CUBANET .INDEPENDIENTE

26 de junio, 2002


Los motivos de un desastre

Oscar Espinosa Chepe

LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - La drástica reducción de la industria azucarera cubana, mediante el cierre definitivo de 71 centrales, se intenta explicar oficialmente como motivada por los bajos precios del azúcar en el mercado internacional. Se afirma que ello ha significado enormes pérdidas para el país desde hace años.

Sin ninguna duda, los bajos precios del azúcar en el mercado mundial constituyen una realidad. No obstante, esa situación era previsible desde hacía decenios por la continuada pérdida del valor estratégico de este producto ante la creciente competencia de sucedáneos de origen sintético o natural como el jarabe de maíz.

Frente a la tendencia del mercado azucarero muchos países iniciaron políticas dirigidas a la elaboración de productos derivados como el gasoalcohol en el caso de Brasil, la cogeneración de energía eléctrica, los alimentos para el ganado, la pulpa para producir papel y otros que les permitió no sólo mantener la industria azucarera, sino continuar desarrollándola.

En Cuba, a pesar de que muchos especialistas estaban bien conscientes de las tendencias prevalecientes y de las pocas perspectivas del azúcar, no se dio suficiente atención a la diversificación productiva de la industria haciéndola absolutamente dependiente de un solo producto sin tener en cuenta las transformaciones acaecidas en el mercado. En eso jugó un papel importante el precio que hasta fines de los años 80 pagó por el azúcar cubano el bloque soviético, lo que al parecer indujo a las autoridades cubanas a pensar que esa coyuntura favorable persistiría por siempre.

Con la desaparición de las subvenciones soviéticas, la industria azucarera tuvo que enfrentar las realidades del mercado, sin poder transformarse al carecer del financiamiento necesario para acometer esa tarea.

Simultáneamente con la falta de previsión en el desarrollo de la industria, ya desde los primeros años de la confiscación de los centrales por el Estado se evidenció un constante crecimiento de la ineficiencia en la producción azucarera, aún cuando tuvo garantizados suministros de todo tipo durante muchos años.

Después, con el llamado período especial, la ineficiencia creció mientras disminuyó sustancialmente la producción a niveles que no han rebasado en los últimos años los cuatro millones de toneladas de azúcar.

Asimismo, los rendimientos agrícolas se han desplomado a cerca de la mitad del promedio mundial y el azúcar obtenida de la caña procesada en los centrales, o sea, el rendimiento industrial ha estado por debajo en un 12.0 por ciento de lo obtenido antes de 1959 como promedio.

Según puede apreciarse, no se trata de precios bajos del azúcar en el mercado internacional sino de políticas de desarrollo absolutamente erradas que soslayaron las tendencias del mercado azucarero y, al mismo tiempo, de una caída de la eficiencia en la agroindustria.

En realidad el colapso de la producción azucarera cubana se venía manifestando desde hace varias zafras, ya que procesaban caña algo más de cien centrales de los 156 existentes en el país. Teniendo esto en cuenta, si ahora se plantea el cierre definitivo de 71 ingenios sólo habrá que cerrar una cifra ligeramente superior a los veinte de los que estaban activos.

Al mismo tiempo, debido al abandono de las plantaciones y a la deficiente realización de las siembras de nuevos campos, la superficie cañera desde hace años se ha ido reduciendo constantemente: 23.0 por ciento entre 1989 y el 2000.

Esta situación vino acompañada de un proceso de descapitalización en toda la estructura de la agroindustria, fundamentalmente en los centrales, los equipos de corte y tiro de la caña, la destrucción de los caminos cañeros y la propia pérdida de fertilidad de los suelos cultivados a causa de la compactación, la falta de rotación y la incorrecta aplicación de muchas técnicas.

En estas condiciones, el cierre definitivo de los 71 centrales únicamente logrará minimizar las pérdidas económicas que se ocasionaban en la industria, pero la producción que se genere en los centrales mantenidos en funcionamiento continuará siendo irrentable.

Las explicaciones ofrecidas oficialmente de que las tierras liberadas del cultivo de la caña se destinarán a la producción de alimentos, lo que podría a mediano plazo reducir la dependencia de la importación, tiene poca credibilidad. Además de las tierras que pudieran liberarse de la producción azucarera, existen cientos de miles de hectáreas de superficie cultivable cubierta de malezas y sin utilizar hace muchos años.

Por tanto, el problema de la producción de alimentos para satisfacer las necesidades de la población nunca ha radicado en la carencia de áreas cultivables, sino en una propiedad agraria que impide el desarrollo de las fuerzas productivas en el campo. Nada indica que esa situación cambie próximamente.

En conclusión, puede afirmarse que la destrucción de la industria azucarera, que había sido desarrollada durante siglos por la ardua e inteligente labor de muchas generaciones, es consecuencia de la falta de previsión y la mala gestión que durante decenios llevó a cabo el régimen estatista en Cuba.


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