El tiempo, la
distancia
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Waldo Leyva fue mi amigo. Ya no nos
vemos nunca. Siquiera sé si alguna tarde nos recordamos, si hablamos uno
del otro con amor o rencores. Dos hombres que se encuentran son un universo
convulso con rincones gemelos, con huracos dispares; y son también la
misma nimiedad que espera perpetuarse. El tiempo, la distancia, los perfila y
compone, los ubica y desecha, los encumbra o sepulta, pero el punto donde una
vez concurrieron, donde se cruzaron sus azares se torna cipo caminante que
confunde la memoria, ya para ennoblecerla o prostituirla, porque, al fin, se
conoce -se aprende- que no hay más perpetuidad que la nobleza del
instante en que dimos el abrazo o la bofetada. Los odiadores, los resentidos
vituperan la memoria, los que disfrutan su verdadero, exacto sitio, la
engalanan. Yo voy a hablar del amigo que fuimos.
Conocí a Waldo Leyva hace más de treinta años. Estábamos
hechizados entonces. La vara del prestidigitador nos había,
supuestamente, fabricado un destino. No sospechábamos entonces que el
despertar sería tan patético. Los estoicos se aferraron a seguir
creyendo en el hechizo, aún después de descubierto el truco; los
ingenuos sufrimos una conmoción que nos separó del prodigio, ya
sabíamos que sólo se trataba de un juego de manos, y a los
ingenuos les cuesta mucho dolor saber que se les ha hecho trampas. Quizás,
ahí, divergimos.
Cuando nos conocimos era "una raya articulada / que respira / que enseña
los dientes / que bosteza". Enteco, alegre, bondadoso, se ganaba las
muchachas y los amigos. Quizás jugábamos a la felicidad, a que
todo marchaba muy bien, a que teníamos un sitio asegurado en el friso que
mandarían a construir a nuestras memorias. Hoy sabemos, él lo dice
desembozadamente, que "Yo nunca fui feliz. He buscado desesperadamente la
felicidad. (...) Ha sido inútil. No soy feliz y aquellos que me tocan
tampoco pueden serlo". Porque, al fin comprendió que "Una fría
oscuridad ni siquiera soñada / convertirá en un ojo negro / al
universo más hermoso del espacio sin fondo" y "Nada, ni lo que
escribo ahora, me salvará".
Ya no es aquel muchacho desenfadado que creía en el futuro. Hoy es un
señor con muchas canas y cierto atildamiento que dice sus poemas por la
televisión aún cuando, ayudado por Lezama, descubrió que "lo
acecha esa mueca de olvido programado, / la astuta indiferencia, el gesto
calculado, / ese silencio nuestro tan pérfido y rocoso". Y es que
Waldo Leyva no cesa. De alguna manera se convenció, como Hemingway, que "Un
hombre puede ganar o perder muchas batallas / pero sólo será
realmente derrotado / cuando no sea un sueño quien levante la espada".
Y en eso seguimos coincidiendo, seguimos soñando, seguimos levantando la
espada, aunque nuestras visiones sean diferentes.
Pero más que nuestras coincidencias o divergencias me une a este
poeta la belleza de los recuerdos. Lo vi durante muchos años dedicarle más
tiempo a sus quimeras de promotor cultural que a la poesía -escrita, que
de la vivida hizo mucha. En cada acto de su vida, ya como profesor en la
Universidad de Oriente, ya como organizador de centros de estudios, ya como
editor de revistas y libros, puso siempre la poesía sencilla que lo
puebla. Waldo Leyva no es un poeta de mucha cetrería metafórica ni
espectacularidades del lenguaje, no gusta de los juegos de palabras ni las
ingeniosidades vacías. Va al concepto, a la esencia depurada, al verso
limpio y decidor. Aunque fabricante de exigentes estructuras, como el soneto o
la décima, en las cuales se desenvuelve con la gracia de la mejor tradición
hispana, no es el continente lo que desvela al poeta, va más al
contenido, sin descuidar, ni por asomo, la forma perfilada expresiva en sí
misma.
Mas, ¿por qué digo a estas alturas de la poesía de Waldo
Leyva las cosas que, seguramente en corrillo más íntimo, ya dije
alguna vez? Pues el motivo es simple: acaba de aparecer por la colección
Contemporáneos de Ediciones Unión el libro La Distancia y El
Tiempo, una especie de antología personal que agrupa la mayor parte de la
obra poética de Waldo Leyva, y quise hacerle saber a este amigo distante
que ni la distancia ni el tiempo ni las divergencias políticas me privarán
nunca de degustar la poesía cuando es auténtica, y compartir con
los demás ese regusto sustancioso y agradable que deja la lectura de un
buen libro.
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