CUBANET... INTERNACIONAL

Marzo 22, 2002



Indagación de lo cheo

Emilio Ichikawa. El Nuevo Herald, marzo 22, 2002.

Entre la cultura popular y la cultura universitaria puede establecerse un fructífero vínculo si esta última decide elaborar las ''nociones'' que aquella concibe para autocomprenderse. En el espontáneo ámbito cotidiano se verifica una génesis protoconceptual que da cuenta de los más variados enigmas de la existencia de la gente.

Por ejemplo, desde mediados de los años 70 y hasta bien entrados los 90, se solía utilizar en Cuba la ''noción'' de lo cheo; algo que, sin llegar a ser ''concepto'' elaborado, tenía una complejidad que parecía contradecirse con su generalizado uso.

Estoy convencido de que la noción de lo cheo contiene la prueba de una gran sagacidad para alcanzar la autocomprensión desde lo intelectual; sólo que habría que legitimar la calidad teórica de ese tipo de ideas estimulando la sensibilidad del grupo de intelectuales y académicos que estudian lo cubano. Pero ojo, no se trata de ir hacia lo cheo con la perspectiva de eso que Iván de la Nuez califica como lo ''exóticamente correcto''. Hay que ir hacia la cotidianidad buscando las fuentes de una filosofía singular.

Pensemos por un momento, ¿y si el juego y la vagancia no fueran vicios, sino instituciones de la modernidad cubana? ¿Por qué la Iglesia y la capitanía general colonial coincidieron en su condena? ¿Por qué Fidel Castro en persona dicta una ley contra la vagancia en Cuba y prohíbe el juego? (''Se acabó la diversión'', decía Carlos Puebla). Además, ¿por qué lo cheo no puede llegar a configurarse como una noción que nos refiera a Cuba desde la estética, la sociología y la filosofía? Quizás, entre otras cosas, porque las elites pensantes prefieren aleccionar a la gente en lugar de comprenderla; eligen el juicio de valor antes que el descriptivo. El árbol del conocimiento nos ha lesionado el árbol de la vida.

Tengo en marcha un trabajo acerca de la definición de lo cheo. He sondeado y entrevistado a muchos amigos acerca del asunto y las respuestas muestran una intuición y una sutileza realmente excepcionales.

Un destacado músico comentó que ser cheo es como desafinar; dar una nota por encima o por debajo de lo esperado. Es como apostar a la espectacularidad de lo excepcional cuando la gente está tratando de sentirse cómoda en el universo de lo común. Pero es también lo contrario; es decir, portarse bien en una noche de locura e improvisación. Cheo es hablar de política cuando uno está haciendo chistes; referir los títulos académicos logrados mientras se baila en una discoteca.

Preguntarle a una estudiante de bellas artes si está a favor o en contra del embargo a Cuba: ''Oye, ¡qué cheo!''. Citar a una reunión para combatir ideológicamente los mosquitos: ''¡Requetecheo!''. Entonar una letanía por el futuro cubano, darse un tiro durante una alocución pública, cobijar una palomita en el hombro en medio de una revolución, peregrinar vestido de mambí decimonónico: "¡Tremenda chealdad!''.

Lo cheo es vecino de lo cursi, de lo ri-

dículo; aunque está más cerca de lo picúo. Hay versiones de lo cheo en casi todos los países de América Latina, como ha señalado un agudo columnista de este periódico. Y hay especificidades entre la chealdad en La Habana, Holguín y Miami. Por ejemplo, cierta vez, esperando un tren en Cacocún, pobre pueblo del oriente cubano, leí en un muro la siguiente consigna: ''¡Viva Vilma!''. Ese lema es cheísimo incluso para el fidelista que es capaz de dar vítores a Esteban Lazo o Eusebio Leal, los reyes de La Habana.

Pero lo cheo contiene otras dimensiones. Concierne a la moda de vestir, al andar, al hablar; designa también a un curioso personaje de fines de los 70 que, al son de la Orquesta Monumental o la Ritmo Oriental, exhibía en el Salón Rosado de la Tropical un diente de oro, peine plástico a la cintura, motas exuberantes, pantalón casi al cuello y botas marca Centauro pulidas con esmero.

Estas son, en general, manifestaciones ingenuas de lo cheo. Pero cuando lo cheo se convierte en signo de la política de un partido o de un grupo de poder, cuando la chealdad puede cobrar cuerpo en decisiones que conciernen a la vida misma, entonces lo que era juego y humor toma contornos de desgracia.

© El Nuevo Herald

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