Viaje a la
ciudad de los tinajones
José Manuel Caraballo Bravo, APLA
CIEGO DE AVILA, octubre (www.cubanet.org).- Ricardo, anciano diabético
y oriundo de Songo-La Maya, se dispuso un martes 13 (sin tener en cuenta lo de
la mala suerte) a viajar a lo que siempre conoció como la Ciudad de los
Tinajones, en la provincia de Camagüey.
Llevaba mucho tiempo ahorrando. En casi 20 años llegó a
reunir, peso a peso, la cifra de 7,300. Aproximadamente 270 dólares.
Muchas veces dejó de tomarse su cafecito ligado con chícharos y
echó a un lado algunos sencillos placeres de la vida cotidiana.
No imaginaba Ricardo que el estribillo de aquella canción: "Conozca
a Cuba primero y al extranjero después" se convertiría en
otra odisea.
Ricardo, con sus 76 años de edad y dinero suficiente en sus
bolsillos, emprendió, no el camino de Santiago, sino el de la famosa "Ciudad
de los Tinajones". Alquiló un Cuba-taxi, por el que tuvo que pagar
60 dólares, además de la acostumbrada propina por el buen servicio
que prestan los choferes del área dólar.
Por fin Ricardo llegó a su anhelado Camagüey: "Tanto tiempo
sin verte, caray" -exclamó alegre. La entrada a la ciudad había
cambiado con el paso de los años. Y los tinajones, ¡aquellos
tinajones! "¿Por qué tan pocos?" -murmuró el
anciano con tristeza, mientras buscaba, optimista, un lugar donde pasar los días
de su paseo camagüeyano. Por cinco días, a un precio de 75 dólares
le fue alquilado un espacio en una casa, por lo que los ahorros se le quedaron
en 130 dólares. Pero se sentía como un verdadero arqueólogo,
descifrando la ciudad.
Pero al cuarto día Ricardo decidió concluir su gira. Ya no le
interesaban ni los tinajones ni la cuna de Agramonte. Por donde quiera que se
movía le salían al paso cientos de vendedores pertenecientes al ejército
del mercado negro. La mayoría provenientes de las provincias orientales.
Todos pregonaban: ¡Caramelo, caramelo, caramelo! El dulce ofertado en sus más
diversas modalidades.
Ricardo no descifraba cómo obtenían el azúcar los
vendedores para elaborar la mercancía con tantos centrales cerrados y el
producto racionado desde hace años. Pero sí supo que no se había
reencontrado con la Ciudad de los Tinajones, la cual añoraba, sino que
había descubierto la Ciudad de los Caramelos. Si se queda otro día,
Ricardo hubiera salido amelcochado de allí.
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