CUBANET .INDEPENDIENTE

3 de mayo, 2002

Prisiones en Cuba

Los riesgos de la lucha clandestina (III)

Parte I / Parte II / Parte IV

Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Martha Caridad se mostraba cautelosa en la cárcel. No quería buscarse problemas adicionales a los inevitables. Tampoco podría permitir que se abusara de ella. Mantener este equilibrio se convertiría en su mayor preocupación durante los meses que se avecinaban.

Las discusiones en la prisión entre las reclusas se producían por cualquier menudencia. Este fenómeno se explica debido a las tensiones a que están sometidas infelices durante su encierro, y la sensación permanente de inseguridad física y mental.

"Las peleas entre confinadas -comenta Martha- eran violentas. En general no se utilizaban instrumentos cortantes de fabricación artesanal, y siempre terminaban con la intervención de las celadoras, que la emprendían a golpes con las reclusas que se encontraban cerca de la riña. Las protagonistas de la pelea iban a parar a la celda de castigo. Recuerdo un caso en que intervino el teniente Roberto, jefe de orden interior del penal. El oficial le propinó una patada tan fuerte en el seno a una presa que ésta cayó al suelo en medio de convulsiones y gritos hasta que se desmayó. No recibió atención médica y la llevaron a rastras al calabozo. Desconozco los motivos que originaron la riña. Yo tuve discusiones con algunas reclusas comunes porque intentaron robarme las pertenencias. En la cárcel tienes que ser fuerte para que te respeten".

Es significativo el método que utilizaban las militares para nombrar a las responsables de imponer la disciplina dentro de la prisión. Al respecto, Martha Caridad señala:

"Las jefas de destacamento y galeras eran seleccionadas por la dirección de la penitenciaría entre las prisioneras que presentaban "mejor aval": fortaleza física y agresividad, bajo nivel cultural, largas condenas por homicidio. Los incidentes que se producían con mayor frecuencia eran el robo y las peleas por deudas de juego. Las jefas de destacamentos solucionaban esto suspendiendo las visitas familiares, los pabellones conyugales o te enviaban a solitaria, además de que te propinaban un buena paliza. Estas jefas tenían bajo su protección a otras reas. Protección que no era gratuita. A cambio obtenían dinero o una parte de los alimentos que recibían las presas de sus familiares, o eran forzadas a sostener relaciones homosexuales".

Las condenadas por hechos de sangre se encontraban recluidas en destacamentos separados del resto para evitar conflictos graves. "Sin embargo -afirma Martha- conocí de presas de conciencia que por rebeldía fueron llevadas a estos lugares especiales. Son los casos de Carmen Arias Iglesias y María Elena Aparicio, condenadas a 8 años de privación de libertad".

Martha de la Caridad padeció otras torturas: aislamiento, negativas a recibir asistencia espiritual, amenazas por las canciones rebeldes que interpretaba dentro de su galera: "Otra vez me vi incomunicada por una discusión. En 21 días salí al patio sólo en dos ocasiones, durante una hora. La humedad del calabozo, la falta de sol y aire me provocaron una dermatitis. Una noche fui mordida por las ratas. Al día siguiente me di cuenta y exigí a las carceleras que me vacunaran contra la rabia. No me hicieron caso. Protesté y solicité ver a la directora de "Manto Negro". Me negaron la entrevista y no me curaron las mordeduras".

Y llegó el día en que le celebraron juicio a Martha de la Caridad. Llevaba prisionera un año y cuatro meses. La forma irregular en que se desarrolló el juicio y las violaciones de su derecho a contar con una defensa justa en la audiencia son temas que ella expone:

"El juicio se efectuó el 8 de abril de 1993. La acusación: propaganda enemiga, y tuvo lugar en la audiencia provincial de La Habana, sala segunda para los delitos contra la seguridad del estado. El abogado lo seleccionó mi cuñada. Yo no sé qué le pasó al letrado. Tal vez lo amenazaron o tuvo miedo de lo que podía ocurrir después del juicio. Lo cierto es que ni siquiera hizo el intento de entrevistarse conmigo. No me habló antes ni durante la vista y mucho menos tuvo en cuenta mis opiniones. En fin, no actuó de manera que se justificara su presencia como abogado defensor. A otras dos personas que juzgaron en mi misma causa, sus abogados las defendieron profesional y humanamente. Además, en mi juicio la fiscalía presentó un falso testigo, seguramente enviado por la Seguridad del Estado, quien aseguró que había encontrado propaganda subversiva en mi casa, pero en la audiencia no se encontraron pruebas que confirmaran lo que dijo el testigo, porque todo era una burda mentira".

De regreso a la cárcel Martha de la Caridad sintió alegría y tristeza. Alegría porque ya conocía cuánto le faltaba para quedar libre. Sabía que había ganado la batalla. No la pudieron doblegar. Tristeza porque se convenció de la miseria espiritual en que se debate Cuba.

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