Ramon Ferreira.
El Nuevo Herald, marzo 5, 2002.
El señor presidente venezolano padece del mismo virus que consume a
Fidel. Su aparente robustez disimula el mal, pero sus palabras lo delatan.
Intenta lucir sereno y con control absoluto de sus deberes como gobernante
electo, pero no puede ocultar todo lo que se propone hacer para salvar a
Venezuela de lo que él considera sus males políticos y económicos.
Fidel fue igualmente cauteloso. Pero tan pronto se apoderó de las
armas que los estudiantes habían escondido en la universidad para
desafiar su viraje hacia la tiranía, las pasó a sus milicianos y
se presentó ante el pueblo a proclamar una Cuba libre con sus propias
leyes. ¡Armas para qué!
La Venezuela de hoy tiene paralelos semejantes con la Cuba de los 50. Los
cubanos estaban hartos de intentos democráticos fallidos, de Batista como
dictador temporal primero, presidente electo más tarde y finalmente como
dictador. Chávez sigue una ruta semejante. Fracasó en su primer
intento con un golpe militar, resultó electo más tarde y ahora
pretende instalarse como dictador por vida.
El virus de la dictadura presenta tantos síntomas como el del cáncer,
pero tan pronto se apodera de su víctima no hay vacuna que lo cure. Fidel
se cuidó mucho de ocultar su mal, simplemente lo dejó progresar,
aplicando remedios dictatoriales que calmaban el malestar de los cubanos durante
su primera fase comunista. Agotada Moscú como farmacia de remedios, Fidel
avanzó hacia la fase terminal de dictador. Ahí lo tenemos
recorriendo el hospital como enfermo sin receta.
Chávez improvisa, pero se le ve la intención de imitar a Fidel
sin declararse fracasado por adelantado. Se disfraza. Su boina roja, banda
cruzada sobre el pecho y estrellas rutilantes no logran otra cosa que ocultar el
mensaje. Trata de sonreír sin poder ocultar un resentimiento nato, maneja
las manos como un orador de feria que subraya frases elevadas con gestos bruscos
y declama frases como andanadas en vez de razonamientos. Ni se sabe la letra ni
le importa que la escuchen. Dirige la orquesta y el micrófono y la melodía
es bien sencilla de aprender si uno se deja llevar por como suena.
Los venezolanos han visto cómo progresa la tiranía, como va
cercenando desde lo más alto y prosigue hasta las raíces de los
derechos humanos. Lo reduce todo a una manigua seca, un lugar sin estaciones, un
lugar sin voces. Pero guerra avisada no mata soldados.
Con la muerte del comunismo en Rusia y un velorio interminable en Cuba,
procede que el entierro se celebre en Venezuela a la mayor brevedad posible.
Comunismo o dictadura, el cadáver no tolera más tiempo a la
intemperie. Y no se puede embalsamar. El cortejo ya está listo.
Fidel contó con sus guerrilleros disfrazados de soldados para
mantenerse apestando en el poder, primero como comunista y ahora como dictador,
pero Chávez no cuenta con el respaldo de unas fuerzas armadas que están
dispuestas a conservar su honor y dignidad profesional, protegiendo al pueblo de
la plaga en vez de seguir velando una momia.
Chávez todavía tiene la oportunidad de aprender la letra de la
constitución en vez de repetir palabras sueltas que nadie puede entender
o está dispuesto a seguir escuchando. De otro modo, esas cazuelas que
liberan a Argentina de presidentes indeseables, pudieran retumbar en las calles
de Venezuela con la violencia del clamor popular, dejando a Chávez
escuchando el eco de su letanía con una reja entre él y su
audiencia.
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