Carilda: la
mujer prohibida
Tania Díaz Castro
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Carilda Oliver Labra es una poetisa
cubana nacida en Matanzas en 1922. Por los años cincuenta, durante la
dictadura de Fulgencio Batista, obtuvo diversos premios literarios y publicó
varios libros de versos. Los más conocidos fueron Al sur de mi garganta
(1949) y Memoria de la fiebre (1958). Pero como ocurrió a otros
escritores de renombre (Agustín Acosta, Francisco Riverón Hernández,
Dulce María Loynaz, y otros), Carilda cayó en desgracia con el
triunfo revolucionario de Fidel Castro y estuvo prohibida durante casi veinte años.
A partir de 1960 y hasta 1978, Carilda fue marginada por orden del alto
mando político del gobierno castrista. Se le reprochaba que no hubiera
querido vestir el uniforme de miliciana, no asistir a las reuniones del Comité
de Defensa de la Revolución de su cuadra, no hacer trabajo voluntario en
el campo los fines de semana y, sobre todo, haber puesto como excusa sus
espejuelos rotos para no asistir al Primer Congreso de Escritores y Artistas de
Cuba, celebrado en agosto de 1961 e invitada por el propio poeta Nicolás
Guillén.
Yo la recuerdo por los años cincuenta y sesenta, feliz y joven aún.
Todavía no se le había perdido un hombre a mi querida amiga ni la
había visitado el poeta Miguel Barnet, enviado por la Unión
Nacional de Escritores y Artistas de Cuba sólo para medir su estado de ánimo
y su disposición en aceptar el reingreso a esa organización, lo
que ocurrió en 1978, un año después de haber sido yo
separada de su membresía, con tres libros de poesía editados.
La última vez que conversé con Carilda fue para hacerle una
entrevista que se publicaría en la revista Bohemia en los primeros meses
de 1968. Sin rencor ni vanidad se brindó gustosa para ocupar un espacio
en la sección periodística Arte y Literatura, que salía de
forma mensual en esa publicación.
Al cabo de un mes me vi precisada a informarle a Carilda que el Comité
Central del partido gobernante de Cuba no había dado la aprobación
para que el artículo fuera publicado. En cambio, al poco tiempo y en las
mismas páginas de Bohemia aparecía un escrito de Loló de la
Torriente disfrazando a la poetisa de revolucionaria y sin mencionar para nada
la marginación que sufría, aspecto de su vida que sí aparecía
en mi entrevista.
Veintisiete años después Carilda envió a mi casa a su
biógrafo, el escritor Urbano Martínez Carmenate, para que yo le
contara lo sucedido en Bohemia, algo que al parecer tenía muy presente.
La biografía de Martínez Carmenate, titulada Carilda Oliver:
la poesía como destino, ha sido condenada al silencio por la propia
poetisa, quien puso a disposición del biógrafo su archivo personal
y largas horas de conversación durante tres años.
La autora de Se me ha perdido un hombre, ha llegado al colmo de no permitir
la distribución del libro Crónicas del Polvo, editado por la Casa
Maya de la Poesía, en México, y donde Martínez Carmenate
envió algunos capítulos de su obra mucho antes de que Carilda se
opusiera a divulgar la historia de su vida.
A juicio de quienes conocen el hecho, Carilda tiene miedo. Y yo me pregunto:
¿miedo a qué? ¿Miedo a ser marginada nuevamente? ¿Miedo a
perder los cien dólares mensuales que recibe del gobierno como ayuda económica
luego de habérsele asignado el Premio Nacional de Literatura? ¿Miedo
a herir a un régimen político que la despreció durante casi
veinte años? ¿Miedo a la actual imagen que pudiera reflejar su
espejo? ¿Miedo a denunciar al mundo las violaciones a sus derechos como
escritora y ciudadana de Cuba?
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