Vicente Echerri.
El Nuevo Herald. Mayo 16, 2002.
Las declaraciones del ex presidente Jimmy Carter en Cuba --al menos hasta el
momento en que esto escribo-- han pasado de ingenuas a lamentables. El elogio de
Carter a los manidos ''logros'' de ese país en los terrenos de la salud,
la educación y la cultura bien podrían entenderse como un
deliberado espaldarazo al castrismo si no fueran, más bien, la reiteración
de un consagrado lugar común. Un hombre que alguna vez se sentó
--por falta de visión del electorado, ciertamente-- en la silla más
poderosa de la tierra tiene, o quiere tener, tan mala información como la
de cualquier profesorcillo o activista de izquierda.
Pero Carter no está solo. No hace tanto el secretario de Estado,
Colin Powell, hacía parecidos comentarios y, antes que él, el
presidente Bill Clinton, en dos ocasiones, repitió esa muletilla de los
logros ''en la medicina y la salud''. A veces, hasta los disidentes del
castrismo reiteran lo que ya algunos tienen por verdad apodíctica (es
decir, cierta, evidente y demostrada).
Los logros de un país, o de una institución, no pueden
evaluarse en términos absolutos, al margen de la sociedad donde se
producen, ni de los costos materiales y humanos que se pagan por ellos, ni de
los resultados que mediante ellos se obtienen. El automóvil del obrero
alemán, el Volkswagen, fue, por ejemplo, un logro concreto del régimen
nazi, con sus indubitables ventajas de espacio y de costo que aún
perduran medio siglo después; como lo fueron también los avances
que Alemania hizo en esa época en diversas disciplinas científicas;
pero nadie se atrevería, sin mala fe, a destacar esos aspectos positivos
fuera del contexto de una tiranía atroz que quiso sojuzgar al mundo y
asesinó a millones de personas en el intento, ni mucho menos utilizarlos
para legitimar la existencia del régimen que los concibió.
En materia de salud pública y educación Cuba había
avanzado mucho antes de la llegada del castrismo al poder; lo prueban las tasas
de mortalidad de los cubanos, las instituciones hospitalarias con que ya contaba
el país, la calidad de sus profesionales de la salud, el número de
éstos por habitante, etc.; y lo mismo podría apuntarse en el
terreno de la educación. Si partimos de esta premisa (y no, como tantos
creen, de un estado de insalubridad e incultura semejante a los países más
atrasados de Centroamérica), lo alcanzado después decrece en
importancia. Si a esto se agrega que el incremento en estos campos se hizo desde
la gestión de un gobierno que controlaba enteramente los recursos y la
economía nacionales, el esfuerzo se reduce aún más (los
gobiernos anteriores habían dependido de las contribuciones impositivas,
de suyo bastante precarias; en tanto el régimen de Castro se adueñó
absolutamente de todo). Ahora bien, si el empeño en las instituciones
educativas y sanitarias se produce en una sociedad minada por la violencia política
y la corrupción, amordazada por la censura; contaminada por una ideología
demencial, en la que el ciudadano es reducido a poco menos que una cosa; la
educación, en el sentido más amplio e integral del término
deja de existir; en su lugar quedan tan sólo las escuelas; pero si esas
escuelas están plantadas --como también los hospitales-- en medio
de un sistema que no estimula de suyo el crecimiento económico y que, por
el contrario, agrede la sana economía que siempre se deriva de la
iniciativa individual, tales escuelas y hospitales --tanto en su estructura
organizativa como física-- no tardan en agrietarse y en disminuir
sensiblemente su eficacia, reduciendo los logros celebrados a su dimensión
real de vergonzosos fraudes. Independientemente de que el afamado Instituto de
Biotecnología de Cuba produzca tales o más cuales vacunas; o de
que una escuela especializada obtenga notables promociones; como un todo,
considerando el contexto y el precio, los ''logros'' de la revolución
castrista son falsos. Esto es algo que deberían saber Carter, Clinton,
Powell y todos los que, de manera un tanto festiva, se han atrevido a
mencionarlos.
Creo, sinceramente, que no hay nada redimible, nada que merezca la pena
resaltar como fruto positivo del experimento castrista. Otras dictaduras --en
España, en Chile, en Singapur-- han agredido la libertad política,
pero han alentado la economía; han reprimido la expresión del
pensamiento, pero han impuesto normas de conducta moral. En Cuba, donde no
parece quedar nada a salvo de la ineficacia y el envilecimiento, lo que ha
ocurrido es un naufragio nacional inducido por una pandilla de criminales.
Aceptar cualquier ''logro'' fraudulento de esa pandilla es ser su cómplice.
© Echerri 2002 / El Nuevo Herald |