CUBANET... INTERNACIONAL

Marzo 18, 2002



El apartheit cubano a Ginebra

Jorge Hernández Fonseca/Cubanueva.com. 17 marzo, 2002.

Se acerca la votación de Ginebra, tribuna de la ONU donde anualmente se condenan los países que más inciden en las violación a los Derechos Humanos; Cuba es un caso notable en esta cita anual, ya que sucesivamente ha sido condenada - con excepción de una vez - por la política continuada de violación de los Derechos Humanos a los ciudadanos de la isla.

Es importante que la comunidad internacional sepa que Cuba viola los Derechos Humanos por razones de una política establecida en ese sentido y no como potenciales errores que pueden ser corregidos; en la isla no existe reconocimiento de derechos de ningún tipo - ni humanos ni divinos - que no estén inscritos en las líneas ideológicas del partido único existente. Cualquier intento de negociar con la Habana, debe ser hecho a partir de la doctrina inscrita en la propia constitución que rige en la isla, donde no se reconocen más derechos que los de defender el socialismo y el partido único que la dirige, como fuerza principal en la implantación de una filosofía también única y oficial en todo el espectro de la sociedad civil cubana. Muchos países, sobre todo de la Unión Europea, han iniciado un acercamiento de posiciones con la Habana, intentando llevar la isla por el cauce de la aceptación de reglas internacionales de convivencia y de los valores aceptado por todos, que existen por encima de los gobiernos establecidos, llegando incluso a amenazar la isla con sanciones económicas, camino ya transitado en vano hace tiempo por los Estados Unidos, que lleva 40 años experimentando con sanciones de ese tipo, inútilmente.

Lo que sucede en Cuba no es político, es algo doctrinal, intrínseco a la esencia del régimen; para los gobernantes cubanos ellos no violan los derechos humanos porque ofrecen educación y salud gratis (no importa que pague 10 dólares por mes como salario medio para sufragar estas gratuidades); los gobernantes cubanos dicen que además, pueden mostrar los índices de niños nacidos vivos por 100,000 habitantes, comparado a los mejores índices del primer mundo y así por delante, podrían extenderse en lo que ellos estiman que son los derechos humanos; pero cuando se llega al punto de pedirles que permitan a cualquier cubano expresarse libremente, cuando se les pide libertades económicas para sus ciudadanos, disfrute de derechos civiles y políticos, posibilidades de expresar libremente sus criterios políticos y religiosos, libertad de discrepar públicamente con el partido comunista, comienza una conversación de sordos, en la que Cuba no reconoce - por ley - esos derechos, sino como siendo contrarios a la moral y a las leyes que se han implantado en la isla.

La violación a los Derechos Humanos en Cuba es una práctica, que para las leyes cubanas no constituyen violaciones de ningún tipo; los presos políticos o por razones de conciencia, son personas que violaron la "legalidad socialista" al querer disfrutar libertades que el partido, dueño de toda la sociedad, no quiere reconocerles a sus ciudadanos. Es necesario que la comunidad internacional, los países Latinoamericanos, la Unión Europea y Estados Unidos, comprendan definitivamente que el problema de Cuba no se resuelve a través de una condena simple por violar derechos que su gobierno no reconoce; simplemente, el gobierno es el violador - por ley - de los derechos reconocidos por el resto de la sociedad civilizada existente en pleno siglo XXI, pero que Cuba insiste en continuar no reconociendo.

¿Que diferencia existe entre el caso cubano actual y el de África del Sur hace unos años, cuando implantó - también por ley - un sistema de apartheit que la comunidad internacional consideró como violador de los Derechos Humanos?; ¿ el hecho de que las sanciones internacionales acordadas hacia África del Sur se justifican sólo porque allí se violaban los derechos de los negros?; en Cuba se violan los derechos de todos!, de los blancos y de los negros.

Las causas evidentes de estas leyes cubanas, deben buscarse en el establecimiento de una dictadura personal, que teme perder su poder absoluto sobre toda la sociedad, en caso de permitir a sus ciudadanos el disfrute de las libertades que ya el resto del mundo - después del fracaso de esa ideología en el campo denominado socialista - reconoce.

El problema se circunscribe a ayudar a la sociedad civil cubana a alcanzar el disfrute de sus legítimos derechos, usurpados por un gobierno discriminatorio, analizando cuales serían las mejores vías de solución del "problema cubano" y no solamente condenándolo en abstracto.

