¿El
silencio de los calderos?
Armando Soler
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Habló Zaratustra. Desde lo
alto de su poder, en la última sesión de la Asamblea Nacional
Cubana, Castro arremetió contra esa turbia criatura económica
denominada INTERMEDIARIO. Al parecer, su existencia es indeslindable de ciertos
mecanismos de libre mercado, aunque sean tan inestables como en nuestro país.
El resultado de tanta perorata se puede resumir en cuatro palabras: hacer
desaparecer al intermediario. La campana de alarma resuena en el cerebro del
avisado: ¿Volverá la hambruna forzosa?
Sería lógico temerlo. En otras ocasiones las acciones
estatales en este sentido han interrumpido el escaso flujo de alimentos a la
población. Todavía se recuerdan las operaciones represivas
denominadas "Bandidos de Río Frío", "Pitirre en el
alambre", por no mencionar el periodo especial.
En 1993, la introducción del dólar en los mecanismos económicos
nacionales trajo bonanza y pobreza aceleradas a la par. Las mercancías y
servicios se acomodaron a precios prohibitivos, sólo al alcance del que
poseyera dólares o valores equivalentes de acuerdo a la tasa de cambio
estatal. La diferencia con el resto de las economías dolarizadas descansa
en dos factores determinantes: a) Cuba seguiría con más de un 90
por ciento de su economía en manos del estado y b) Sólo unos
pocos, y no oficialmente, podrían obtener dólares en ella.
Los precios en los mercados agropecuarios se unieron al orden imperante.
Aunque previsto por las restrictivas leyes estatales al respecto, poco a poco el
individuo emprendedor y con ánimo de lucro logró colocarse entre
los productores y el consumidor. La oferta mejoró en calidad y
abundancia, y los precios, aunque altos, fueron siempre negociables. Los
vendedores con salario estatal representaron lo contrario de sus rivales
comerciales. Ambos, sobre todo los primeros, son perseguidos constantemente por
un enjambre de inspectores estatales de todas las denominaciones. Al final, el
acoso y las restricciones golpean, como una fuerza más, el bolsillo y el
estómago del consumidor. El problema se agrava con el racionamiento en vías
de extinción.
Desde su instauración en 1962, la libreta de racionamiento ha sufrido
una decantación abismal en su siempre magra oferta, hasta tal punto que
parece, cuarenta años más tarde, que va a sufrir la misma suerte
de su homóloga, la libreta de la ropa: desaparecer por defecto y no por
exceso de productos. El costo diario elemental de sostenimiento de un habanero
en 1996 era de unos 45 pesos. Esta cifra se ha elevado en la actualidad en algo
más del 10 por ciento, sin que los salarios aumenten o se reconozca
oficialmente un índice de inflación. Los escasísimos
trabajadores cubanos con un denominado "buen salario", es decir, más
de 300 pesos al mes, ganan, como máximo ¡15 pesos al día! ¿Cómo
se puede sobrevivir así?
El secreto está en la irreverencia generalizada ante los dictados del
estado. En 1986, en plena "campaña de rectificación de
errores", el terror a acometer una actividad privada con ánimos de
lucro era inmenso. Castro, al igual que ahora, denostaba rayos y centellas para
el que se atreviera. Y era muy obedecido.
Ahora nada de eso sucede. Por razones que quizás los futuros sociólogos
podrán explicar, la otrora mente temerosa ya no obedece. El comercio
ilegal pulula y crece, cubriendo los huecos de la demanda. Las personas, aunque
le temen al estado, son más díscolas que en otras épocas.
Es difícil (y personalmente creo que imposible) que el estado, como
otrora, pueda controlar ese aspecto de la existencia del pueblo cubano. Parece
que la libertad empieza por tales meandros.
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