Soren Triff. El
Nuevo Herald, marzo 7, 2002.
El ''asalto de terciopelo'' a la embajada mexicana en La Habana es la
respuesta del régimen cubano a la declaración de México de
normalizar las relaciones con Cuba. Digo normalizar, porque el mismo gobierno
mexicano, al expresar que terminaba la relación con la revolución
cubana y comenzaba la relación con la república de Cuba, reconocía
que durante más de 40 años había dominado una relación
entre los partidos que tenían secuestradas nuestras repúblicas, y
ahora llegaba el momento de cambiar esa situación.
La operación de normalización que realiza México se
conoce en psicología como reframing, es decir, colocar una situación,
experiencia o sujeto en un nuevo marco, en un nuevo contexto. Creo que éste
es el mejor momento para que Estados Unidos normalice sus relaciones con La
Habana en el sentido que lo hace el gobierno azteca, es decir, creando un marco
concreto, adecuado al tiempo y las circunstancias, donde Fidel Castro recupere
sus dimensiones reales como un torcido, despiadado, pragmático y
manipulador dictatorzuelo latinoamericano.
Los burócratas de Washignton, la prensa y la población deben
abandonar los obsoletos marcos sobredimensionados de la guerra fría como
referencia para analizar la situación cubana. Esos frames --que Castro
domina-- son los remanentes de una época que ya pasó, pero que aún
impiden ver la realidad y perjudica a los pueblos de ambos países.
Me explico. Los asuntos cubanos se observan rutinariamente a través
de marcos en los que Castro juega papeles como el de Robin Hood, o David (contra
Goliat), o antihéroe cultural norteamericano. Cada vez que sucede algo,
La Habana da una versión de los hechos en la que Castro aparece haciendo
uno de estos papeles. Desde el momento en que se acepta ese marco de referencia,
se hace imposible caracterizar al régimen y analizar el trasfondo del
hecho, reflexionar y dialogar sobre el mismo.
Por ejemplo, el modo en que analizamos la leyes que sustentan el embargo está
diseñado por Castro. Al colocar a los grupos a favor y en contra del
embargo, se desvirtúa la razón del mismo, se hace imposible la
discusión, el diálogo sobre sus méritos, y el tema se
convierte en algo vacío que fuerzas ajenas a los intereses de nuestros
pueblos manipulan a su favor. Cada vez que se discute si se debe sostener o
eliminar el embargo, Castro gana, porque el marco desde el que se discute lo
beneficia.
Lo mismo sucede con las ''presiones'' para que Castro realice reformas
democráticas. Algunos especialistas han terminado por rendirse al marco
en el que Castro impone el análisis de esa situación. Los académicos,
funcionarios y periodistas más sofisticados explican que toda presión
reafirma el nacionalismo y consolida los lazos del pueblo con Castro. La ''lógica''
--la falacia-- de este marco es favorable al dictador. Sólo hacer lo
contrario, abandonar todo intento de presión, lograría que el
pueblo se distancie del líder.
Cada vez que surge una nueva situación, se puede explicar con uno de
estos marcos. En ellos, si Castro comete una falta, es un Robin Hood que roba
para los pobres. Si ''vence'' al imperialismo, muestra cómo un país
pequeño pero con una alta moral socialista puede ganarle al imperio
corrompido yanqui. Cuando Estados Unidos critica la condiciones de los derechos
humanos en la isla, entonces Goliat quiere estrangular a un país pobre
pero digno que no se rinde ante el imperio.
Por otro lado, si algún norteamericano quiere ''escandalizar al burgués'',
ser más frívolo que su vecino o escapar de la justicia, puede
visitar la isla del antihéroe norteamericano, el tipo malo que no se
aver-
güenza de serlo, y permanece libre de responsabilidades y desafiante a
la autoridad, una fantasía colectiva de esta sociedad.
Algunos de estos marcos incluyen útiles chivos expiatorios como los
exiliados y los opositores en la isla. Si coloca espías en territorio
norteamericano la culpa es de los exiliados ''terroristas''. Si Castro golpea
salvajemente a los opositores que piden un plebiscito, la culpa es de los
disidentes porque trabajan para el gobierno norteamericano y la ''mafia'' de
Miami. Castro le regala a la opinión pública norteamericana un
culpable para que descargue su ira.
Castro controla los frames de referencia para enjuiciar su régimen a
tal punto que la burocracia parece resignada a esperar la muerte del gobernante.
Pero esta posición está equivocada. Norteamérica debe
seguir a México en este sentido. La Casa Blanca no debe perder el tiempo
presentando nuevas medidas en el viejo marco; debe presentar un nuevo marco de
referencia moderno desde el cual entablar relaciones normales con todos los
cubanos.
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