Daniel Morcate.
El Nuevo Herald.
Mayo 23, 2002.
Parece mentira que en la era del super cine en colores tantos sesudos
comentaristas insistan en presentarnos en blanco y negro la gira cinematográfica
de Jimmy Carter por Cuba. Como en la mayoría de las películas de
Hollywood, la visita del ex presidente norteamericano a la isla del espanto tuvo
algunas escenas rescatables entre muchas ordinarias y varias francamente patéticas.
Fue como ver de nuevo al Papa en Cuba, menos las misas y Gabriel García Márquez.
Precisamente el gran riesgo de la gira de Carter es el mismo que se corrió
con la de Juan Pablo II hace cuatro años, es decir, que se convierta en
una cortina de humo muy denso que desvíe la atención de posibles
soluciones reales al inveterado problema de la dictadura castrista. Me apresuro,
por cierto, a dar la bienvenida al bando de los escépticos nada menos que
al cardenal cubano, Jaime Ortega Alamino, quien por fin reconoció que en
Cuba ''no ha habido sustancialmente cambios grandes'' desde la visita papal y añadió:
''Analógicamente pienso que puede ser lo mismo con la visita de Carter''.
Tal vez son las palabras más sinceras y lúcidas que ha expresado
el camaleónico Ortega desde que lo ordenaron cardenal hace 20 años.
Lo anoto entre los logros digamos que indirectos del viaje de Carter.
Pero sin duda el mayor de esos logros fue el haber elevado el perfil,
nacional e internacionalmente, de los estoicos opositores cubanos, incluyendo
activistas humanitarios, políticos, periodistas y bibliotecarios
independientes. El insólito discurso de Carter en la Universidad de La
Habana cumplió ese objetivo y no, por cierto, por la zonza clasecita de
democracia y derechos humanos que impartió. La inmensa mayoría de
los cubanos sabe lo suficiente sobre ambos asuntos como para votar con los pies
y con los remos cada vez que se le presenta la ocasión. Lo significativo
del discurso fue la mención explícita del Proyecto Varela, que
propone un referendo sobre el futuro político de la isla y que, con gran
riesgo para su libertad personal e integridad física, valientemente
firmaron miles de cubanos. Algunos ciudadanos declararon a la prensa extranjera
que era la primera vez que habían oído hablar del tema, que hasta
ese momento el régimen había censurado con hermetismo.
Carter también dio un importante espaldarazo a los opositores al
reunirse con representates de diversas corrientes de pensamiento democrático.
Concluidos los encuentros, los opositores al unísono reconocieron la
seriedad con que el ex mandatario les escuchó. Su buena voluntad casi
excusa la incongruencia, lamentablemente común entre los promotores de la
democracia, de que les haya exhortado a unirse, como si la unión fuera un
mérito entre demócratas. Exhortar a los cubanos a unirse se me
antoja especialmente contraproducente, porque Cuba adolece de una crónica
unión artificial que los policías que la gobiernan imponen
literalmente a cantazos.
Del lado de los desaciertos hay que deplorar que Carter haya ido a colocarse
a la vera de Fidel Castro para hacer oposición a la política
exterior del gobierno de Estados Unidos a Cuba. Contrario a lo que han sostenido
algunos críticos vehementes, creo que un ex presidente tiene no sólo
el derecho sino el deber de ejercer oposición cuando así lo crea
conveniente. Pero fue triste ver a Carter transformarse en un Andrés Gómez
cualquiera al unirse a Castro en La Habana para condenar el embargo, elogiar las
dudosas conquistas de la revolución y negar que el régimen cubano
desarrolla la capacidad de usar armas biológicas tras una visita sumaria
a un centro de investigación en la isla. Este Carter seudocastrista nos
hizo recordar al que, hace más de una década, pidió a los
gobernantes aliados que no apoyaran la declaración de guerra del primer
Bush contra el Saddam Hussein invasor de Kuwait y genocida de kurdos.
El Carter en indumentaria de pelotero que se exhibió junto a Castro
inspiró vergüenza ajena, por lo menos a quienes aún
recordamos el lema con que el dictador estigmatizó su presidencia y le
amenazó con un éxodo incontenible de refugiados cubanos: ''Carter,
cab...,acuérdate de Girón''. ¿Se habrá percatado ya
nuestro personaje de que, como en el apogeo del circo romano, el emperador le
llenó por invitación el estadio latinoamericano de La Habana para
que asistiera a un juego de estrellas que ni siquiera estaba en el programa?
Pero lo más preocupante es la certeza de que Castro, sus cómplices
y sus apologistas usarán por largo tiempo la visita de Carter para dar la
impresión de que Cuba ya ha iniciado reformas políticas que
merecen recompensarse con gestos de tolerancia y aceptación por parte de
las naciones democráticas. Esta fue la estrategia que ensayaron tras la
visita del Papa. Su propósito es aplazar los cambios sustanciales que
demolerían a la dictadura y buscar los ansiados créditos
norteamericanos en momentos en que casi todos los acreedores tradicionales de
Cuba se han cansado de echar recursos en un barril sin fondo.
Aunque modesta, la llamada ''Iniciativa para una Nueva Cuba'' que anunció
el presidente Bush el pasado lunes constituye un ejemplo de la política
realista y sensata que debería seguir cualquier gobierno que en serio se
proponga ayudar a democratizar a Cuba. Se trata de una respuesta firme a un
enemigo incorregible y tenaz, al que sin embargo se le deja entreabierta la
puerta para que recapacite y acepte reformas democráticas. Al recetario
de Carter, que en última instancia propone el levantamiento incondicional
de sanciones norteamericanas, le faltó una mezcla similar de sensatez,
firmeza y flexibilidad.
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