Ernesto F. Betancourt.
El Nuevo Herald,
mayo 29, 2002.
La visita del ex presidente Carter a La Habana nos ofreció una
apertura inusual, al recibirlo Fidel Castro vestido de traje en vez del
tradicional uniforme con zapatos tennis, que es su vestimenta de rigor en los últimos
tiempos. Parecía que se estaba civilizando. Castro rindió honores
de jefe de estado al inocente Jimmy --elevándolo en estatura a los ojos
del pueblo cubano-- convencido de que tenía en sus manos a un tonto útil
que podía explotar para realzar su maltrecho carisma después del
rechazo latinoamericano en Ginebra y la desastrosa disputa con el presidente Fox
de México. Pero, como dice el adagio popular, una cosa piensa el borracho
y otra el bodeguero.
Carter empezó su visita con el pie errado al enredarse en una disputa
respecto a la veracidad de las acusaciones del subsecretario de Estado John
Bolton sobre la potencial amenaza de la capacidad cubana para la guerra biológica.
Posiblemente motivado por un ego herido y una arrogancia personal oculta bajo su
pretendida humildad y sencillez --según me cuenta gente que ha lidiado
con él--, Carter cometió el error de cuestionar la veracidad de la
actual administración desde el extranjero y nada menos que al lado de un
enemigo jurado de la nación que presidió. Le dio un cheque en
blanco a su anfitrión sin tener ni la información ni la capacidad
técnica para evaluar lo que estaba certificando. Esta actitud de
autosuficiencia nos lleva a recordar los muchos fracasos en política
exterior que dominaron su gestión presidencial. Fidel debe de haber dado
saltos de alegría ante el inicio tan favorable de esta visita que podía
resultar altamente riesgosa para sus intereses.
Porque, al día siguiente, en el Aula Magna de la Universidad de La
Habana, Carter dejó caer el otro zapato. En sus palabras al pueblo cubano
en español, y trasmitidas en vivo por radio y televisión nacional,
Carter fue consistente con su posición tradicional de respaldo al respeto
a los derechos humanos y las libertades democráticas. Y, para desconsuelo
de su anfitrión, fue aún más lejos, dando su pleno respaldo
al Proyecto Varela, que había sido endosado valientemente con 11,020
firmas de ese témpano gigantesco que es la disidencia cubana.
Afortunadamente, esta visita coincidía con la formulación y
presentación formal a la legislatura de esta estrategia para el cambio
pacífico que, aunque generaba la desconfianza de muchos al aceptar de
hecho la legitimidad de la actual Constitución, podía poner al régimen
contra la pared al invocar sus propias leyes para demandar que se respeten los
derechos más elementales del pueblo cubano y se establezca un
procedimiento transparente de selección de gobernantes que culmine en la
restauración de una verdadera democracia.
Fidel sabe que, de prevalecer lo planteado por el Proyecto Varela,
eventualmente se pondrá fin al totalitario régimen feudal que
preside. Por tanto, no debemos hacernos ilusiones de que aceptará esa
opción, demostrando que quiere mucho menos a su país que Augusto
Pinochet, quien, en presencia de un rechazo popular a su régimen en un
plebiscito, optó por facilitar un tránsito pacífico por
medio de unas elecciones que ganó la oposición chilena.
La primera reacción molesta del señor feudal cubano fue
censurar en los medios impresos del régimen las palabras desfavorables de
Carter, poniendo énfasis en las críticas que hizo a las políticas
de su país. Pero, ante la crítica a esa censura de la prensa
internacional que cubría la visita, se percató que el saldo
favorable a él se iba a perder. Al día siguiente, permitió
que se publicara íntegra en Granma la exposición del ex presidente
americano. Lamentablemente, el discurso no fue trasmitido en vivo por Radio Martí,
en franca violación de la misión asignada a esa estación
por el Congreso, privando así a sus oyentes de tener acceso a una
información que debió llegarles por ese medio.
En cuanto al tercer tema cubierto por Carter, el embargo, todos sabíamos
previamente su posición, así que esta visita poco agregaba al
debate. Es evidente que no ha influenciado ni influenciará a la
administración del presidente Bush. Mientras que sus palabras serán
recibidas con gran entusiasmo por los mercaderes dispuestos a lucrar con los
sufrimientos del pueblo cubano. Pero el propio Carter reconoció, uno, que
no era el embargo la causa del descalabro económico que agobia a Cuba; y,
dos, que Fidel Castro no tiene intención alguna de abandonar su régimen
totalitario. Con lo que nos dio la razón a los que mantenemos que
levantar el embargo en estos momentos, sin concesiones de Castro, sólo
sirve para consolidar su régimen y prolongar la agonía del pueblo
cubano.
En definitiva, podemos concluir que la disidencia y el Proyecto Varela han
sido los grandes beneficiarios de la visita de Jimmy Carter. Ahora, igual que
pasó después de la visita del Papa, cuando el Partido inició
lo que llamaron el proceso de ''despapificación'', se producirá un
proceso de ``descarterización''.
Pero los tiempos han cambiado y la disidencia por primera vez ha elaborado
una ideología atractiva para todos, incluso los disidentes mudos dentro
del régimen, y Castro se vio obligado a difundirla. La frustración
de Fidel con Carter se reflejó en que lo despidió con su
vestimenta militar y no con el atuendo usual de jefes de estado en que le dio la
bienvenida. La mona, aunque se vista de seda, mona se queda.
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