Marcos Antonio Ramos. El Nuevo Herald, marzo 25, 2002.
"El 21 de febrero del 2001 cumplió cien años uno de los más
importantes momentos de nuesta historia cubana. El 21 de febrero de 1901 una
convención constituyente integrada por patriotas y cubanos ilustres dejó
concluida la Constitución de la República de Cuba, inaugurada el
20 de mayo del año siguiente, centenario cuya celebración debemos
considerar prioritario desde ahora''.
Hacen bien los cubanos en recordar la constituyente de 1940 y la avanzada
constitución puesta en vigor ese año. Pero la historia de Cuba,
que no comenzó en 1959, tampoco se inició en 1949 o con la gesta
de 1933. Mucho antes de la justamente recordada generación del 30, los
cubanos habían conseguido grandes logros políticos y económicos,
sin olvidar los sociales y patrióticos. El estudio de la historia, sin
saltar periodos o pasar rápidamente por encima de ellos, contribuye a
entender mejor una causa por la cual vale la pena luchar, el rescate de
continuidad histórica.
Retomando la constitución de 1901, si se compara con las de su tiempo
histórico, pasaría cualquier prueba. Lamentablemente, quedó
pendiente la limitación a la soberanía cubana, representada por la
Enmienda Platt y la cuestión de Isla de Pinos, pero el repaso a las
historias de las diferentes naciones muestra situaciones aún más
complicadas.
Detalles tan significativos no empañan sin embargo la celebración
de la independencia de pueblos que todavía reconocen, entre símbolos
y realidades, como su soberana a la del Reino Unido de la Gran Bretaña.
Por espacio de décadas o de más de un siglo (Canadá, por
ejemplo) estos países han sido considerados como plenamente
independientes.
La centenaria Enmienda Platt (abrogada en 1934) ha sido considerada un
episodio triste en nuestra historiografía y en la práctica se
condicionó la independencia inmediata a la aceptación de sus cláusulas.
El 25 de febrero de 1901, fue presentada al Senado de EU, aprobada el 27 y
pasada por la Cámara el 1 de marzo. A partir de su aceptación
final al día siguiente, se tuvo que lidiar legalmente con el tema hasta
que el 12 de junio de 1901 se aprobó por la convención cubana
incluirla como apéndice de nuestra Constitución. Como muchos
conocen, la convención la aceptó por pura necesidad, y por escasa
mayoría. Rafael Martínez Ortiz, autor de Los primeros años
de independencia (París, Imprenta Lux, 1921, 2 vol.), lo atribuiría
"a que en aquel momento la primera necesidad era existir y que después
vendría todo lo demás''.
Se iniciaría entonces la patriótica lucha del presidente Tomás
Estrada Palma y otros gobernantes por reducir al mínimo las consecuencias
de esas limitaciones y evitar, además de interferencias, la proliferación
de bases extranjeras, incluso en la bahía de La Habana, gesto notable de
don Tomás.
Ahora bien, debido a que se me señala repetidamente, y con razones,
ciertos errores de nuestro muy honesto primer presidente en relación con
la segunda intervención norteamericana (1906-1909) y otros asuntos,
remitimos al lector al texto del inolvidable amigo, el historiador Herminio
Portell-Vilá, Historia de Cuba en sus relaciones con Estados Unidos y
España, obra que no ha sido superada ni por cubanos ni por extranjeros, y
la cual, con gran justicia y rigor científico, no se limita a proclamar
los errores de don Tomás, sino que destaca justicieramente las infinitas
veces en que Estrada Palma defendió la soberanía cubana, con
valentía y decisión que pudieran sorprender a muchos, pues supo
enfrentar más directamente que otros colegas suyos a diplomáticos
y políticos norteños.
Claro que aquel primer período de independencia fue difícil y
llevó a conclusiones equivocadas. ¿No sucedió algo parecido
en México, en otros países de Iberoamérica, e incluso en
Angloamérica? Otra fecha que debió celebrarse sin mayor
insistencia, en este caso el año 2000, fue el 75 aniversario de la
ratificación, el 13 de marzo de 1925, del Tratado Hay-Quesada,
reconociendo la soberanía cubana sobre Isla de Pinos. Como esa ratificación
se demoró en Estados Unidos, nuestro ministro en Washington, Carlos
Manuel de Céspedes y de Quesada, ilustre hijo del Padre de la Patria y
futuro presidente de la República, con conocimiento de que el secretario
de Estado de Cuba, Pablo Desvernine, iría a EU como delegado a una
conferencia financiera (1915), surgirió a éste que su misión
se ampliara para promover discusiones con EU sobre la ratificación del
Tratado Hay-Quesada. Chocó el interés de insignes cubanos con
cierta indiferencia oficial en su propio país. Después de 1915 no
se hizo otra gestión efectiva hasta 1922, gobernada Cuba por nuestro más
culto y erudito presidente, Alfredo Zayas. El 4 de septiembre de 1923, Cosme de
la Torriente, conocido, entre otras razones, por su actuación en la Liga
de las Naciones fue designado como embajador en Washington. En su libro Mi misión
en Washington, De la Torriente explica su lucha por la ratificación del
tratado.
Finalmente, el 13 de marzo de 1925, la administración Zayas-Carrillo
obtuvo de EU la ratificación del tratado y el reconocimiento definitivo
de nuestra soberanía sobre Isla de Pinos.
Requeriría mucho más espacio describir todo lo relacionado con
esto, así como las labores de Fernando Ortiz, Emilio Roig de
Leuchsenring, Evelio Rodríguez, Lendián y otros para dar a conocer
la verdad histórica. Pero tras conmemorar el pasado año el
centenario de la Constitución de 1901 pensamos en la utilidad de
mencionar otros aniversarios en la larga lucha por la libertad, la integridad
territorial y la continuidad histórica de la nación cubana.
Historiador cubanoamericano.
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