CUBANET .INDEPENDIENTE

15 de noviembre, 2002

Marginados (IV)

Rafael Ferro Salas, Grupo Decoro

PINAR DEL RÍO, noviembre (www.cubanet.org) - Allí los tienen recluidos. Son ahora la sombra de lo que fueron. Las horas se han convertido en lo más importante de sus vidas de condenados a muerte. Casi todos tienen relojes, en todos parece una obsesión incurable la rutina de medir el tiempo.

Los médicos del sanatorio apenas conversan con ellos. Tal parece que los atienden por la simple razón de justificar un salario. Para cada uno los días y las noches son una carrera hacia lo desconocido. De vez en cuando algún familiar los visita. Son visitas cortas, como todas las visitas de compromiso.

El sanatorio de los enfermos de SIDA de la provincia se encuentra alejado de la ciudad. Si alguien pasa cerca del lugar, se da cuenta enseguida de la tristeza que lo circunda. Una cerca alta rodea el sitio, pero desde la carretera se puede ver a los enfermos. Caminan de un lado a otro, como buscando baños de sol para sus cuerpos. Visten unos pijamas descoloridos y remendados que dan lástima.

Los árboles del parque lucen tristes; tal parece que cargan parte del dolor de los pacientes. Al centro de la calle de entrada hay un jardín. Las rosas rojas se ven anacrónicas en el lugar. De vez en cuando entra el carro fúnebre. Casi todos los enfermos despiden a los fallecidos cuando el carro fúnebre se aleja. Es como un pacto.

Allí hay enfermos que contrajeron el mal víctimas de la inocencia algunos,

otros engañados. También los hay que en la década de los años noventa, cuando la desesperación en la Isla, decidieron inyectarse la enfermedad voluntariamente. Se reunían en grupos para inocularse el virus. Era una suerte de escapismo colectivo. Al principio todo era como una aventura en broma, no le habían visto la cara a la muerte. Cuando falleció el primero, cambió todo. Se dieron cuenta entonces de que aquello era un asunto serio: el SIDA mataba.

A veces uno se pregunta a quién echarle tanta culpa encima. ¿Cómo hacer pagar al culpable el hecho de que existan esos enfermos de muerte por voluntad propia? Es triste que en un país corran tiempos que lleven a sus hombres y mujeres a suicidarse de esa manera. El amargo recuerdo de los portadores voluntarios de SIDA en Cuba no se borrará nunca. Eran jóvenes que empezaban a saborear la vida, y como todos los jóvenes estaban cargados de sueños. Los años noventa se les metieron en la piel, de golpe y sin permiso, como una pesadilla terrible. Cuba entera entró en un período llamado especial por los inventores de la desdicha. Tal parece que la desgracia será infinita.

Uno piensa en muchas cosas cuando pasa cerca del sanatorio de los enfermos de SIDA en esta provincia. Allí adentro caminan hacia la muerte los jóvenes que envejecieron antes de tiempo. Pero al fin y al cabo, nos damos cuenta de que todos andamos enfermos aquí. Todos hemos envejecido antes de tiempo, todos padecemos el obligado encierro. La cuestión está en saber quién va a morir primero. Y para eso nadie tiene ahora la respuesta.


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