CUBANET .INDEPENDIENTE

29 de noviembre, 2002

La pavada es real

Ramón Díaz-Marzo

HABANA VIEJA, noviembre (www.cubanet.org) - Cuando en el siglo pasado tuve el placer de leer la entrevista que Plinio Apuleyo Mendoza le hiciera al escritor colombiano Gabriel García Márquez, publicada por la editorial Oveja Negra, Bogotá, 1982, con el título "El olor de la guayaba", mi mente enfebrecida, siempre buscando el secreto mensaje en los abismos de un texto, me susurró que probablemente me encontraba ante un par de mentirosos de cuna.

La palabra final del título de la sinfónica entrevista lo gritaba: Guayaba. Y en Cuba una "guayaba" es el equivalente de una mentira. De modo que siguiendo el hilo de mis pensamientos deduje que la tal editorial no tenía relación con lo que en Cuba se conoce como "oveja negra"; antes al contrario, después de repetidas llamadas telefónicas he sido informado de que esa editorial sólo publica los mamotretos geniales de niños góticos que saben mamar con eficacia la leche del poder. De esta sencilla manera concluí que todo cuanto contuviera la supuesta entrevista era "guayaba".

Una zona del libro que más aflicción provocó en mi espíritu es la dedicada a la "pavada", que en Venezuela es sinónimo de mala suerte, estupidez, tontería; y en Cuba se identifica como salación, o persona que arrastra cadenas o carga su cruz. Uno de los fragmentos donde el Gabo explica qué cosa es una pavada, dice:

"Pavada son las flores de plástico, hacer el amor con los calcetines puestos, los inválidos que sacan partido de sus defectos para tocar un instrumento musical. Por ejemplo, los mancos que tocan batería con los pies o una trompeta con la oreja. O los cojos que pretenden imponer un nuevo récord en la carrera de los 100 metros planos."

Entonces Plinio Apuleyo Mendoza, apoyando la "Teoría de la Pava" como el símbolo de la mala suerte, declara:

"Hay un periodista que lleva la 'pava' adonde llega. Yo no lo menciono, porque si lo hago este libro se nos va al carajo. ¿Qué haces cuando encuentras a una persona así?"

"La evito -responde el Gabo-. Sobre todo trato de no ir nunca más por su casa..."

Sin embargo, los últimos acontecimientos en mi vida personal me han demostrado que estaba equivocado. Tanto Gabriel García Márquez como Plinio Apuleyo Mendoza no mentían mientras entablaban la conversación que etiquetaron como entrevista.

En efecto, conozco hace muchos años al más grande de los poetas que ha parido esta Isla, pero su "pava" es mayor que su obra. Yo me separé de su presencia a tiempo para salvar mi vida y mi talento.

Dicen que huir de un Maestro es ser malagradecido. Yo sostengo lo contrario. Cuando un Maestro se siente superado puede convertirse en un enemigo temible, especialmente si tiene la "pava" bien desarrollada.

El problema es que desde hace más de 10 años ese Maestro, siempre que nos encontramos en la vía pública, me invita a participar en unos talleres literarios que se efectúan los sábados a las diez de la mañana, en la Unión Arabe de Cuba. El Maestro, para comprarme, recalca que el local de reunión dispone de aire-acondicionado y, mientras uno escucha la perorata del orador de turno, puede beber gratuitamente hasta un cubo de té negro.

Yo, que le debo mucho a la literatura árabe, varias veces había estado a punto de asistir al lugar. Sin embargo, el pasado 13 de noviembre es que fui por vez primera.

El Maestro, desde años atrás, me hablaba de la comida árabe que allí se cocina y se vende barata en moneda nacional. Por supuesto, antes de continuar debo señalar la enfermiza pasión del Maestro por las comidas. Algún día, quizás cuando la "pava" no soporte más al Maestro y publiquen su obra, el mundo leerá uno de sus mejores poemas: "Oda a la croqueta", escrito con toda el hambre que padeció nuestra generación en la década de los años 70.

Esa noche del 13 de noviembre yo había recibido un regalo, y me encontraba en una disposición de ánimo que necesitaba más espacio que las cuatros paredes de mi habitación.

Como le ocurre a casi todos los poetas geniales, el Maestro no tenía dinero. Así que le anuncié que la mágica cena oriental yo la respaldaría.

Llegamos. Nos sentamos en una mesa para dos. Es cierto que los artificios que decoraban el lugar tenían aire árabe. En el restaurante había aire-acondicionado. Unos camareros vestidos al modo occidental de inmediato nos colocaron cubiertos, vertieron agua sobre vasos, y nos presentaron la carta donde en efecto, perfectamente mecanografiados había unos nombres árabes.

El Maestro iba traduciendo. Este nombre significa esto, y este otro tal cosa.

Cuando llegó el momento de ordenar y el Maestro comenzó a chapurrear su árabe a la cubana, el camarero, sin perder la compostura, le contestó:

- Nada de cuanto hay en la Carta-Menú, existe. Lo único que tenemos es pizza a la napolitana.

Cuando salimos de la Unión Arabe de Cuba, que se encuentra frente al Paseo del Prado, escuchamos una explosión: el inmenso cartel de neón que anunciaba a la Sociedad se desprendió de unos de sus agarres y quedó colgando en el aire, justo encima de tres tambuches de basura llenos hasta el tope, de los cuales se desprendía cierto hedor.

Miré al Maestro y vi, alrededor de su cabeza, como el resplandor que tienen los santos, la "pava" de su mala suerte.


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