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Las calles de
La Habana
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - La ciudad de La Habana está
en sus calles. Por ellas, día a día va y viene la gente. El dolor
de las calles habaneras es el mismo dolor del cubano.
Nuestra capital ha sido comparada con una gigantesca araña, cuyas
patas, extendidas al este, sur y oeste, forman los municipios, barrios y
repartos. Al norte, el mar. Unas veces sereno, otras agitado, pero siempre
vestido de azul. Un azul que llega al horizonte y se prolonga más allá.
Sobre el mapa del cuerpo de la araña se alargan, complementan, cruzan
y entrecruzan las principales arterias viales.
De izquierda a derecha, la avenida del Malecón y la carretera
Monumental. Las calzadas de Neptuno, Carlos III y Monte llevan y traen su carga
humana, hasta o desde los barrios del Vedado, Miramar, Marianao y Rancho
Boyeros. En sentido opuesto, nos conducen hasta el hermoso abanico de playas de
arenas blancas, adornadas con el verde de las palmas y los cocoteros. También
a la Regla de la Virgen Negra y a la Guanabacoa de Ernesto Lecuona.
De arriba abajo, la avenida de Infanta y la de Belascoaín nos
trasladan a las barriadas de la Víbora, Santos Suárez, Luyanó
y Lawton, hasta llegar al Cotorro, luego de pasar por San Miguel del Padrón
y Arroyo Naranjo.
Son estos caminos pavimentados los principales vasos comunicantes entre el
centro de la capital y la periferia. Casi todos se identifican por el mismo
grado de abandono y depauperación.
Aquejadas por incontables huecos en la superficie, son como rostros comidos
de viruelas. En ellas se arrojan papeles, cartones, envases plásticos y
de aluminio. A veces estas oquedades se llenan con el agua de las lluvias que,
al evaporarse van dejando una costra de lodo y mugre donde habita el mosquito y
se alimentan las bacterias.
En las grietas, frecuentemente enormes como heridas abiertas, se aloja y
sedimenta el fango pestilente en el que viven moscas y cucarachas. En los
espacios libres de fango se forman cavernas donde busca refugio la rata
asustadiza.
La falta de atención hace que los huecos se ensanchen hasta destruir
tramos de la vía. En tales casos, y por tratarse de daños en
calles principales que amenazan con impedir el tránsito, se procede a su
parcial reparación, que suele ser de mala calidad. Pasado un breve tiempo
surgen protuberancias sobre el asfalto recién reparado, semejantes a
cicatrices de heridas mal sanadas.
Pero el dolor sin nombre y la angustia tremenda está en las
callejuelas y callejones de los barrios. En algunos casos, como en Santos Suárez
y Luyanó, la vía pública ha retrocedido 70, 80, cien años,
hasta degenerar en algo parecido a los antiguos caminos vecinales. Aquí
el asfalto ha desaparecido, aflorando la tierra y la piedra caliza, y emergen
los rieles de aquellos tranvías de las décadas de los años
30 y 40 del siglo pasado.
En cualquier barrio o reparto, llámese Buena vista, La Lisa,
Diezmero, los tramos pavimentados de las calles conviven en triste desarmonía
con los tramos desprovistos de asfalto.
La realidad cubana tiene muchas cosas tristes. Cosas que suscitan una mezcla
de nostalgia e indignación. Entre esas realidades se encuentran las de
las calles de la capital.
Pero a la pena de las calles habaneras escapa la Quinta Avenida de Miramar,
el Malecón y otras por las que transita el extranjero en confortables vehículos,
a través de cuyos cristales no se divisa el dolor de la gente que llora
en las calles de la ciudad.
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