Conjugar el
verbo estafar
Juan Carlos Linares, Cuba-Verdad
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Yo te estafo, tú me estafas,
él nos estafa. Y todos nos estafamos. Dentro de ese ámbito social
transcurre la vida de los cubanos. Estafar al prójimo es la inducción
cotidiana de lo natural, más allá del lucro personal. Es el
instinto de supervivencia humana.
Olga tiene 75 años. Su pensión mensual es de 117 pesos,
equivalentes a 4 dólares 50 centavos. Una mañana fue al mercado
agropecuario, pidió a la vendedora una libra de frijoles negros. Mientras
la anciana contaba lentamente los diez pesos que costaba el producto, la pesa
marcaba tres cuartos de libra. El incidente pasó inadvertido.
Hechos similares se repiten a diario en comercios estatales y privados. Los
practicantes activos de estafas son parte inseparable del sistema y no respetan
barreras morales ni sentimentales.
El Nene vende gasolina clandestinamente. Su cuñado, que es quien le
entrega el combustible, maneja un ómnibus en una empresa estatal. Ambos,
para mantener las ganancias, adulteran la gasolina con un petróleo, que
compran a 2 pesos el litro. Luego venden la mezcla en 15. Un día
compraron una botella de ron Habana Club en una tienda "dolarizada".
Se fueron a celebrar, la descorcharon, y con el primer trago exclamaron, casi al
unísono:
- ¡Coñoooooooooo, nos estafaron!
No era ron ajeño como anunciaba la etiqueta sino aguardiente casero.
Así coexisten las fuerzas del bien y del mal donde abundan los
pillos. Nadie escapa, ni los mismos estafadores. La trampa puede estar en el
interior de una caja de tabacos o de cigarrillos; dentro de una lata de cerveza,
o una de leche condensada. O tal vez en el frasco de shampoo, detergente,
refresco o agua mineral. Decenas de mercancías con marcas registradas son
elaboradas o reenvasadas por productores furtivos. Estas mercancías
trascienden las fronteras del mercado negro y se introducen en hoteles,
restaurantes y cabarets.
Un señor ya entrado en años me contó que llevó
su televisor a un taller del estado, ubicado cerca de su casa, para que lo
arreglaran. Allí le cambiaron componentes buenos por defectuosos.
- ¡Ahora el equipo está peor! -exclamó.
Después de conversar conmigo durante un tiempo, reflexionó
acerca de lo que él considera una causa del mal. Me dijo, por lo bajo:
- En 1959 este gobierno anunció que nunca sería comunista, y
meses después se lo cogió todo. ¡Nos estafó!
Hasta el momento no se ve solución al problema generalizado de la
estafa. Y mientras el palo va y viene, los ciudadanos honrados se aferran a la
paranoia, y los pícaros se acogen a la lógica del sepulturero: "no
deseo la muerte a nadie, pero que mi negocio prospere".
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