Cabezas,
Premio UNEAC de Poesía 2001
Su autor frente a la anquilosada tradición poética de la
Isla
Jorge Alberto Aguiar Díaz, Grupo Decoro
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - ¿Es posible escribir poesía
después de Auschwitz? La pregunta, insistente, resuena todavía
dentro de nuestras cabezas como nana espeluznante.
Leer un libro como Cabezas es someterse a una experiencia de desgaste, de
metafórica resistencia frente a las frivolidades que aún esperamos
de la poesía.
Y es que todavía hay un sentimiento de banalidad en la mayoría
de los lectores de poesía; esperan metáforas, imágenes,
intensidades de un Pathos recalentado por la tradición de la poesía
como experiencia vital y trascendente, como expresión excelsa del espíritu,
etcétera.
Pero no hay que culpar a los lectores de la mala recepción de una
parte de la poesía contemporánea. Los propios poetas (la mayoría)
son pésimos lectores de poesía, tan preocupados como están
por alimentar el mito de ser "vehículos de inspiración divina"
o "elegidos de una sensibilidad exquisita".
Los poemas de Marqués de Armas participan de la idea deleuziana de
una "literatura menor", de un discurso que tensa la relación
literatura-política desde la perspectiva de su testimonio.
Escribe el poeta estos versos en prosa:
"Cada cierto tiempo volvíamos de la provincia a través de
una serie de trenes intensos y oscuros
Cada poste burlado ponía en
relieve segmentos de un paisaje real (y ardoroso) como un delirio que invade
nuestras fatigas de afuera. Aquellos campos verdes (interminables) eran los del
sopor, entre sus pliegues nos adormecíamos. Despertábamos a la
inercia de otros pueblos, sin rastro, en la ofuscada escritura".
La experiencia histórica de Pedro Marqués de Armas no es, por
supuesto, la misma de Paul Celan; no se trata ya de campos de concentración,
de tus familiares muertos, de la lengua destruida. Sin embargo, en ambos poetas,
la vocación por narrar el horror (y no informar como en una mera confesión
lírica) confluye en una escritura que no se exhibe, que no transparenta
el dolor en una mueca sentimentalista.
Para el autor de Cabezas es posible trabajar con referentes como Celan,
Heidegger, Mandelstam y Bernhard. O incluso el propio Benn y su relación
con la clínica, aunque ya no en su función moderna. (Pedro Marqués
no busca el sentido por excelencia del cuerpo como un espacio; para él
todo cuerpo es plano, no es más que un resto, no hay morfología ni
profundidad, es la experiencia, en fin, de la post-clínica.) Es posible,
entonces, para él trazar sus referencias a partir de un lugar fuera de la
nación, porque su experiencia de lo que llamamos -narcisita y y
obsesivamente- lo cubano, no tiene nada que ver con una tradición
estereotipada y política de identidad cultural, de nacionalismo carroñero.
La poesía es una experiencia problematizadora y creativa con el lenguaje,
y no mero esencialismo como se pregona desde el discurso oficialista.
Seco y hojoso eras el cuerpo lleno de tierra cuando te
excavaron. Bulbo de pedestal apenas sostenido, casi Cristo de Grünewald inarticulado. Sólo
espiga y cabeza -rodillo- una sustancia blanca como de laja que
se vaciaba.
Pedro Marqués de Armas nació en La habana en 1965. Cabezas es
su tercer libro de poemas. Ha publicado también un ensayo: "Fascículos
sobre Lezama", que obtuvo el Premio de la Crítica 1995. Pertenece al
proyecto de escritura alternativa Diáspora(s), uno de los más
serios y profundos que ha ido dejando su huella en Cuba a lo largo de la década
de los noventa.
Pocas veces el premio UNEAC ha sido tan certero. El jurado, integrado por
Georgina Herrera, Luis Marré y Nelson Simón, supo elegir un libro
que marca su diferencia en el uniformado coro poético dentro de la Isla.
Texto que se ubica, dentro del anémico panorama de la poesía
contemporánea escrita en Cuba, como uno de los registros más
originales e intensos de los últimos años.
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