Andrés Reynaldo.
El Nuevo Herald,
mayo 24, 2002.
Dicen que la magnitud del fuego se lee en las cenizas. Una semana después
de la visita del ex presidente Jimmy Carter a Cuba no podemos decir que dejara
atrás un incendio emancipador. (Algo que, por cierto, nadie esperaba.)
Pero la disidencia interna se reveló ante el mundo y los cubanos de la
isla en un descomunal chispazo de valentía, brillantez y talante
civilizado. Por primera vez en 43 años.
No cabe duda de que Fidel Castro obtuvo sus ganancias. Con la ayuda de
Carter, en un abrir y cerrar de ojos desmanteló las acusaciones de que
compartía conocimientos sobre armamento bacteriológico con Irán,
Libia e Irak. En verdad, el Departamento de Estado no pudo haberlo presentado de
peor manera. Agreguemos la consabida condena del ex mandatario al embargo. Una
carta de triunfo del régimen que contribuye a despojar de toda
racionalidad la política entre Estados Unidos y Cuba. Y donde no penetra
la razón, Castro gana.
El impacto de esa jornada en Estados Unidos no será inmediato, aunque
sí sustancial. A pesar de la falta de consenso entre demócratas y
republicanos respecto al embargo, disminuirán sus diferencias en cuanto a
derechos humanos, reclamos de reforma y apoyo a la oposición interna y
externa. Al poner pie de regreso, Carter no se mordió la lengua: ''Castro
no quiere perder el control del proceso'', dijo apesadumbrado. Por muy reacia
que sea la opinión pública liberal a modificar su frívola
percepción de Cuba, se verá enfrentada en cualquier debate serio
por las observaciones de primera mano de uno de sus campeones. Igualmente, se
echan los cimientos de un nuevo marco retórico para abordar a los
gobernantes cubanos en materia de libertades civiles.
Ahora bien, cualquiera que haya sido el beneficio para el castrismo, los
disidentes se llevaron la palma. El discurso de Carter en la Universidad de La
Habana inscribió el Proyecto Varela tanto en la escena nacional como
internacional.
Además, contenía tres puntos esenciales que ponen en
entredicho el tradicional discurso castrista: 1) Cuba no se ha enajenado del
modelo democrático estadounidense, sino del de Naciones Unidas, del cual
es signataria desde 1948. 2) El embargo es condenable, pero no debe atribuírsele
la ruina de la economía. 3) Si bien algunos artículos de la
Constitución garantizan los derechos de asociación, expresión
y movilización, por citar algunos, otras leyes los invalidan si
representan un desafío al régimen.
Puede que estas declaraciones suenen a perogrulladas entre muchos exiliados
y observadores extranjeros. Grave error. Cientos de miles de personas en la
isla, sobre todo los más jóvenes, nunca hubieran podido articular
al unísono estas nociones, desinformados por la aplastante y perenne
propaganda oficial. Una cosa es saber que tengo hambre y que la policía
me vigila; y otra es saber que tengo derecho a comer mejor y ser respetado por
las autoridades.
Por último, esta visita ha significado la consagración del
Proyecto Varela como la iniciativa más sutil, oportuna, generosa y viable
de la disidencia. De cara a este desafío, Castro ha de tomar posición
en los meses venideros. Debe pensarlo dos veces. Tiene en sus manos un
instrumento providencial para iniciar las transformaciones que su pueblo, su
entorno y la comunidad internacional piden a gritos. Quizás éste
sea el último tren hacia una tran-
sición pacífica. Ay de aquél que nos haga llegar tarde.
Como un relámpago en la sabana, apenas en seis días se les han
develado a los cubanos de dentro los rostros de sus nuevos próceres. Las
llamas no van a devorar de un zarpazo a la dictadura. Pero unas débiles
brasas han bastado para que el pueblo advirtiera, sobre el muro de la opresión,
esa mágica palabra que prodiga el pan y el vino, purifica la memoria y
dignifica el amor: libertad.
Ignoro si todo estaba en los planes de Carter. Parece que estaba en los
planes de Dios.
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