Jeff Jacoby. The Boston Globe. Publicado en
El Nuevo Herald,
marzo 20, 2002.
''En La Habana no hay libros prohibidos'', declaró Fidel Castro en
febrero de 1998, "solamente aquellos que no podemos comprar por falta de
dinero''.
Por supuesto que hay libros prohibidos en Cuba; sencillamente trate de
encontrar uno que critique a Castro. Las librerías y las bibliotecas públicas
aquí tienen obras que exaltan el marxismo, pero seguramente no encontrará
un ejemplar de El archipiélago Gulag o uno de Oscuridad al mediodía
en sus anaqueles.
Así que cuando Ramón Humberto Colás, un psicólogo
en Las Tunas, escuchó las palabras de Castro, él y su esposa Berta
Mexidor --que se exiliarían junto con sus hijos en diciembre del año
pasado-- decidieron ponerlas a prueba. Convirtieron los aproximadamente 800
ejemplares que tenían en su hogar en una biblioteca y pusieron los libros
a disposición de amigos y vecinos gratuitamente. Y así surgió
la primera biblioteca independiente de Cuba -independiente del control del
estado, de la censura, y de cualquier ideología salvo la convicción
de que leer un libro no constituye un delito.
Los hombres y mujeres que dirigen estas humildes bibliotecas corren el
riesgo de las represalias del gobierno; muchos han sido amenazados,
interrogados, detenidos por la policía, o algo peor. Colás y
Mexidor fueron desalojados de su casa, denunciados en la prensa (de propiedad
estatal), y arrestados en reiteradas ocasiones. Les confiscaron todos sus
libros. Fueron despedidos de sus empleos. Su hija fue expulsada de la escuela.
La persecución del gobierno eventualmente los hizo salir de Cuba, pero la
semilla que sembraron fructificó. Hoy en día hay más de 100
bibliotecas independientes instaladas en casas particulares en todo el país,
y cada una de ellas constituye un pequeño oasis de libertad intelectual.
En la biblioteca de Gisela Delgado en La Habana, los visitantes pueden
llevarse prestados ejemplares traducidos al español de Cartas de la prisión,
de Adam Michnik; El poder de los sin poder, de Vaclav Havel; o los discursos de
Martin Luther King. En sus anaqueles hay de todo, desde arte hasta filosofía,
pero cuándo le pregunté qué libros eran los más
populares, ella no vaciló: La granja de los animales y Mil novecientos
ochenta y cuatro. No es una sorpresa que los lectores en el único sitio
totalitario de este hemisferio busquen las mejores novelas antidictatoriales que
se hayan escrito nunca.
El régimen de Castro se vanagloria de haber eliminado el
analfabetismo. Eso hace que sea todavía más imperdonable el que
haya convertido el préstamo de libros en un acto de desafío. En
Cuba la disensión toma muchas formas, pero no hay ninguna que cubra de más
vergüenza al régimen que ésta.
Como la mayoría de los países comunistas, Cuba está
plagada de escaceses de todo, desde alimentos hasta electricidad, pero cuenta
con una disidencia política abundante. El gobierno los calumnia calificándolos
de descontentos y traidores -''esa gente está financiada por Estados
Unidos'', dijo Fernando Remírez, viceministro de Relaciones Exteriores de
Cuba- pero todos los disidentes que conocí aquí se pueden definir
como hombres y mujeres íntegros y valientes.
En mi primer día en La Habana visité a Oscar Espinosa Chepe,
un economista que perdió su empleo en el Banco Nacional de Cuba -y cuya
esposa fue despedida del Ministerio de Relaciones Exteriores- cuando comenzó
a clamar públicamente por reformas económicas. Bonachón, se
describe a sí mismo como un verdadero creyente que gradualmente comenzó
a descubrir la verdad acerca de Castro.
''Resultó ser alguien que lo hizo todo por su propio poder'', explica
Espinosa. "La vida en Cuba es una mezcla de estalinismo y de caudillismo, y
no hay partidos políticos, no hay elecciones, no hay opciones''.
En Cuba, como en todas las dictaduras, son los disidentes los que sustentan
la esperanza y mantienen viva la conciencia. En esta isla atormentada, son los más
valientes y los mejores. |