Pensando en
complicidades
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Una estimación conservadora
sobre la base de las cifras de población publicadas en el Anuario Estadístico
de Cuba permite afirmar que no menos de 300 mil compatriotas con derecho a voto
se negaron a avalar con su firma la "intocabilidad" de la Constitución
diz que socialista vigente en la Isla.
Tal magnitud por lo menos triplica a quienes se abstuvieron de votar en las
elecciones generales de 1993, en país donde la abstención tiene
por lectura a niveles del poder la calidad de acto opositor al gobierno y al
sistema político imperantes. Cifras más, cifras menos, la
evidencia de los números certifica el ascenso de una cultura de
resistencia al régimen unipartidista cubano. Václav Havel diría,
recordando su fábula del tendero, que cada vez más personas
retiran del mostrador el cartel de la complicidad -máscara frente al
poder- que les permite, en el mundo real de la cotidianidad, dedicarse al
personal interés.
Sin embargo, rectificar la evidencia ascendente de los "tenderos"
rebeldes no oculta un terco hecho: una mayoría aplastante de cubanos sí
avaló con su firma la llamada "intocabilidad" del régimen
político y económico vigente en la Isla, por muy absurdo que
parezca cómo una nación en pleno se coloca al cuello semejante
cuerda, renunciando a su derecho al cambio con tanta irresponsabilidad cívica.
Algunos atribuirán a un extendido sistema de represión política
el origen de esa conducta, y razón no les falta. La Constitución
que hoy se dice defender proclama el "derecho" a reprimir CUALQUIER
FORMA DE OPOSICIÓN A LAS LEYES, de tal modo que hasta protestar arrojando
flores puede tipificar como delito. Parece absurdo, pero es así. No
obstante, la represión abierta o sutil no alcanzan a explicar lo
observado en la mayoría de la población. Ningún país
tiene tantos cobardes irrefrenables, ni tantos oportunistas mercantilizados, ni
tantos creyentes sinceros hasta el fanatismo. Las cifras apuntadas, que de paso
denuncian la intención gubernamental de ocultar que sí se
acrecienta una cultura de resistencia, demuestran que existe una diversidad
digna de tomarse en cuenta. Por ello, opina este periodista, los sucesos cubanos
de este convulso junio demandan explicaciones trascendentes al discurso político
de ocasión.
Disentir abiertamente en país como Cuba equivale a lanzarse al abismo
de ser considerado no persona. Quienes lo han hecho, por lo general, han tomado
esa decisión dramática impulsados por dos principalísimas
razones: obtener un aval para emigrar en calidad de refugiado político, o
porque en sus destinos personales no quedó alternativa digna no sólo
de su conciencia, sino de otra oportunidad en sí, en términos muy
concretos. O sea, que no se decidieron propiamente a convertirse en no personas,
sino que fueron convertidos en no personas más de una vez por la intrínseca
torpeza de la burocracia isleña, cuya genética colonial hispana
nadie cuestiona.
Por lo primero, las cifras de opositores que una vez lograda la salida del
país devienen puros emigrantes económicos hablan por sí
mismas. Por lo segundo, cierto es que se ha ido constituyendo un núcleo
de personas y un liderazgo de opinión bien molesto para el régimen.
Pero en términos de fuerza política real, lo honesto es admitir más
un carácter simbólico que una influencia en los acontecimientos al
interior de Cuba, sin desdoro de esta o aquella anécdota, probatoria de
que un símbolo, hasta un símbolo, puede valer tanto como una
división aerotransportada.
Tal desnuda realidad conduce al tema de las motivaciones del cubano de a
pie. ¿Cuáles son las que podrían impulsarle a una conducta
diferente a la de complicidad con el régimen, descontados aquéllos
cuya sincera creencia les hace partidarios, por cierto en número no
despreciable? ¿Cuáles garantías se ofrecen a los cubanos para
tomar alternativas disidentes signadas por una voluntad de cambio, no como búsqueda
de visa?
Condenar la aparente inmoralidad de una conducta cómplice en términos
de una abstracta ética es desconocer a la sociología como ciencia
constituida, particularmente en política. No por gusto, Adam Przeworski
apunta: "Si dichas opciones no se presentan, si el individuo no puede
participar en tales conductas sin arriesgarse a una extinción casi segura
-y ser no persona equivale a una extinción social- podrá seguir
creyendo que el régimen que lo gobierna es totalmente ilegítimo, y
sin embargo conducirse como si lo consintiera. Si la legitimidad es de veras
eficaz para mantener un régimen, lo es precisamente porque constituye un
consentimiento ORGANIZADO. En caso de que se desmorone la creencia en la
legitimidad del régimen pero no exista una alternativa organizada, los
individuos no tienen opción alguna". (1)
Bajo este análisis, no caben dudas de que los más de 300 mil
excepcionales "tenderos" sólo confirman la regla. Entonces, las
preguntas que se derivan son éstas: ¿cómo hacer ascender lo
que pudiera llamarse el inventario de alternativas en las manos del cubano
promedio? ¿Cómo demostrarle, con qué políticas, en qué
ganará y en qué no perderá?
Pista para respuestas es la del notable miedo al cambio observable en la
Cuba de hoy; pista para respuestas es interrogar si la oposición a Castro
ha levantado banderas de interés para una población cuyo consenso
actual quizás no acentúe ciertas demandas políticas, punto
distinguible en una curiosa manera de criticar al régimen muy propia de
sus sinceros partidarios, según la cual se dice: "Yo soy
revolucionario, pero no entiendo que..." y a continuación la persona
se extiende en comentarios dignos de difundirse por Radio Martí.
Condenar una masiva complicidad cubana es erróneo. Pero intentar
explicarla, presentar alternativas reales a aquélla, tiene un nombre:
hacer política.
Con mayúsculas.
(1) Transiciones desde un gobierno autoritario. Ediciones
Paidós. España 1994. Pág. 88.
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