Pedro Sigilo
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, junio (www.cubanet.org) - Pedro no debía temerle a nada. A
sus 43 años es un hombre en plenitud de facultades. A la luz del día
sólo un necio buscaría problemas con él. Pero en Cuba de
madrugada puede que de nada valgan el valor ni las precauciones...
11:15 PM. Después de un duro día de trabajo -nuestro hombre es
plomero de una empresa estatal- es hora de acostarse. Pedro apaga el televisor y
empieza a revisar una por una las puertas y ventanas de su casa. Acciona el
cerrojo de la puerta del frente. Pone el seguro. Coloca una tranca. Pasa el
pestillo. Repite la acción con la puerta lateral y con las seis ventanas
de su casa. Al llegar a la puerta del fondo constata una vez más que las
tablas están podridas en el extremo inferior. Hay que comprar una puerta
nueva. Pero una puerta vale un paquete y....
11:30 PM. Tras quince minutos de atrincheramiento, finalmente Pedro llega a
la cama. Está rendido, pero le cuesta conciliar el sueño. Piensa
en un millón de cosas.
02:10 AM. De un salto Pedro cae al piso. Sin ponerse las chancletas corre
hacia la puerta del fondo. El perro continúa ladrando insistentemente.
Aunque parece electrizado, Pedro tarda más de un minuto en abrir la
puerta. Da tres zancadas y llega al corral.
El alma le vuelve al cuerpo: el puerco -su esperanza para comprarse un
ventilador y una olla para su mujer- está allí todavía.
Da una vuelta por detrás de la casita del patio y regresa a la casa
tras echar una última mirada al corral del cochino.
Pedro se gasta otros dos minutos en activar y rectificar los cuatro seguros
de la puerta. Vuelve a acostarse pero un ruido en la sala lo tortura y se
levanta otra vez. Enciende la luz. Revisa. No hay nada. Se acuesta de nuevo. El
sueño se le escapa. A su lado Marieta, la esposa, duerme ajena a todo,
con aparente placidez.
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