Juana Rosa Pita.
El Nuevo Herald.
Mayo 23, 2002.
La isla que busca el corazón no puede estar en el espacio,
potencialmente devorable por el bosque nativo donde es endémica la
inercia o por los caminos demasiado anchos e intrincados de la selva
globalizada.
Ha de estar en el tiempo: mundo donde se abre la vida y respira profundo el
ser humano. Nada que ver con Jauja: el exceso de risa sin sentido es ya un modo
de muerte.
Isla errante, intermitentemente rodeada de realidad y sueño. Vergel
de la sonrisa bien fundada. La isla bienamada no es un trozo de tierra rodeado
de mar acariciante, ni siquiera es un lugar sino una relación, tan entrañable
que se hace indestructible, inexpugnable a quienes pretendan reducirla o dañarla,
en fin: patria y matria de la armonía en ciernes, país de plenitud
posible.
Isla jardín de encuentro largamente anhelado, diálogo vivo,
conversación que no ha de tener fin, entretejida de pausas y silencio, más
allá de la ausencia o la presencia.
Soportal de los sueños inconclusos, puerta del infinito, beso
inminente, siempre dándose mucho antes de cumplirse, y renovándose,
sostenida su eficaz duración hacia lo eterno.
Isla de tiempoamor, principio y fin de todo lo que alienta: sede del abrazo
sostenido sobre la lejanía. Cada quien tiene su Nuevo Mundo y el único
milagro posible es que dos almas o dos universos se afinen hasta concebirse y
coincidir en sí, manteniéndose entonados en medio del fluir y el
cambio y sin perder el ritmo por lo oscuro o lo veloz de los desplazamientos.
Así nace la isla-fe de unión y gozo perdurable. La ironía
se va desentendiendo avergonzada ante tanta esperanza compartida.
Las ínsulas, flotantes o de tierra firme, concretas o literarias, son
sólo metáforas de la isla invisible que entre dos anida: isla de
confianza en medio de la incerteza ambiente, rodeada está de tiempo. Su
masa crece cuando no estamos juntos y se convierte en puente levadizo: lejos de
separar nos une.
Isla de dos, cuna de lluvias, valle de melodías que imprime carácter
a quienes algún día la soñamos y es nuestra contraseña
oculta: mi Grial, mi Monsalvat, mi Antilia no necesita incomunicarse ni le teme
a peligros foráneos: su topos no es de tierra sino de albor mediante:
isla vibrante en fuga, a bordo las criaturas que la crean, amándose mejor
en continua expansión: fuente de la alegría, en fin, vitanovista,
nuestra.
Isla, lo dicho en clave de amor también va contigo y para ti. ¡Feliz
centenario, Cuba!
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