Marginados
(IV)
Rafael Ferro Salas, Grupo Decoro
PINAR DEL RÍO, noviembre (www.cubanet.org) - Allí los tienen
recluidos. Son ahora la sombra de lo que fueron. Las horas se han convertido en
lo más importante de sus vidas de condenados a muerte. Casi todos tienen
relojes, en todos parece una obsesión incurable la rutina de medir el
tiempo.
Los médicos del sanatorio apenas conversan con ellos. Tal parece que
los atienden por la simple razón de justificar un salario. Para cada uno
los días y las noches son una carrera hacia lo desconocido. De vez en
cuando algún familiar los visita. Son visitas cortas, como todas las
visitas de compromiso.
El sanatorio de los enfermos de SIDA de la provincia se encuentra alejado de
la ciudad. Si alguien pasa cerca del lugar, se da cuenta enseguida de la
tristeza que lo circunda. Una cerca alta rodea el sitio, pero desde la carretera
se puede ver a los enfermos. Caminan de un lado a otro, como buscando baños
de sol para sus cuerpos. Visten unos pijamas descoloridos y remendados que dan lástima.
Los árboles del parque lucen tristes; tal parece que cargan parte del
dolor de los pacientes. Al centro de la calle de entrada hay un jardín.
Las rosas rojas se ven anacrónicas en el lugar. De vez en cuando entra el
carro fúnebre. Casi todos los enfermos despiden a los fallecidos cuando
el carro fúnebre se aleja. Es como un pacto.
Allí hay enfermos que contrajeron el mal víctimas de la
inocencia algunos,
otros engañados. También los hay que en la década de
los años noventa, cuando la desesperación en la Isla, decidieron
inyectarse la enfermedad voluntariamente. Se reunían en grupos para
inocularse el virus. Era una suerte de escapismo colectivo. Al principio todo
era como una aventura en broma, no le habían visto la cara a la muerte.
Cuando falleció el primero, cambió todo. Se dieron cuenta entonces
de que aquello era un asunto serio: el SIDA mataba.
A veces uno se pregunta a quién echarle tanta culpa encima. ¿Cómo
hacer pagar al culpable el hecho de que existan esos enfermos de muerte por
voluntad propia? Es triste que en un país corran tiempos que lleven a sus
hombres y mujeres a suicidarse de esa manera. El amargo recuerdo de los
portadores voluntarios de SIDA en Cuba no se borrará nunca. Eran jóvenes
que empezaban a saborear la vida, y como todos los jóvenes estaban
cargados de sueños. Los años noventa se les metieron en la piel,
de golpe y sin permiso, como una pesadilla terrible. Cuba entera entró en
un período llamado especial por los inventores de la desdicha. Tal parece
que la desgracia será infinita.
Uno piensa en muchas cosas cuando pasa cerca del sanatorio de los enfermos
de SIDA en esta provincia. Allí adentro caminan hacia la muerte los jóvenes
que envejecieron antes de tiempo. Pero al fin y al cabo, nos damos cuenta de que
todos andamos enfermos aquí. Todos hemos envejecido antes de tiempo,
todos padecemos el obligado encierro. La cuestión está en saber
quién va a morir primero. Y para eso nadie tiene ahora la respuesta.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|