Roberto Ampuero.
El Nuevo Herald, marzo 4, 2002.
Es, desde luego, altamente positivo que Fidel Castro haya recibido a dos
senadores chilenos para ver el modo en que su gobierno puede contribuir a la
investigación que Chile impulsa en torno a los frentistas. Pero así
como es justo reconocer el desvelo que le propinó a nuestros políticos,
también lo es recordar que Castro sólo admitió haber
brindado amparo a los prófugos chilenos después que éstos
reconocieron públicamente haber estado allá. Cuando la justicia
chilena envió exhortos consultando sobre los evadidos --el momento
indicado para ayudar--, Cuba brilló por su falta absoluta de cooperación.
Me temo que Castro simplemente haya ''recapacitado'' ahora buscando un solo
objetivo: lograr que Chile se abstenga o no lo condene en la Comisión de
Derechos Humanos de Naciones Unidas, que se reunirá en abril próximo.
En todo caso es ingenuo esperar que Castro haga concesiones reales
adicionales en materia de frentistas. Fue su Departamento América el que
ideó, organizó y financió los movimientos armados. Su
historia personal está íntimamente vinculada a la trayectoria de
esos grupos y no se le puede exigir en el ocaso de su vida que los traicione. El
problema de Castro es que ellos tienen una historia doble: una escrita por jóvenes
idealistas, que enfrentaron con las armas a tenebrosas dictaduras militares; y
otra escrita por aventureros que perpetraron actos de violencia en contra de
civiles inocentes y de gobiernos democráticos que denunciaban la
insurgencia. Pero Castro tampoco quiere desvincularse por completo de esos
grupos por otra razón: desconfía profundamente de Estados Unidos y
del exilio cubano, e imagina que durante una invasión norteamericana
--eventualidad que nunca descarta-- sus aliados jugarían un papel nada
despreciable como frente externo. Que los senadores Valdés y Núñez
hayan cruzado el continente para hablar con Castro sobre un grupo con el cual él
supuestamente cortó relaciones hace 12 años, es prueba evidente
del poder que le confiere esa carta bajo la manga. Que La Habana defienda públicamente
a sus agentes hoy presos en Florida --que tenían la misión de
infiltrar al exilio y operar como comandos en caso de una intervención
militar en Cuba-- demuestra que Castro no es ajeno a ese tipo de razonamiento
apocalíptico.
Pero tras la visita parlamentaria a Cuba y la del alcalde Joaquín Lavín
debemos admitir --nos guste o no-- que paradójicamente es Castro quien
emerge como gran vencedor. Ante los ojos de la opinión pública,
los viajes de políticos a la isla convierten al jefe de estado cubano del
sospechoso de no habernos contado toda la verdad sobre el asunto, en una especie
de juez. Del hombre que nos debe datos pedidos vía exhorto y las
disculpas del caso, en el personaje que dosifica a gusto la información
que proporciona a sus huéspedes. La parte perjudicada, en lugar de exigir
enérgicamente las explicaciones pertinentes, aparece solicitando, sin
elevar mucho la voz, la información en el living de la casa del
infractor. Y de paso Castro no sólo se da el lujo de presentarse como víctima
de una nueva conspiración en su contra, sino también de filtrar a
la prensa una dura respuesta al presidente Lagos. Que me disculpen, pero esto en
fútbol se llama autogol chileno, y de media cancha.
Escritor chileno. Autor de 'Nuestros años verde olivo'.
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