Prisiones
en Cuba
Los riesgos
de la lucha clandestina (III)
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Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Martha Caridad se mostraba cautelosa en
la cárcel. No quería buscarse problemas adicionales a los
inevitables. Tampoco podría permitir que se abusara de ella. Mantener
este equilibrio se convertiría en su mayor preocupación durante
los meses que se avecinaban.
Las discusiones en la prisión entre las reclusas se producían
por cualquier menudencia. Este fenómeno se explica debido a las tensiones
a que están sometidas infelices durante su encierro, y la sensación
permanente de inseguridad física y mental.
"Las peleas entre confinadas -comenta Martha- eran violentas. En
general no se utilizaban instrumentos cortantes de fabricación artesanal,
y siempre terminaban con la intervención de las celadoras, que la emprendían
a golpes con las reclusas que se encontraban cerca de la riña. Las
protagonistas de la pelea iban a parar a la celda de castigo. Recuerdo un caso
en que intervino el teniente Roberto, jefe de orden interior del penal. El
oficial le propinó una patada tan fuerte en el seno a una presa que ésta
cayó al suelo en medio de convulsiones y gritos hasta que se desmayó.
No recibió atención médica y la llevaron a rastras al
calabozo. Desconozco los motivos que originaron la riña. Yo tuve
discusiones con algunas reclusas comunes porque intentaron robarme las
pertenencias. En la cárcel tienes que ser fuerte para que te respeten".
Es significativo el método que utilizaban las militares para nombrar
a las responsables de imponer la disciplina dentro de la prisión. Al
respecto, Martha Caridad señala:
"Las jefas de destacamento y galeras eran seleccionadas por la dirección
de la penitenciaría entre las prisioneras que presentaban "mejor
aval": fortaleza física y agresividad, bajo nivel cultural, largas
condenas por homicidio. Los incidentes que se producían con mayor
frecuencia eran el robo y las peleas por deudas de juego. Las jefas de
destacamentos solucionaban esto suspendiendo las visitas familiares, los
pabellones conyugales o te enviaban a solitaria, además de que te
propinaban un buena paliza. Estas jefas tenían bajo su protección
a otras reas. Protección que no era gratuita. A cambio obtenían
dinero o una parte de los alimentos que recibían las presas de sus
familiares, o eran forzadas a sostener relaciones homosexuales".
Las condenadas por hechos de sangre se encontraban recluidas en
destacamentos separados del resto para evitar conflictos graves. "Sin
embargo -afirma Martha- conocí de presas de conciencia que por rebeldía
fueron llevadas a estos lugares especiales. Son los casos de Carmen Arias
Iglesias y María Elena Aparicio, condenadas a 8 años de privación
de libertad".
Martha de la Caridad padeció otras torturas: aislamiento, negativas a
recibir asistencia espiritual, amenazas por las canciones rebeldes que
interpretaba dentro de su galera: "Otra vez me vi incomunicada por una
discusión. En 21 días salí al patio sólo en dos
ocasiones, durante una hora. La humedad del calabozo, la falta de sol y aire me
provocaron una dermatitis. Una noche fui mordida por las ratas. Al día
siguiente me di cuenta y exigí a las carceleras que me vacunaran contra
la rabia. No me hicieron caso. Protesté y solicité ver a la
directora de "Manto Negro". Me negaron la entrevista y no me curaron
las mordeduras".
Y llegó el día en que le celebraron juicio a Martha de la
Caridad. Llevaba prisionera un año y cuatro meses. La forma irregular en
que se desarrolló el juicio y las violaciones de su derecho a contar con
una defensa justa en la audiencia son temas que ella expone:
"El juicio se efectuó el 8 de abril de 1993. La acusación:
propaganda enemiga, y tuvo lugar en la audiencia provincial de La Habana, sala
segunda para los delitos contra la seguridad del estado. El abogado lo seleccionó
mi cuñada. Yo no sé qué le pasó al letrado. Tal vez
lo amenazaron o tuvo miedo de lo que podía ocurrir después del
juicio. Lo cierto es que ni siquiera hizo el intento de entrevistarse conmigo.
No me habló antes ni durante la vista y mucho menos tuvo en cuenta mis
opiniones. En fin, no actuó de manera que se justificara su presencia
como abogado defensor. A otras dos personas que juzgaron en mi misma causa, sus
abogados las defendieron profesional y humanamente. Además, en mi juicio
la fiscalía presentó un falso testigo, seguramente enviado por la
Seguridad del Estado, quien aseguró que había encontrado
propaganda subversiva en mi casa, pero en la audiencia no se encontraron pruebas
que confirmaran lo que dijo el testigo, porque todo era una burda mentira".
De regreso a la cárcel Martha de la Caridad sintió alegría
y tristeza. Alegría porque ya conocía cuánto le faltaba
para quedar libre. Sabía que había ganado la batalla. No la
pudieron doblegar. Tristeza porque se convenció de la miseria espiritual
en que se debate Cuba.
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