Ramón
Díaz-Marzo: El lúcido testimonio de un paranoico
Jorge Alberto Aguiar Díaz, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) -
Cartas
a Leandro, la primera novela que publica el periodista independiente y
escritor Ramón Díaz-Marzo, es la historia amarga y desesperada de
un testigo; un hombre que ronda los cincuenta, un solitario, un ser que teme y,
contradictoriamente, busca la locura. La locura como forma expansiva, pertinaz y
también simbólicamente productiva, para afirmar la individualidad.
Deberíamos partir de este punto -que tal vez sea el núcleo
generador de toda la historia-: la novela es la aguda introspección de un
hombre por defender los valores y la libertad del individuo.
La historia que se cuenta no es más que una larga reflexión
dirigida a un hermano imaginario o real pero que nunca aparece en la obra aunque
le sirve al autor-narrador como excusa para emprender sus cavilaciones. Esta
larga reflexión es la lucha de un solitario en plena madurez por salvar
su conciencia, en tanto sujeto, frente a los desmanes de la historia y el poder.
El autor de la novela es al mismo tiempo su personaje-narrador; por tanto la
carga autobiográfica es un elemento importante y recurrente. Ramón
Díaz-Marzo se refugia en su conciencia y allí vive el conflicto de
su libertad que él entiende que es y debe ser también la libertad
de otros individuos. En una de las cartas escribe: "Acuérdate que
vivo en un país donde todos practican la mentira para sobrevivir", y
en otro momento: "La soledad de mi vida de Don Nadie era la consecuencia
natural de mi libertad; pero libertad que no podía disfrutar a plenitud
al no tener conciencia de su valor".
Es seguro que este autor-narrador tenga sus contradicciones porque reafirmar
al individuo que somos o queremos ser es una batalla no sólo contra el
medio que nos rodea e intenta anularnos sino, sobre todo, una batalla sin tregua
contra nosotros mismos. Además sería una falta de honestidad
intelectual no asumir las contradicciones, ya no por pretendernos dialécticos,
sino por volver la sinceridad un camino expedito hacia el autoconocimiento y la
liberación de dogmas.
"Hasta este momento he logrado deslindar cinco personalidades en mí",
escribe con un dramatismo irónico -procedimiento empleado con eficacia de
viejo narrador que conoce al dedillo su oficio- para justificar el pasado y como
preámbulo de esa lucha interna para reafirmar al individuo. "Yo,
desde hace años estoy muerto", agrega en otra carta. Y, por
supuesto, se contradice: "Y quizás ha comenzado, como única
solución, el tiempo de la soberanía personal".
Ramón Díaz-Marzo no peca de moralista a pesar de rozar cierto
maniqueísmo trasnochado. Y es que la lucha entre el bien y el mal
sugerida en la historia no tiene un trasfondo religioso ni doctrinario sino
plenamente moral.
Para decirlo de otra manera: el conflicto entre el bien y el mal es el
dilema del rebelde cultural, del antihéroe que ejerce la crítica
cultural desde la resistencia ante la pérdida de cualidades morales de la
sociedad moderna. Resistencia del sujeto construida a partir de la soledad y la
automarginación, de su autoexclusión de los centros de poder y sus
estrategias de dominación.
La novela de Díaz-Marzo es el testimonio de la protesta de un sujeto
que aún no ha definido -y no le importa- si es un anarquista o un
nihilista, contra el orden de una sociedad que ha institucionalizado el horror a
través de sutiles controles de represión y chantaje.
Ahora bien, no es solamente una protesta contra la sociedad cubana, contra
la dictadura autoritaria de un sistema anacrónico, sino contra el mundo
libre y su demagógico discurso de "igualdad, libertad, fraternidad".
Escribe Ramón a Leandro: "¿Será posible triunfar en el
mundo del arte desligado de los intereses políticos y religiosos? ¿A
la fama se accederá renunciando (de buena gana) al rostro colectivo que
otorga el anonimato de la masa para adquirir una individualidad que se paga con
el precio del compromiso? ¿Será posible que el hecho de ser un
escritor reconocido te convierta en un lanzador de "bombas" estratégicas
que puede escribir todo cuanto se le ocurre? Si el mundo es así, ¿nos
encaminamos hacia una globalización del Poder Político, y lo único
que no sabemos es si se trata de un Gobierno del Mundo o de una Dictadura del
Mundo?" Larga es la cita, una profunda reflexión como advertencia
ante el neofascismo, para asentar lo señalado más arriba.
Lo que el autor-narrador no sospecha, aunque llega a intuirlo, es que la
locura, a la que teme y sin embargo busca, se revela como una amarga y profunda
lucidez. Su paranoia puede ser delirante pero también clarividente. Un
intento desesperado por reconquistar el papel y la función del sujeto
dentro de una sociedad que confisca, directa o indirectamente, la libertad del
individuo.
La Modernidad, al menos una versión de ella, ha sido el triunfo de la
Razón sobre el Individuo, de la Razón Tecnológica del
Estado (totalitario, o falsamente democrático cuando su filosofía
política es la del consenso) sobre el sujeto.
Todos los espacios han sido clausurados, sometidos a control a partir de una
microfísica del Poder. ¿Qué nos queda?
Muchas veces, reconocernos y reclamar nuestro lugar en el mundo como sujetos
constituye, ya no un acto de rebeldía, sino de sublime locura.
Parafraseando a Albert Camus, podríamos decir: "Un loco es un hombre
que un día dice no".
En cuanto a los aspectos formales sería conveniente señalar
los aciertos -es una lástima pero no hay más espacio- de la
escritura, ágil y sugerente, y la transparencia de un lenguaje repujado
en un coloquialismo sin afectaciones ni alardes de creatividad verbal.
¿Por fin, es una novela? Parece ocio dedicarse a polémicas sobre
géneros cuando la ficción contemporánea borra las fronteras
entre los discursos literarios e incluso factuales, como el periodismo, el
testimonio y la autobiografía. Sería prudente considerar una vez más,
a pesar de su sabor vanguardista, aquel pensamiento de Pío Baroja acerca
de que una novela es cualquier cosa que consideremos como tal.
Leer Cartas a Leandro, tengo que confesarlo, ha sido una de mis experiencias
más intensas de los últimos años; y creo que constituye en
el panorama literario cubano, dentro y fuera de la isla, un rara avis digno de
consideración y de una lectura atenta e inteligente.
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