Ramón Saul Sánchez.
El Nuevo Herald,
marzo 22, 2002.
Les confieso que estoy pasando una de las pruebas más difíciles
de mi lucha. Aunque con mi conciencia tranquila, porque lo que hago es por amor
a mi pueblo y el respeto a otros pueblos igualmente dignos y sufridos, siento un
gran dolor en mi corazón en estos días, por la forma brutal en que
se ofende a gente decente y se adultera la verdad sin el menor sonrojo.
Anoche escuché un pedazo de la Mesa Redonda y sentí vergüenza
ajena. La miseria humana en que han caído sus dos integrantes, su
director Armando Pérez Roura y la dama que lo acompaña, injuriándonos
despiadadamente, no deja espacio para la gestión conciliadora con que me
atreví a soñar y obliga, por más que trato de ignorarlos
pese a los tantos días de interminables infundios, al emplazamiento justo
y necesario, sin el cual no podríamos continuar viviendo decorosamente.
En estos días me ha tocado meditar mucho acerca de por qué
perdimos a Cuba a manos de un rufián, por qué el exilio está
estancado en un mar de incomprensión a pesar de ser víctima de una
tiranía, y por qué perderíamos nuevamente la Cuba del
futuro si no desechamos esa vieja actitud y forjamos una nueva entre los cubanos
de todas las generaciones para la salvación de Cuba.
Cuando escucho esas expresiones lacerantes contra cubanos, pienso cuán
fácil es de enfermar el alma de tanta gente buena mediante la distorsión
de la verdad, la injuria y la plática devastadora del odio. Y entiendo
entonces el origen de esa vieja actitud que llevó a un pueblo noble a
clamar por los tenebrosos paredones de fusilamiento, a conformar nefastas
brigadas de respuesta rápida y realizar repugnantes actos de repudio
contra quienes disintieran de ellos.
Como jueces desde su encumbrado tribunal pasan juicio implacable por la paja
en el ojo ajeno, creídos de que la gente ya ha olvidado la viga en el ojo
de ellos. Para ellos, todo el mundo es malo. Nunca se les escucha una frase
conciliatoria, que no venga cargada de improperios y violencia verbal. Así,
es malo José Basulto y soy malo yo porque se nos ocurrió pensar
por cuenta propia y diferente a ellos y prevenir para no caer en la trampa de
Castro.
Pero la lista de malos no termina con nosotros. Es tan extensa que prácticamente
los únicos buenos son ellos dos. Es malo el Directorio y mala la Fundación;
mala la Junta Patriótica y hasta los presos políticos; es malo
Oswaldo Payá y malos los disidentes; malo Elizardo Sánchez y malo
Carlos Alberto Montaner; mala la Iglesia Católica y malos los mexicanos;
son malos los líderes espirituales y hasta el salón Varela de la
Ermita de la Caridad es malo.
Para ellos la búsqueda de la verdad dejó de ser importante y
la democracia es de una sola vía. Ni es importante escuchar a la otra
parte antes de emitir juicio. No les interesa convencer si tienen el poder para
vencer. Se censura a la gente burdamente si a alguien se le ocurre resaltar sus
propias incongruencias. Y cuando alguien no se doblega ante su angosta visión,
allá va el epíteto destructivo de ''traidor'' y comienza a rodar
la poderosa maquinaria difamadora que a tante gente útil para Cuba tiene
relegada al ostracismo.
Nosotros lo sabemos bien porque llevamos años sufriéndola en
silencio. Una campaña implacable ha sido lanzada en contra nuestra con el
marcado objetivo de fusilarnos moralmente ante el pueblo que amamos entrañablemenbte,
con la fuerza de un micrófono, que es lo único posible de hacerse
cuando falta la fuerza moral.
Pues bien, todos los hombres tenemos un límite y el mío llegó
hasta aquí. Armando Pérez Roura, usted apretó tanto la
tuerca que se llevó la rosca a pesar de mis muchos esfuerzos para
prevenirlo de su desafuero.
Yo le emplazo a usted, Armando Pérez Roura, humilde pero
decididamente, ante los ojos y oídos del exilio y del pueblo cubano, a
ser consecuente con sus recriminaciones en contra nuestra de ''verticalidad'' y
guerrerismo por los que día tras día usted nos reprocha con sus
denostantes expresiones de ''florecitas'', ''blandengues'' y de
''contubernios'', para que me diga pública o privadamente, como usted
escoja, el lugar y la hora en que usted y yo --escuche bien, por favor, usted y
yo-- tomaremos el fusil y abordaremos la lancha rumbo a Cuba y demos el ejemplo
a los demás, no sólo de liderazgo, sino también de ser
consecuentes con lo que usted predica. Si no tiene fusil --un hombre que
recrimina a otros por no hacer la guerra apuesto a que lo tiene muy engrasado--
no se preocupe, que de mi humilde pero honrado sueldo le compro uno. Si no tiene
lancha --aunque debía tenerla por el tiempo que lleva haciendo la
guerra-- tampoco se preocupe: ahí está el Democracia con vasta
experiencia en la travesía de la que tantas veces usted se ha mofado
injustamente.
Alternativamente, Armando, si considera muy arriesgado el emplazamiento
anterior, le emplazo a declararnos usted y yo en una real huelga de hambre,
reclamando justicia para nuestros hermanos que México entregó a
manos del dictador cubano. Pero, Armando, para que sea honrado nuestro reclamo,
extendamos la huelga también al gobierno americano por devolver a los
balseros al mismo dictador que México pues, de no hacerlo, luciríamos
ante los ojos de la humanidad como insinceras personas que comprometen sus
principios de justicia por compromisos políticos. Escoja usted, Armando,
que yo le acompaño.
Presidente del Movimiento Democracia.
© El Nuevo Herald |