El retorno de
las transferencias
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - La segunda mañana del arribo de
las lluvias de mayo a esta Habana ya no tanto del picadillo de soya sorprendió
con la difusión de una noticia a través de la emisora Radio Reloj.
Según la misma, la dirección del servicio de transportes públicos
capitalino decidió reorganizar las rutas de autobuses sobre la base de "resucitar"
las transferencias.
Las transferencias son un sistema de abono de pasajes que permite a los
viajeros cambiar de ruta sin realizar un segundo e igual pago que el básico.
Desde el punto de vista de la organización de un sistema de transporte público
como el de Ciudad La Habana, posibilita unificar los flujos de pasajeros y de
este modo ganar en eficacia y rapidez, siempre y cuando los eslabones de la
cadena se hallen sincronizados. Más en el caso de La Habana, donde el
mencionado sistema depende exclusivamente de autobuses de diversos tipos.
Las transferencias tienen en la historia habanera larga data. Se emplearon
antes de 1959 e incluso hasta mediados de los 60 del siglo pasado, cuando por
ocho centavos de boleto básico y dos por uno de transbordo fue posible
beneficiarse de sus ventajas hasta que el gobierno de Fidel Castro hizo de las
acostumbradas suyas. Medidas populistas adoptadas durante la llamada "ofensiva
revolucionaria" de 1968 eliminaron el sistema de transferencias y
reorganizaron las rutas de transporte público a partir de una concepción
nombrada origen-destino, fundadas sobre rutas directas, que a la postre terminó
por desorganizar vías formadas históricamente. Debates de sobra
hubo a fines de los 80, e irónico humorismo también, a
consecuencia del caos en que cayó el sistema de transporte público
de La Habana.
Tales debates fueron interrumpidos por la llegada del período
especial, que prácticamente redujo a cero el transporte capitalino y
obligó a la ciudadanía a una práctica masiva del ciclismo,
en la modalidad de pedaleo sin calorías. Ahora, a más de diez años
del inicio de una era que parece no terminar, y cuando una supuesta recuperación
del transporte público debe ser entendida como menos del 50 por ciento de
aquello con lo que se contó (nada elogiable, por cierto) la reaparición
de las transferencias invita a meditar.
Hasta el momento no se conoce si el reordenamiento del flujo de transporte
sobre la base del sistema de transferencias logrará hacerse a partir de
lo que sustenta a este sistema: la sincronización de rutas, la cercanía
de paradas de tomar y dejar pasaje y el acoplamiento de los tiempos de viaje a
los cambios de luces de los semáforos. Cuando las rutas capitalinas
aparecían bajo transbordos sistematizados, todos estos factores fueron
tomados en cuenta, de modo que un viajero no se veía obligado a recorrer
grandes distancias para cambiar de autobús, y éstos llegaban en
tiempo a paradas a su vez sincronizadas con los cambios de los semáforos.
Semejante perfección no parece que pueda lograrse en las actuales
circunstancias capitalinas, donde un gigantesco metrobús (llamado
camello) puede ver disminuida su velocidad promedio por una caravana de los célebres
bicitaxistas, individuos que a puro pedal transportan pasajeros por lugares bien
populosos de la ciudad. Por otro lado, las autoridades de transporte de la
capital ya han expresado sus razones para retornar a las transferencias: existen
rutas de autobuses que sólo disponen de un carro. O sea, más bien
se trata de concentrar la escasez, que de marchar hacia la reorganización
en busca de eficiencia, entendida ésta como existencia de recursos bien
administrados.
Así las cosas, el retorno de las transferencias avisa, más que
de un avance, de la impotencia para un real ir hacia delante. Parece recurso
extremo, más que política bien concertada, donde el apoyo al ya no
despreciable sector de los transportistas privados pudiera integrar, junto al
servicio público, una alternativa racional para las actuales condiciones
de escasez de equipos de transporte.
Muy sintomático que el gobierno reprima a los privados y recurra a
las transferencias. Todo un síntoma de ausencia de voluntad política
resolutiva. Sin dudas, todo un síntoma.
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