Nadie
escuchaba
Jorge Alberto Aguiar Díaz, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Un grupo de amigos llega a mi casa
para invitarme a una fiesta. Estoy sentado en un viejo butacón que recogí
de la basura y que mi padre forró con un saco de nylon. Escucho Radio
Martí. Es la hora del crepúsculo y a través de las
persianas veo el cielo anaranjado del trópico.
No quiero ir a la fiesta; no quiero ir a ninguna parte. Los amigos insisten.
Uno dice que me volveré loco de oír tanto la onda corta; otro
registra mis libros; el tercero se queda a mi lado y presta atención a la
voz de una mujer que en tono desesperado habla, cuenta su historia, a veces
parece que romperá a llorar.
La mujer se llama Maritza Calderín Colombié, esposa del
abogado Juan Carlos González Leyva, quien se encuentra en prisión
desde hace siete meses sin derecho a fianza y sin que le hayan celebrado juicio.
El licenciado está acusado de gritar ¡Abajo Fidel!, lo que se conoce
en Cuba como "desacato al comandante" o algo parecido.
González Leyva se declaró en ayuno de protesta el 4 de
septiembre. Miro el almanaque; han transcurrido más de dos meses. Maritza
relata con voz temblorosa; habla de patadas en los genitales, en las costillas,
de una herida de cinco puntos. "Es la fuerza contra las ideas", dice y
agrega que el oficial Aramís, del departamento 21 de la Seguridad del
Estado, fue ascendido por su buen trabajo.
Uno de mis amigos ha encontrado un libro de Semiótica y lee; el otro
se asoma al balcón y habla de una mulata que se pavonea en la esquina. El
que está a mi lado escuchando la noticia me mira incrédulo. "¿Tú
crees todas esas cosas", pregunta.
La esposa del prisionero dice que está haciendo un llamado, un S.O.S.
(son sus palabras textuales) a la Iglesia cubana y a las "vacas sagradas
de la disidencia".
Por fin mis amigos deciden irse. Para ellos soy un aburrido. "La vida
es una sola y hay que divertirse", dice el que estaba leyendo y ahora
guarda el libro en su mochila.
Recuerdo el título de un documental que nunca he podido ver porque en
Cuba está prohibido: "Nadie escuchaba".
Me asomo al balcón. Una rubia también se pavonea junto a la
mulata. Son muy jóvenes y van de un lado a otro mientras los hombres que
juegan dominó la miran, beben ron, les dicen cosas.
La música suena a todo volumen en dos o tres casas, en un bicitaxi
que transita con un pasajero que trae varias bolsas repletas de comida,
vegetales, un pernil de puerco, frutas.
Voy al cuarto de mi padre y le pido la Constitución. Leo: "Declaramos
nuestra voluntad de que la ley de leyes de la República esté
presidida por este profundo anhelo, al fin logrado, de José Martí:
Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los
cubanos a la dignidad plena del hombre".
La edición es de 1975. Es posible que en algo haya cambiado. Me
lamento de no tener una edición más reciente.
Ya es de noche. En otoño oscurece más temprano. Pienso en el
valor metafórico de la oscuridad. No por gusto dos de los más
estremecedores testimonios publicados en los últimos años se
titulan "Antes que anochezca", de Reinaldo Arenas, y "Cómo
llegó la noche", de Huber Matos.
Juan carlos González Leyva es un hombre ciego. Por un instante trato
de imaginarlo postrado en la soledad húmeda de su celda. ¿Cómo
es físicamente? ¿Podrá soñar durante las noches? ¿Qué
soñará? Mi abuela me dijo una vez que los ciegos son capaces de soñar
en colores, que tienen un tacto muy desarrollado y una gran voluntad.
¿Hasta dónde podrá resistir Juan Carlos González
Leyva? ¿Hasta dónde son capaces de llegar sus verdugos? En los
dibujos animados el verdugo siempre aparece con un antifaz. Nunca podemos ver si
está riéndose sádicamente o sufre por su víctima, y
en este caso, la capucha que oculta su rostro es una coartada para que el
emperador no vea la mueca de dolor, el asco por tener que cumplir una orden
vergonzosa, vil, salvaje.
Los verdugos no suelen tener sueños apacibles aunque crean que sí.
Cada vez que se miran en el espejo no alcanzan a reconocer si tienen o no puesta
su máscara. Cada mirada, cada expresión que logran vislumbrar en
el espejo, no saben ya si pertenece a ellos, al emperador o a la víctima.
Regreso a mi cuarto. Apago la radio. Voy hasta el librero y busco una novela
que para los jóvenes ha pasado de moda: "El viejo y el mar",
de Hemingway.
Me siento en mi viejo butacón. Abro una página al azar y leo: "Un
hombre puede ser destruido pero no derrotado".
A través de las persianas veo las estrellas. Pienso en toda la luz
que Juan Carlos González Leyva lleva en su interior. Y entonces, ocurre
el milagro: un eclipse total restaura, en medio de la noche, el valor metafórico
del amanecer.
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