Por M. Martín Ferrand. ABC,
España. Mayo 16, 2002.
¿Se puede ser más zonzo que Jimmy Carter? Se puede, la
naturaleza no marca límites a la escasez de los zotes. Otra cosa es que
no se conozcan casos. En sus días de Casa Blanca decían en
Washington, para definir al personaje, que era incapaz de mascar chicle y de
caminar a un mismo tiempo. Se quedaron cortos. Su viaje a Cuba, un caso claro de
síndrome de abstinencia en la adicción a la gloria, acredita al
personaje como un inmenso bobalicón con manías de grandeza. Ir a
predicarle a Fidel Castro la Declaración Universal de los Derechos
Humanos y la Carta Democrática Iberoamericana es demasiado, incluso para
un fabricante de crema de cacahuetes que se aburre en la paz de los setenta y
ocho años cumplidos.
No se le puede discutir a Carter su condición de buen demócrata
-de convicción y de militancia- y menos todavía negar sus
esfuerzos como presidente de los EE.UU. en favor de la paz, algo difícil
en el final de los Setenta; pero este último espasmo viajero, ante un
Castro que tiene muy dicho en sus cuarenta y tres años de tiranía
lo que le interesan las libertades públicas según el modo
occidental, es menos que un brindis al sol en día de aguaceros. Todos
deseamos, no faltaba más, una Cuba que se incluya en la comunidad democrática
mundial; pero ir a decírselo a Castro, en La Habana, en vísperas
de la Cumbre de Madrid que mañana y pasado acogerá a
representantes de cincuenta y dos países europeos e iberoamericanos es
algo que cabe, del mismo modo, en el infantilismo que en la perversión.
Si bien se mira, los efectos del viaje cubano de Carter sobre la II Cumbre
euro-latinoamericana resultan más negativos, en su lectura política,
que el ruido que puedan hacer en sus manifestaciones los inevitables grupos
antiglobalización que, desde su debut en Seattle, han descubierto una
nueva forma de turismo contestatario. Carter es rico por su casa y sus
cacahuetes; pero, ¿quién financia a los alborotadores que ya
empiezan a llegar a Madrid? Dicen que quieren mostrar «la América
latina que no se ve». ¿La de Fidel Castro, la de Hugo Chávez? ¿Quizás
la de la desesperación a la que conduce en Argentina el fascismo
populista?
El muy deseable entendimiento entre Europa e Iberoamérica, el que hoy
lidera Aznar y en el que cooperan Chirac, Blair, Schröder, Berlusconi... y
la práctica totalidad de los grandes líderes de los dos
continentes, sólo puede tener un punto de apoyo: la democracia. De ahí
la torpeza, especialmente inoportuna, de Jimmy Carter en su viaje de boy scout
septuagenario a la república comunista decana entre las del mundo. Darle
cuartel a un dictador implacable como Castro es tanto como negar el esfuerzo
mundial por la paz verdadera y la convivencia en libertad. |