A paso de
bastón: Tres Chinitos
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Tres Chinitos es uno de los
restaurantes más populares del Barrio Chino de La Habana, aunque en su
menú no se incluyen especialidades como el arroz frito. Su menú se
concentra en las pastas alimenticias asociadas a la cocina italiana. Por ello,
la carta del establecimiento hace una importante aclaración histórica:
las pastas fueron creadas por los hijos del Celeste Imperio unos 1000 años
antes del nacimiento de Cristo, y dadas a conocer en Europa por Marco Polo.
Tres Chinitos ha devenido uno de los sancta santorum de los habaneros
comilones y solventes en dólares. Todas sus especialidades se sirven a lo
Pantagruel, a precios en moneda convertible que el vulgo dolarizado considera
razonables, y tómese nota de la existencia notable de ese sector. Una
pizza de más de treinta centímetros de diámetro oscila
entre tres y cinco dólares, de ellas se ofrecen unas 15 variedades, todas
abundantísimas en jamones, quesos y mariscos. Se peca de gula en Tres
Chinitos, y se aconseja comer con esa parsimonia que los asiáticos asumen
filosofalmente.
Por ver está si los gerentes del restaurante captaron una señal
del mercado: en país de hambre histórica, por lo menos referida al
deseo de comer lo que cada quien quiera, un servicio diseñado para
golosos tendrá éxito asegurado. La línea de personas en
espera para entrar a Tres Chinitos así lo demuestra, como si se hubiera
divulgado a los cuatro vientos la divisa "coma hasta hartarse y además
lleve para la casa".
Pocos extranjeros son visibles cada noche en Tres Chinitos. Dos, tres en un
salón de más de cincuenta comensales por turno digestivo.
Prefieren spaguetti y verduras, en tanto que la aplastante mayoría de
cubanos se consagra a las pizzas pantagruélicas, a las cremas
desbordadas, a las lasagnas altas como torres. La gula, la gula cubana tras la
cual se esconde el hambre.
Tres Chinitos tiene sus curiosidades: además de precios relativamente
bajos para la cantidad y calidad de la comida, es uno de los pocos restaurantes
habaneros donde se incluye el servicio take out (para llevar) en la forma
exigida por un estar civilizado. Una pizza "para llevar" será
entregada en una bella caja azul. Por su parte, los meseros poseen tremendo ojo
para detectar a los clientes "de clase". Según parece, se
sienten estimulados al atenderles, quizás cansados del espectáculo
que allí pueden dar ciertos "borregos de oro".
Sin embargo, Tres Chinitos ofrece una interesante pista de cómo tras
la gula cubana se encuentra un tipo especial de hambre. No la del Cuarto Mundo,
sino la propia de un país donde la familia promedio ha de gastar la mitad
de su presupuesto en comprar alimentos, ha afirmado un economista como el Premio
Nacional de la especialidad Alfredo González.
Tres Chinitos, además, permite observar cómo se perciben en la
Isla ciertas prácticas gastronómicas hoy normales. No sólo
por incluir el servicio "para llevar" mediante la emblemática
caja azul, sino por también atender a la solicitud de envasar en una
bolsa de nylon "lo que queda en la mesa", para gozar de un segundo
round en la comelata, ya hogareño. Muchos clientes así lo piden,
pues por lo general no pueden consumir del todo lo ordenado. La magnificencia de
la carta les induce al exceso de menú, algo llamado en Cuba "comer
con los ojos".
A su vez, el trasiego de bolsas provoca las críticas de otros
clientes, para quienes el hecho se asocia a un extraño y quizás
desagradable retorno a los cubanos 70 del siglo pasado, cuando las familias iban
a los restaurantes para sumar algo al -ayer y hoy- magro, muy magro
racionamiento alimenticio de más de 40 años en "el poder".
Por entonces, la gente llevaba a escondidas todo tipo de envases para cargar con
parte de la cena, y a veces con la cena entera. Surge así, en Tres
Chinitos, la paradoja de sentir a lo moderno como antiguo, a lo bueno como malo,
cual si un tipo de hambre llegare tan lejos como para invertir los valores de
una cultura del yantar.
Cenar en Tres Chinitos, de este modo, pasa por aceptar el reto de no perder
la concentración ante el crujir de las bolsas de nylon. Aunque, por lo
menos a mí, una deliciosa pizza de jamón, queso y piña me
mantuvo bien absorto. Sólo, sólo en la sobremesa el ruidillo me
dio pie para recordar aquellos días de los 70, y meditar sobre las
entretelas de un hambre especial e histórica.
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