¿Varela
en "punto muerto"?
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Acostumbran los automovilistas cubanos a
llamar "punto muerto" a la selección de la caja de velocidades
del vehículo donde no se produce transmisión de la energía
desplegada por el motor hacia el sistema de movimiento. En "punto muerto"
se puede acelerar al máximo, que ni un centímetro se avanzará.
El móvil quedará quietecito como cadáver, aunque haga un
ruido de los mil demonios.
Por ahora, aunque se haya demostrado con más de diez mil firmas de
compatriotas que el movimiento cubano por los derechos humanos está muy
lejos de ser una miserable sumatoria de "grupúsculos" -como
acostumbra declarar el gobierno de Fidel Castro- lo cierto es que el
publicitado Proyecto Varela parece haber caído en lo que los
automovilistas denominan "punto muerto". Su pretensión de
erigirse en iniciativa ciudadana que a tenor constitucional haga de las rúbricas
motivo de una discusión en el parlamento cubano, por la cual se abra un
camino hacia un régimen democrático según normas
internacionalmente aceptadas, ha quedado en ese estado neutro significado por el
rechazo de plano de las autoridades isleñas a siquiera considerar la
cuestión.
Durante su pasada visita a la isla, y tras dar al Proyecto Varela la mejor
de las propagandas, el ex presidente norteamericano James Carter expresó
ante representativos de la oposición y del periodismo independiente
cubanos que el gobierno de Fidel Castro está buscando cómo manejar
el reto del proyecto y que aún no sabe qué hacer. Tales juicios
parecen invitar a un compás de espera, si se quiere ser optimista. Pero
no caben grandes esperanzas para quienes conocen cómo reacciona el poder
isleño ante iniciativas efectivamente demostrativas de un sentir como el
mostrado por las más de diez mil firmas logradas por el Proyecto Varela.
Y es aquí donde el Proyecto Varela cae en "punto muerto":
si la bien explícita negativa gubernamental se hace definitiva, ¿qué
harán los gestores de la iniciativa?
Regla política esencial es la de no forzar las puertas si no queda
otro remedio. Pero nunca dejar de forzarlas porque, de lo contrario, se pierde
el crédito. Con ello quiero llamar la atención sobre el principio
de que una decisión como la del Proyecto Varela obliga a tener preparada
una alternativa. Fidel Castro ofrece el mejor ejemplo: antes de preparar y
dirigir el asalto al Cuartel Moncada en 1953, acusó ante el Tribunal
Supremo de Justicia al entonces dictador Fulgencio Batista por haber violado el
régimen constitucional, al encabezar un golpe de Estado. Por supuesto, ni
obtuvo justicia ni la esperaba. Pero de ese modo "legitimó" la
violencia política que después lidereó.
Pueden escribirse horrores sobre Fidel Castro, pero no negarle un actuar
consecuente como político en aquellas circunstancias, cuyo valor simbólico
devino uno de significado tan práctico, que aún la nación
cubana carga el peso de aquel lejano pragmatismo.
Sencillo ejemplo de acción consecuente, propio del periodismo
independiente cubano. Sus alternativas son escribir y publicar o dejar de ser.
El gobierno de Fidel Castro amenaza formalmente a los periodistas independientes
con la aplicación de la llamada Ley Mordaza (Ley 88), por la cual ya debían
estar todos bajo bien largas vacaciones presidiarias, pero los reporteros siguen
reportando y nadie se ha atrevido a decretar las mencionadas vacaciones, gracias
al valor de los candidatos y al rechazo mundial que tendría la aplicación
del tapabocas.
En buen castellano, los periodistas independientes aceptaron el reto y el
gobierno quedó sin alternativas costeables. ¿Quién hizo el
ridículo?
Las preguntas que vale hacer a los gestores del Proyecto Varela andan por
estos trillos: si al final la respuesta es el rotundo ¡no!, ¿se alzarán
en armas? ¿Convocarán a la desobediencia cívica? ¿Irán
los más de diez mil firmantes a inmolarse en la Plaza José Martí?
Y conste, este periodista no es un adversario del Proyecto Varela. Sólo
que un deber como comunicador invita a interrogar, y a recibir una respuesta.
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