Mañana
será otro día
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre / www.cubanet.org - El cubano actual, el que vive, por
supuesto, dentro de la isla, no tiene, o tiene muy poca, proyección de
futuro. Su vida se torna una cotidianidad emergente, provisional. No aspira a
mejorar sus condiciones. Sabe que cualquier empeño por cambiar de casa,
ampliar "el negocito" privado, comprar un auto, abrir una cuenta de
ahorros, es descabellado e inútil.
Los controles que ejerce el gobierno sobre la población son
abundantes y férreos. Cambiar la casa, por ejemplo, supone adentrarse en
negocios turbios y peligrosos. El control estatal sobre las viviendas, los
terrenos, los materiales de construcción, los trámites legales, es
absoluto. Es el gobierno el encargado de decidir dónde y cómo vive
cada ciudadano o familia. Promover una "permuta" (cambiar la casa con
otra familia, por medio de las Direcciones de Vivienda del Poder Popular) es
punto menos que una tortura, lo cual impone, desde su inicio, una serie de
sobornos, trapisondas y enredos que, en las más de las ocasiones, termina
en litigios judiciales. Reparar, ampliar, remodelar una casa, además de
contar para ello con una inimaginable suma de dinero -si en dólares
mejor- es un juego de ilegalidades desde el principio. Además de que se
requieren "permisos" estatales -los cuales en su mayoría hay
que obtenerlos por medio del soborno-, los materiales de construcción -en
manos de empresas del gobierno- hay que comprarlos por trasmano y a sobreprecio,
con los consabidos riesgos que acarrea tráfago tan delicado. Construir
una casa nueva es casi una quimera, es como el sueño de una joven pobre
de casarse con un millonario, describirlo requeriría un libro.
Si de un automóvil se trata los enredos y escarceos no son menores.
Para comprar un "almendrón" (carro estadounidense de los años
40 ó 50, que aunque usted no lo crea aún circulan por La Habana)
hay que contar con un saco de dinero y sufrir una cantidad de trámites
burocráticos y legales que le quitarían el sueño a
cualquiera. Comprar un auto ruso, ya Lada, Moskovich, Volga, de los asignados
por el gobierno a funcionarios o profesionales, es una locura, arriesgarse a
perder el dinero empleado. No tienen traspaso de propiedad; esto es: el gobierno
no autoriza -no admite- que su propietario lo venda.
Obtener un automóvil nuevo, de los que venden las agencias, pongamos
por caso, la de 25 y C, en el Vedado, está vedado al ciudadano común.
Sus precios, altamente prohibitivos (22,400 dólares, equivalentes a
604,800 pesos por un jeepicito feo y de mala calidad) significan una fortuna al
alcance sólo de privilegiados que, además de contar con ese más
de medio millón de pesos, debe poseer la autorización
gubernamental para comprarlo.
Supongamos ahora que el dueño de un pequeño negocio (paladar,
pizzería, cafetería) de los que el gobierno se vio obligado a
permitir cuando cayó en la franca bancarrota económica a la que
llama "período especial", le ha ido bien y su prosperidad lo
impulsa a ampliar su negocio -hecho que ha ocurrido al revés, la mayor
parte se ha arruinado. Imposible. El gobierno creó un tipo de licencia
que no permite la ampliación del negocio. Así que a seguir
vendiendo pizzas por una ventana de la casa, a seguir vendiendo comida en cuatro
mesas en la sala de la casa, a seguir vendiendo café y refrescos instantáneos
en una mesita en un portal. No hay otro futuro.
Así, el cubano actual, el que vive, por supuesto, dentro de la isla,
se ve impedido de creer en el futuro. Por más que sueñe, sus sueños
se ven frustrados frente a una realidad de emergencias y provisionalidades. Su
vida se reduce a una sobrevivencia que le impide proyectarse más allá
de un hoy, de un ahora y de un aquí que lo enajena y embrutece. Los jóvenes
se preguntan ¿para qué estudiar? Si el futuro es este ahora. Los
profesionales renuncian a sus empleos mal remunerados para dedicarse a tareas
que le solventen su difícil hoy. Las mujeres se prostituyen con la
esperanza de hacer un matrimonio que las aleje del aquí de pobrezas y
privaciones.
Sin embargo, el gobierno, con sus cantos triunfalistas, que ya nadie cree,
sigue hablando de utopías, como si la utopía vivida por el pueblo
cubano no contara con cuarenta y tres años de descalabros y frustraciones
y no se oyera a cada minuto, en cualquier rincón del país, esa
afirmación desesperanzada de: "Vivamos hoy, mañana será
otro día". Y así, de hoy en hoy angustiosos se nos ha ido la
vida.
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