CUBANET .INDEPENDIENTE

14 de mayo, 2002


Un manisero en La Habana

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Bien atrás quedaron los tiempos en que el diario oficioso Granma publicaba caricaturas ofensivas del entonces presidente de Estados Unidos Jimmy Carter o en que la oficiosa Bohemia mencionaba despectivamente al inquilino de la Casa Blanca mediante un mote referido a empresas de su propiedad: El Manisero de Plains.

Cuidadito, periodistas oficiosos cubanos, con atreverse a publicar semejantes chistecitos después de lo ocurrido en la mañana del 12 en el aeropuerto José Martí: Jimmy Carter en La Habana, tratado como "excelentísimo señor" y con Fidel Castro de cuello y corbata. Que a nadie se le ocurra cierta crisis de los Mig-23, y mucho menos rememorar que durante el mandato del estadounidense más de 120 mil cubanos "echaron un pie" por el Mariel.

El tiempo, el implacable, otorga a las personas la oportunidad de hacer valoraciones más equilibradas. Los terríficos Mig-23 clasifican como "aviación obsoleta" y la llamada escoria del Mariel hoy forma parte de una emigración salvadora, porque envía a la isla más de mil millones de dólares al año en remesas familiares.

Nadie, absolutamente nadie se atreva a publicar chistecitos, que la cosa es bien seria. Jimmy Carter en La Habana, quizás para demostrar que un simple productor y vendedor de maní puede llegar a ser un adalid de la paz aunque en el caso cubano se pase por la ironía de que el ayer insultado devenga buscando aval de que en Cuba no se producen armas biológicas. Son ironías, encantadoras y deliciosas ironías de la Historia, buenas para comprender el particular escenario al cual arriba el norteamericano.

Vladimiro Roca, el único firmante del documento alternativo La Patria es de Todos que aún permanecía encarcelado, tiene motivos para agradecer. Una semana antes de la llegada de Carter fue liberado, en una de esas curiosas coincidencias cubanas cuyo resultado concreto ha sido librar al estadounidense del compromiso embarazoso de pedir a Castro la libertad del ahora ex prisionero de conciencia.

Carter en La Habana en son de paz y ante otra curiosidad: días atrás, los promotores del Proyecto Varela presentaron ante la Asamblea Nacional del Poder Popular las diez mil firmas exigidas por la ley para erigirse en iniciativa ciudadana a favor de libertades como las de expresión y asociación, reprimidas por Fidel Castro. Se les puede criticar por razones de estrategia y táctica políticas, como muchos lo han hecho. Pero no se puede desconocer el hecho terco que se imbrica con la presencia de Carter.

Diez mil firmantes del Proyecto Varela significan no sólo diez mil personas públicamente comprometidas, en las represivas condiciones del totalitarismo cubano, con una iniciativa a favor de hacer transitar a Cuba hacia un régimen de normas políticas internacionalmente aceptadas. Son, a la vez, diez mil ciudadanos que por haber rubricado ese compromiso sobre la base de la aceptación de la Constitución de 1976, se han pronunciado explícita o implícitamente en contra de la política de sanciones económicas unilaterales de Estados Unidos de América a Cuba, por cuanto dicho rechazo se encuentra contenido en el texto constitucional.

Así las cosas, ya no se trata de que Juan Pablo II haya calificado a esas sanciones de éticamente inaceptables. Si alguna vez alguien abogó por hacer una encuesta entre cubanos independientes para conocer el verdadero pensamiento al interior de la isla sobre el embargo norteamericano y sus derivados, tiene en el Proyecto Varela la mejor de esas encuestas, por la propia lógica interna del proyecto. Y si no, presenten los partidarios de las sanciones algo mejor.

Entonces, como para colmar la copa, un manisero en La Habana, acreditado como mediador capaz en situaciones de conflicto y dueño de una voz precursora y escuchada que, probablemente, luchará por hacer ver que lo profundo siempre se revela a través de las concatenaciones, las cuales hoy parecen manifestar que la presencia de Carter en Cuba es, como veinte años atrás su compleja relación con la isla, el signo de otros tiempos, la intrínseca invitación de no despreciables intereses políticos y económicos a aceptar que otra política estadounidense hacia Cuba sí puede provocar al interior de la isla lo que Thomas Friedman ha llamado "globalución".

A Carter se le considera dentro de Cuba como el presidente norteamericano que más perjuicios políticos ocasionó al mandato unipersonal de Castro. Más que por intención, por haber hecho avanzar las relaciones entre los dos países hacia determinados acercamientos irreversibles. Por ello, opino que el reto del estadounidense no será, como se dice en castellano de Cuba, hacer "cantar el manisero" a Fidel Castro. Su desafío es otro: unir a quienes aspiran a disparar resortes internacionales o de política interna de Estados Unidos que estimulen el tránsito de Cuba hacia un status de Primer Mundo, donde será Castro un mero incidente de la historia nacional, provocado más por un ser incompleto como nación que por el desvío de un sino como identidad de país.

Si Carter lo logra, Dios lo bendiga.


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