Un manisero
en La Habana
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Bien atrás quedaron los tiempos
en que el diario oficioso Granma publicaba caricaturas ofensivas del entonces
presidente de Estados Unidos Jimmy Carter o en que la oficiosa Bohemia
mencionaba despectivamente al inquilino de la Casa Blanca mediante un mote
referido a empresas de su propiedad: El Manisero de Plains.
Cuidadito, periodistas oficiosos cubanos, con atreverse a publicar
semejantes chistecitos después de lo ocurrido en la mañana del 12
en el aeropuerto José Martí: Jimmy Carter en La Habana, tratado
como "excelentísimo señor" y con Fidel Castro de cuello
y corbata. Que a nadie se le ocurra cierta crisis de los Mig-23, y mucho menos
rememorar que durante el mandato del estadounidense más de 120 mil
cubanos "echaron un pie" por el Mariel.
El tiempo, el implacable, otorga a las personas la oportunidad de hacer
valoraciones más equilibradas. Los terríficos Mig-23 clasifican
como "aviación obsoleta" y la llamada escoria del Mariel hoy
forma parte de una emigración salvadora, porque envía a la isla más
de mil millones de dólares al año en remesas familiares.
Nadie, absolutamente nadie se atreva a publicar chistecitos, que la cosa es
bien seria. Jimmy Carter en La Habana, quizás para demostrar que un
simple productor y vendedor de maní puede llegar a ser un adalid de la
paz aunque en el caso cubano se pase por la ironía de que el ayer
insultado devenga buscando aval de que en Cuba no se producen armas biológicas.
Son ironías, encantadoras y deliciosas ironías de la Historia,
buenas para comprender el particular escenario al cual arriba el norteamericano.
Vladimiro Roca, el único firmante del documento alternativo La Patria
es de Todos que aún permanecía encarcelado, tiene motivos para
agradecer. Una semana antes de la llegada de Carter fue liberado, en una de esas
curiosas coincidencias cubanas cuyo resultado concreto ha sido librar al
estadounidense del compromiso embarazoso de pedir a Castro la libertad del ahora
ex prisionero de conciencia.
Carter en La Habana en son de paz y ante otra curiosidad: días atrás,
los promotores del Proyecto Varela presentaron ante la Asamblea Nacional del
Poder Popular las diez mil firmas exigidas por la ley para erigirse en
iniciativa ciudadana a favor de libertades como las de expresión y
asociación, reprimidas por Fidel Castro. Se les puede criticar por
razones de estrategia y táctica políticas, como muchos lo han
hecho. Pero no se puede desconocer el hecho terco que se imbrica con la
presencia de Carter.
Diez mil firmantes del Proyecto Varela significan no sólo diez mil
personas públicamente comprometidas, en las represivas condiciones del
totalitarismo cubano, con una iniciativa a favor de hacer transitar a Cuba hacia
un régimen de normas políticas internacionalmente aceptadas. Son,
a la vez, diez mil ciudadanos que por haber rubricado ese compromiso sobre la
base de la aceptación de la Constitución de 1976, se han
pronunciado explícita o implícitamente en contra de la política
de sanciones económicas unilaterales de Estados Unidos de América
a Cuba, por cuanto dicho rechazo se encuentra contenido en el texto
constitucional.
Así las cosas, ya no se trata de que Juan Pablo II haya calificado a
esas sanciones de éticamente inaceptables. Si alguna vez alguien abogó
por hacer una encuesta entre cubanos independientes para conocer el verdadero
pensamiento al interior de la isla sobre el embargo norteamericano y sus
derivados, tiene en el Proyecto Varela la mejor de esas encuestas, por la propia
lógica interna del proyecto. Y si no, presenten los partidarios de las
sanciones algo mejor.
Entonces, como para colmar la copa, un manisero en La Habana, acreditado
como mediador capaz en situaciones de conflicto y dueño de una voz
precursora y escuchada que, probablemente, luchará por hacer ver que lo
profundo siempre se revela a través de las concatenaciones, las cuales
hoy parecen manifestar que la presencia de Carter en Cuba es, como veinte años
atrás su compleja relación con la isla, el signo de otros tiempos,
la intrínseca invitación de no despreciables intereses políticos
y económicos a aceptar que otra política estadounidense hacia Cuba
sí puede provocar al interior de la isla lo que Thomas Friedman ha
llamado "globalución".
A Carter se le considera dentro de Cuba como el presidente norteamericano
que más perjuicios políticos ocasionó al mandato
unipersonal de Castro. Más que por intención, por haber hecho
avanzar las relaciones entre los dos países hacia determinados
acercamientos irreversibles. Por ello, opino que el reto del estadounidense no
será, como se dice en castellano de Cuba, hacer "cantar el manisero"
a Fidel Castro. Su desafío es otro: unir a quienes aspiran a disparar
resortes internacionales o de política interna de Estados Unidos que
estimulen el tránsito de Cuba hacia un status de Primer Mundo, donde será
Castro un mero incidente de la historia nacional, provocado más por un
ser incompleto como nación que por el desvío de un sino como
identidad de país.
Si Carter lo logra, Dios lo bendiga.
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