A paso de
bastón: cambiar el lux
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Recién cumplidos sus 50 años
de edad, la arquitecta María Elena Jiménez se despojó de
todo cuanto vestía y se miró en un espejo que captaba su metro
setenta de estatura y sus casi 200 libras de peso. "Si me lo propongo -si
dijo- pongo a los hombres a comer de mi mano. Pero tengo que cambiar el lux".
Veinte años atrás, su belleza de cubana donde confluyeron
todas las etnias era un acontecimiento perturbador entre esposas dedicadas a
pellizcar furtiva y furiosamente a los maridos. Pero entre las frustraciones de
la vida, los conflictos derivados de un divorcio y las secuelas del llamado período
especial -polineuritis incluida- la hermosa mujer se había convertido en
una gorda decadente.
Sus padres fallecidos la dejaron dueña de su casa y libre de ciertos
autoritarismos de carácter más bien generacional. Su único
hijo, balsero de éxito, tiene como religión enviarle dólares
a su madre. María Elena lo tenía todo para emprender el célebre
"cambio de lux". Primero que todo una capacidad obsesiva que, cuando
toma buenos caminos, la lleva a la meta.
Seis meses después de aquel aniversario de autocríticas, una
hembra escultural coleccionaba piropos por las calles de La Habana. María
Elena era otra. No sólo se había producido en ella un cambio
radical de imagen, sino que ese cambio se había reflejado en todos los
aspectos de su vida personal. Era como si, desde afuera para adentro, hubiera
renacido la María Elena de sus años de la universidad, que ponía
bizcos a los hombres entre sonrisas de Gioconda y nalgas a lo Lam. Los pobres,
no sabían dónde mirar.
"Seis meses después", para María Elena, significaron
otros tantos de sacrificios. Dietas, ejercicios, peluqueros, modistos y hasta
una cirugía estética por la que pagó de trasmano 50 dólares,
su salario estatal de tres meses. Pero "cambió el lux", como se
propuso.
Como tantos otros cubanos y cubanas, la arquitecta de profesión, y
ahora de su cuerpo, emprendió el camino de rehacer su imagen para
transformar su vida por medio de "cambiar el lux". La frase, popularísima
en Cuba, parece una corrupción de "cambiar el look", a su vez
una traducción de sabe Dios cuál expresión estadounidense,
y vale subrayarlo. La palabra "look", en Cuba, ha devenido útil
para todo cuanto se relacione con buena imagen. No obstante, nótese el
cambio de "look" por "lux", que parece insinuar búsqueda
de luz.
Por lo menos en La Habana, "cambiar el lux" parece la moda del
momento. Los gimnasios, estatales y privados, rebosan de hombres y mujeres,
entre las cuales descuellan obesas damas dispuestas a liberarse de no menos de
50 libras de peso. Consejos sobre dietas de todos los tipos circulan más
que los impresos disidentes, mientras que peluqueros y modistos andan por los
caminos de la fortuna, sobre todo si son homosexuales. Según la
clientela, son los de "mejor mano".
No sólo se trata de una moda entre personas con recursos, léase
dólares. Ileana, médica forense que comparte su profesión
con el oficio de manicure por obvias razones económicas derivadas de la
situación cubana, dedica una hora diaria a feroces aeróbicos que
la bañan en sudores y le iluminan la sonrisa. Ileana es apasionada de una
dieta de la cual se ha hecho gran promotora, pero que para muchos tiene el
inconveniente de un elevado componente de frutas, lo más caro, muy caro,
en los mercados de la isla.
"Cambiar el lux" puede incluir desde pagar a precio de oro un buen
estomatólogo, hasta hacerse un pequeño tatuaje. Algunas mujeres,
especialmente profesionales, gustan de jugar a sexo y discreción. Su
estilo se distingue por la presencia de uno de esos tatuajes a la altura del
tobillo, por lo general figuras como unicornios o palomas. Por otro lado, entre
opositores y periodistas independientes masculinos, "cambiar de lux"
parece relacionarse con el abandono del hábito de fumar. Que conozca, por
lo menos diez de entre los más destacados dijeron adiós al
cigarrillo o por lo menos lo han intentado.
Si por un lado Cuba parece un país varado en el tiempo, por el otro
cabe preguntarse cuáles corrientes profundas están llevando a un número
de compatriotas a ocuparse muy seriamente de sus imágenes personales,
siempre con el dato de que relacionan una mejor apariencia con más
elevada autoestima, siempre echando la política al cesto de la basura, y
todos ellos interesados, de un modo u otro, en aprender inglés y
computación. Prácticamente ninguna de las escuelas especializadas
en impartir esas materias puede satisfacer a todas las solicitudes de matrícula,
lo cual ha hecho florecer cursos privados a los que la gente acude más
interesada en el conocimiento que en un diploma avalado por el gobierno.
"Cambiar el lux", como es de esperar en Cuba, incluye al chiste.
Cada vez que Fidel Castro guarda en el ropero el uniforme verde oliva para
vestir un sobrio y elegante traje azul, alguien, cualquiera, comenta que el
mandatario también quiere "cambiar el lux". Lo díficil
es que lo logre.
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