Dice el viejo
vecino
Tania Díaz Castro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Un viejo vecino mío que pasa de
los setenta años dice que en su tiempo los niños no jugaban en
plena calle, toreando autos, ómnibus y bicicletas. Me dice que las
mujeres no enseñaban el ombligo, pero que, "bueno, esto no tiene
tanta importancia". Lo peor es lo que ocurre en Cuba, sobre todo en La
Habana. O para ser más preciso, en Centro Habana, uno de los municipios más
poblados de la capital.
Dice mi vecino que antes del castrismo la gente no arreglaba los carros en
la calle, ni se jugaba dominó, a no ser dentro de las casas. Me dice además
que la gente se comportaba correctamente, sin vociferar, sin decir palabras
obscenas a toda voz, lo mismo en una esquina que en la puerta de su casa.
Me dice mi vecino que hoy los tiempos son tan diferentes que dan deseos de
llorar, que ni dormir se puede con los autos-orquestas pasando a medianoche, las
fiestas donde se bebe agua tibia y se escucha "salsa" a todo volumen
sin que venga un policía y ponga orden y silencio para descansar.
"Por suerte -me dice mi vecino- hoy soy un viejo, porque no me gusta la
juventud de hoy, frívola, falta de respeto, escandalosa y grosera. Ni
siquiera saben trabajar".
Me pongo a pensar en lo que dice mi vecino y creo que no exagera. Porque es
cierto que cuando buscamos a un plomero particular, un albañil, un
electricista o un carpintero, es alguien de la tercera edad. Los jóvenes
están para otra cosa. Pero, ¿para qué?
Añade mi vecino que si tuviera veinte años se iba del país.
El ve nuestro futuro más negro que una suela de zapato, se sorprende cada
día con lo que ve, y que en su tiempo no veía.
"Antes -me aclara- había más solidaridad entre la gente.
A los ancianos se les trataba de usted y las damas inspiraban más respeto
que una santa. Hay que ver ahora cómo se comporta la juventud, una
juventud dirigida precisamente por un gobierno comunista o, por lo menos, que
dice ser comunista. Yo no sé..."
Y para finalizar, mi vecino me enseña una fotografía donde él
está junto a un grupo de sus amigos en el Parque Central, todos bien
vestidos, con saco y corbata a pesar del calor del verano. Me señala además
al que pasa por nuestro lado, sin camisa ni camiseta, como si estuviéramos
en la playa.
"¿Es que la gente no tiene ropa?", se pregunta. Y, antes de
darme la espalda, responde: "Y todavía hay quienes prefieren el
socialismo. ¡Vaya usted a saber!"
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