Enrique Patterson.
El Nuevo Herald,
mayo 6, 2002.
La comparecencia de Castro en la TV cubana a propósito del diferendo
diplomático entre Cuba y México puede considerarse una pieza histórica
exquisita. Que recuerde, en los cuarenta y tres años de permanencia en el
poder sólo en tres ocasiones Castro se ha planteado --de hecho o retóricamente--
la posibilidad de renunciar. El análisis de los contextos donde Castro ha
amenazado con la posibilidad de la renuncia indica cómo ha percibido su
relación con el pueblo cubano y el nivel de respeto que, en cada momento,
ha tenido por éste.
El primer amago de renuncia, el único con algún viso de
efectividad, fue a inicios de la revolución, cuando se propuso prescindir
del presidente Urrutia. Nombrado al cargo por el líder, Urrutia carecía
--como el propio Castro-- de legitimidad democrática. Pero mientras
Castro portaba la legitimidad premoderna de la heroicidad y la victoria, Urrutia
carecía de todas. Su legitimidad se basada en el apoyo del mesías.
A los ojos del líder se hacía inaceptable que semejante
''presidente'' actuara con remilgos legalistas sobre la conveniencia de aprobar
determinados decretos surgidos de la voluntad del guerrillero. Castro, sabedor
de que contaba con el apoyo popular, renuncia ante la única institución
que demostró apreciar, las cámaras de la TV, mientras sus
seguidores se encargaban de alentar al populi a lanzarse a las calles en señal
de protesta. Manipulación mediante, al menos esta única vez, si la
maniobra carecía de sustento legal (Castro era el líder, no el
presidente) implicaba un reconocimiento y aun cierto respeto por la opinión
pública cubana.
La segunda vez que Castro se planteó en público la posibilidad
de renunciar fue luego del fracaso de su más preciado proyecto de
desarrollo económico, y no puede decirse que no existiera al menos cierta
autenticidad al respecto en su estrategia de desarrollo. Mientras el socialismo
estilo ruso argumentaba que el despegue económico de los países
que se proponían abandonar la pobreza debía basarse en la
industria pesada, los emergentes capitalismos de Asia optaban por la industria
ligera y las nuevas tecnologías. El resultado de ambas opciones se
aprecia en la diferencia entre los actuales niveles de desarrollo de Taiwan y
Bulgaria.
Un líder de la ''originalidad'' de Castro no podía seguir
caminos ajenos; por eso, y por una auténtica pasión de museólogo,
ideó que la Cuba socialista debía repetir la hazaña de la
sacarocracia cubana del siglo XIX, convirtiendo la isla en la potencia mundial
de los almíbares. Además de azúcar, en l970, estábamos
llamados a construir un socialismo de aguardiente, melao, miel de purga y
raspadura. El país se convirtió en un complejo agroindustrial
azucarero en bancarrota.
Las únicas hazañas relacionadas al proyecto fueron una de
orden musical y otra intelectual. Juan Formell fundó Los Van Van y, no
por casualidad, Moreno Fraginals publicó su crítico estudio del
siglo XIX cubano y del país --El ingenio-- en clave azucarera. En el
ingenio castrista, como en el siglo XIX, ''la nación de nuevo se
sacrificaba a la plantación'' y a la restricción de las
libertades.
En Santiago de Cuba Castro reconoció en público ser el único
responsable del fracaso de ''la zafra de los 10 millones'' y expresó que,
si el pueblo se lo pedía, estaba dispuesto a renunciar. En aquella
concentración no había una legítima representación
del pueblo, sino una masa frenética de seguidores. Cuando la masa
enardecida gritaba ¡nooooooooo!, el líder quiso entender que aquella
gente representada a toda la ciudadanía.
A pesar de sus estudios de leyes, Castro desconocía que la voluntad
ciudadana sólo se puede medir en un referendo donde sin temor ni
represalias se pudiera discutir su permanencia en el poder y, para ello, era más
apropiada una elección libre. No obstante, aun en el imaginario de
Castro, el referente de la renuncia estaba constituido por su fracaso ante el
pueblo cubano. El respeto había desaparecido, pero el referente --el
pueblo cubano-- aún estaba en pie.
Esta vez ha desaparecido el referente. Castro les dice a los mexicanos que
se compromete a renunciar a todos sus cargos y responsabilidades en Cuba si lo
que les está diciendo respecto a su conversación con el presidente
Fox no es cierto. Es posible que esto sea una manipulación. Sin embargo,
es evidente que el referente y hasta el respeto ha sido trasferido hacia los
mexicanos.
Un error o una mentira con los mexicanos lo impulsarían a renunciar a
sus autocargos en Cuba. ¿Cuántos periodos especiales deben ocurrir,
cuántos cubanos deben emigrar al de-
sierto de Gobi, cuántos niños y civiles desarmados deben
hundirse en un remolcador en las aguas del golfo, cuántos marieles y
guantánamos son necesarios para que Castro tenga con el pueblo cubano un
gesto semejante al que ha tenido con los mexicanos?
¿Hasta dónde tiene Castro que fracasar y mentir ante los cubanos
para plantearse, aunque sea de modo retórico, la posibilidad de la
renuncia?
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