Belkis Cuzá Male /
El Nuevo Herald,
noviembre 8, 2002.
Ahora que ha muerto, solo y lleno de penurias, en su ático madrileño,
hasta en la Cuba oficial recuerdan al poeta José Mario. Está de
moda en La Habana reseñar las defunciones de los enemigos, como
intentando el ''rescate'' que no pudieron y no quisieron en vida. Del promotor y
fundador de las Ediciones El Puente ya se puede decir cualquier elogio y hasta
derramar lágrimas por su partida. Pero en 1967, cuando llegó a
Madrid, había dejado atrás persecuciones y amenazas. De la UMAP lo
había rescatado, dicen, Nicolás Guillén, tras formarse un
comité de escritores y artistas que protestaron por aquellos campos de
concentración, a donde también habían ido a parar el
cantautor Pablito Milanés y muchos otros artistas.
A José Mario lo conocí una noche de 1963, en una visita
inesperada que hiciera a Santiago de Cuba. Recuerdo que fue a buscarme a la
academia de inglés y conversamos durante más de dos horas, o mejor
dicho, lo oí durante todo ese tiempo, porque era un ser febril,
obsesionado con la literatura, con los clásicos, con todo lo que oliera a
cultura y a emoción. Me resultó a primera vista simpático,
con su amplia sonrisa, su rostro de muchacho un tanto desaliñado, aunque
la camisa blanca de mangas largas estuviera impecablemente limpia y el pelo
copioso y negro se mantuviese en su sitio.
Era de pequeña estatura, y a mí me recordaba de algún
modo a Rimbaud. No soy la única. Un Rimbaud nacido en el trópico,
en 1940. Para entonces ya yo había publicado en las Ediciones El Puente
mi segundo libro de poemas, Tiempos de sol, tras obtener una mención de
honor en el Concurso Casa de Las Américas y que fue transferido a la
joven editorial, aunque las bases estipulaban que los libros finalistas iban a
ser publicados en Casa. Pues bien, así se entabló mi relación
con la gente de El Puente, aunque en realidad nunca me sentí parte de ese
ni de ningún otro grupo. De todos modos, aparecí también en
la antología Novísima poesía cubana, junto a la mayoría
de los que desde entonces iban a ser conocidos como integrantes de un peculiar y
mal mirado conjunto de poetas y escritores, gente vista como ''rara'', sin mucho
entusiasmo por apoyar la revolución.
Algunos habían comenzado a marcharse pronto del país, como la
legendaria Isel Rivero, que dejó huellas en la poesía de El Puente
con La marcha de los hurones, y más tarde Ana María Simo, autora
de un clásico de la cuentística cubana, Las fábulas;
Mercedes Cortázar, Silvia Barros, entre otros, que les seguirían
con el paso de los años. De esa primera época, y todavía
viviendo en Santiago de Cuba, establecí un frecuente intercambio
epistolar con Reinaldo Felipe (conocido luego como Reinaldo García
Ramos), Ana María Simo y Nancy Morejón. De Nancy prologaría,
a petición suya, su libro Amor, ciudad atribuida, publicado en 1964 por
El Puente.
Ya en La Habana vi poco a José Mario, algunas veces en la cafetería
de la Unión de Escritores, o batallando por mantener un imposible: una
editorial para jóvenes poetas y artistas independientes, capaces de
expresarse sin la retórica que ya comenzaba a permear la literatura de la
revolución. Poetas más bien de palabra suelta, surrealistas, o
voceros de sus propios corazones. El sueño duró poco, y le
retiraron todos los subsidios y las Ediciones El Puente pasaron a mejor vida.
En Madrid, incansable promotor de la literatura, no dejó de publicar
a los demás, de presentar pequeñas ediciones de los poetas cubanos
en el exilio. Eran los primeros años, los más difíciles, y
no logró ni el apoyo ni el respeto del medio cultural español,
donde las Ediciones El Puente hubieran podido renacer con más ímpetu
y apoyo económico. Nada de eso ocurrió. No fue ''el más
astuto'' de los promotores de la cultura cubana en el exilio, como dijo alguien
positivamente sobre Jesús Díaz.
Las Ediciones Betania, de Madrid, publicaron a finales del 2000 una reedición
de El grito y otros poemas, que Isel Rivero, amiga de cuarenta años,
presentó en la capital española, texto que luego publicamos en
Linden Lane Magazine el año pasado.
Por esos días, José Mario había aparentemente mejorado
de sus graves dolencias, pero la soledad y las penurias no son buenos aliados de
la salud. "Belkis --me avisa por mensaje electrónico Isel Rivero--,
justo hoy me avisaron del Instituto Médico Forense que el juzgado había
autorizado el levantamiento del cadáver y el entierro. Por ser un caso
desprotegido, es decir, no tiene familiares aquí, la Comunidad de Madrid
se encarga de enterrarlo, se llama esto servicio de caridad. A las 2:30 pm saldrá
el cadáver del Tanatorio Sur y será enterrado en el cementerio de
Carabanchel.''
¿Triste, verdad? Que los poetas sigan muriendo en el exilio, enterrados
de caridad, aunque José Mario merezca ser honrado, porque como diría
Isel, "no fue ni ha sido nunca un poeta que ha acatado la censura. Y es aún
más encomiable que lograra a través de una larga carrera de obstáculos
contra el oficialismo publicar a tantos jóvenes que seguían sin
encontrar espacio...''
Quiero recordar aquí un poema en prosa de José Mario,
publicado en 1963: ''Y si pretendes dormir nuevamente al verde del árbol,
no olvides que el tiempo mira, no lo olvides, que como el árbol puede
cambiar tus manos y hallarte al despertar con que las has perdido... No lo
olvides.'' ¡Qué hermoso epitafio! |