Parques
capitalinos
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Los parques de barrio están como
todo en Cuba: destruidos. Al lamentable deterioro escapan unos pocos por
encontrarse demasiado expuestos a los ojos del turista extranjero: Parque
Central, de la Fraternidad, Plaza de Armas y algunos otros que se cuentan con
los dedos de una mano. El estado de los parques de barrio es desastroso. Más
de cuatro décadas de errores y horrores pesan demasiado.
Los bancos de los parques dejaron de serlo desde el día en que
alguien descubrió que los de granito constituían una excelente
meseta de cocina. Sus luminarias y bombillas son objeto de sistemático
pillaje acrobático. Me pregunto, al ver esos postes enormes, cómo
es posible que alguien arriesgue su vida por tan poca cosa. La necesidad hace
parir hijos machos.
En lo que antes fue un césped bien podado hoy crece el romerillo y la
caña santa. La hierba buena fue desplazada por la mala hierba (hermana
gemela del comunismo). De vez en cuando la dirección de comunales hace
algún esfuerzo por arrancarla, pero la hierba mala es difícil de
eliminar.
En el área donde otrora había equipos de juego para niños,
queda el recuerdo de un pequeño arenal con algunos hierros oxidados. Las
aceras agrietadas y con huecos han resistido mejor los embates. Sólo el
viejo y robusto árbol puede hoy, con orgullo, mostrar su tronco
inconmovible.
La queja y el dolor de los parques se hace mayor en las noches. Entonces
dejan de ser lugares de disipación y descanso para transformarse en algo
diferente, opuestos a su noble propósito. Las sombras nocturnas reúnen
a los jóvenes en torno a la botella de ron barato, acompañada de
pastillas excitantes al contacto con el alcohol. Esta combinación
propicia riñas que a veces desembocan en hechos sangrientos.
Las violaciones también se han hecho presentes con su dañina
carga física y moral. Robos, asaltos y hasta asesinatos son conductas
criminales que se ejecutan al amparo de la oscuridad de los parques. Testigos
mudos del pasado, de tal manera que algunos resultan imprescindibles para
escribir la historia. Más aún: los parques tocan directamente la
sensibilidad de cada ciudadano.
Cuando atravieso lo que queda del parque de mi barrio no puedo evitar la
pena. Pero, ya por la noche, al recostar mi cabeza en la almohada, la nostalgia
se desvanece. Sí, estoy seguro, no me cabe dudas, que sobre su césped
quemado renacerán los jazmines y florecerán rosas blancas algún
día.
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