Países como Chile, que se han visto afectados por el encubrimiento que Fidel Castro ha hecho de prófugos de la justicia de ese país, inexplicablemente dudan en apoyar medidas más enérgicas contra el dictador cubano; otros países como Brasil, donde fue secuestrado un empresario para recaudar fondos para la lucha guerrillera continental, a partir de la logística y el entrenamiento suministrado por Cuba, país desde el cual los secuestradores viajaron a Brasil para cometer sus fechorías, ahora duda en votar contra el sistema discriminatorio implantado en la Habana. Argentina, víctima predilecta por la difamación verbal del dictador cubano, hace aprobar una moción de su parlamento para que Fidel Castro no sea condenado en Ginebra, ¿por qué?.

Lo que debería ser analizado en Ginebra a la luz del sistema implantado en la isla, no es si en Cuba se violan o no los Derechos Humanos - esta violación está plasmada en la propia constitución que rige el país - sino, cual sería la contribución de la comunidad internacional para ayudar a la sociedad civil cubana (igual que ayudó a la sociedad civil de África del Sur) a quitarse de encima semejante sistema discriminatorio y dictatorial, que ha conseguido entrar en el siglo XXI usurpando el derecho de desgobernar la isla, cuyo pueblo sufre las consecuencias de un Apartheit político, moral y económico, siendo tratado como ciudadano de segunda.

En África del Sur, porque no eran blancos, en Cuba porque no son comunistas; cientos de Nelson Mandelas existen hoy en nuestras cárceles, pudriéndose por la desidia de un dictador que no quiere reconocer en su pueblo las libertades que la comunidad internacional propugna en Ginebra; ¿hasta cuando la comunidad internacional va a medir con varas distintas experiencias tan similares?

La realidad es que hemos retrocedido a la edad del palo y la piedra; las escenas de frente a la embajada de México parecían sacadas de Odisea 2001. En Miami o en La Habana se vive en medio de rumores de guerra. Ya no se sabe nunca a ciencia cierta cuándo estamos delante de una provocación o de un hecho espontáneo. Los esbirros se confunden con la plebe. Feliz la época de los casquitos: feliz la época en que podía identificarse aún a la víctima del esbirro. ¿Llegaremos también a añorar el tiempo en que ''el comandante'' era quien daba las órdenes? Raúl Castro ya nos ha amenazado con ese futuro. Una nueva mafia se apresta a heredar el poder en Cuba. Han tenido tiempo para aprender de sus errores: son dueños de la situación. El panorama recuerda los peores días de la dictadura --no la de Batista, que fue un dictador próspero, sino la de Machado. Desde entonces el país no había conocido una época semejante: terror y vacas flacas; despotismo y depresión. Estamos viviendo el machadato, como si dijéramos, dos veces.

Bandas armadas contra gente indefensa; grupos de bandoleros al servicio de un matón; palizas y desapariciones; anarquía mal disimulada; gansterismo y delincuencia rampantes. Y ¿quién va a salvarlos si ya no creen en salvadores? Cualquier aspiración política o cívica ha llegado a ser sospechosa. Desconfiamos, retrospectivamente, hasta de los mártires, de los apóstoles, de los fundadores. El desánimo, la melancolía son, lógicamente, síntomas de un mal recurrente. Nuestro pesimismo ha adoptado la mañas de un eterno retorno de lo mismo. Pero como todo sucede una vez como tragedia y otra vez como farsa, ahora los matones tampoco creen en nada. No defienden una causa, no pertenecen a partido, o facción o credo alguno: sus lealtades, como entre los cromañones, están del lado del que blande el fémur. Son nómadas, extranjeros en su propio suelo, traídos a la capital para humillarla, para restregarle el hocico en el fango.

Y¿qué pasa al otro lado del Estrecho? El tirano es el crack de los exiliados: lo odian y no pueden vivir sin él. Juran que no volverán a probarlo y mañana estarán pidiendo más. Hialeah es el sweatshop particular de Fidel Castro: las viejas costureras trabajan para él, mantienen a la dictadura con el sudor de sus frentes. Son un renglón fundamental de sus planes quinquenales. Cualquier iniciativa del exilio está llamada a fracasar por esa razón: su prosperidad, su tan cacareado milagro económico, es ganancia neta para la dictadura. Mientras más gente se marche, más jugosas serán las remesas; habrá más clientes para el negocio estatal de la venta de visas. A fin de cuentas, Miami es sólo una prisión abierta, una granja particularmente rentable en el sistema penitenciario del tirano.

¿Qué pasó? Nos quedamos dormidos mientras nos leían las gloriosas hazañas de los héroes de La edad de oro. Todavía hablamos de ''nación'', de aniversarios de la ''República'' como si de verdad esos fantasmas existieran. Algún día despertaremos y entonces ya no nos quedará más remedio que enfrentarnos a las duras realidades de esta edad de piedra que ha llegado para quedarse.

© El Nuevo Herald

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