) - Ayer anduve caminando otra vez por
la Fuente de los Leones, que es la Plaza colindante con la Basílica Menor
de San Francisco de Asís y donde se encuentra el viejo edificio de la
Lonja del Comercio, que ahora dispone de elevadores tubulares con paredes
transparentes como los del Primer Mundo. Allí conocí a Pancho, el
caballo que presenté a los lectores de CubaNet.
Después de aquella
crónica
escrita el pasado 1 de mayo, Pancho desapareció. En aquella crónica
yo hablaba de otros asuntos, y Pancho no ocupaba un lugar definitivamente protagónico.
Pero cuando escuché por Radio Martí la lectura del texto comprendí
lo importante que es Pancho. Por eso en los últimos meses, cuando he
desembocado en la Plaza de lo Leones buscando a Pancho, y los cocheros del lugar
me decían que hacía tiempo no lo veían, había
pensado lo peor.
Pero no, ayer en la mañana logré distinguir, entre otros
caballos, a Pancho, enganchado con su arreo a la calesa de pasear a los turistas
por las callejuelas de la Habana Vieja.
El dueño de Pancho se encontraba reunido con el resto de los
guajiros-vaqueros bajo el inmenso portal de la Lonja discutiendo de béisbol,
y no me reconoció en aquella mañana de llovizna a intervalos
irregulares a causa del paso del huracán Lili por la zona más
occidental de Cuba.
Les parecerá imposible, pero por estos predios todo cuanto tenga que
ver con dólares funciona, con huracán o sin él. Y los
cocheros tenían la esperanza de que pronto la lluvia se iría. Además,
podrían presentarse turistas cuyo placer consistiera en pasear bajo la
lluvia.
Yo andaba por la zona con un paraguas, haciéndome el señor.
Quería disfrutar de una Habana Vieja lluviosa y con clima igual al que
algunos ingleses rechazan en Londres; ingleses que darían cualquier cosa
por permutar de país. Así anda el mundo. Nadie se siente bien en
ninguna parte y la mayoría de las personas desean cambiar de sitio.
La lluvia era tan fina que apenas se sentía, y como últimamente
uso sombrero me acerqué a Pancho sin necesidad de abrir el paraguas. No
puedo afirmar que Pancho me reconociera. Quizás él tenga algún
mecanismo de defensa interior que le permite olvidar a las personas que su
trabajo le obliga enfrentar diariamente. Pero noté en sus ojos un
cansancio infinito. Es verdad que los caballos no hablan, pero si hablaran,
juraría que esa mañana Pancho habría tenido que hacer
ingentes esfuerzos para hablar. No conozco mucho de caballos, pero tengo la
impresión de que Pancho es un caballo muy viejo, y ya la calesa debe
pesarle como si estuviera sosteniendo al mundo sobre sus espaldas.
Enfrentarme al dueño y discutir si Pancho se encuentra en condiciones
físicas de seguir arrastrando la calesa en aras del billete verde me
pareció una idea peligrosa. A fin de cuentas, hombres y bestias somos
hijos del Señor, que es el único que conoce el destino final de
todas las cosas. Pero si yo fuera el dueño de Pancho lo pondría en
una finca a descansar. Porque eso fue lo que percibí en los ojos de
Pancho: unos inmensos deseos de apartarse de este mundo agotador e
incomprensible.
Ramón Díaz-Marzo es el autor de la novela "Cartas a
Leandro", publicada por CubaNet.
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