Los motivos
de un desastre
Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - La drástica reducción de
la industria azucarera cubana, mediante el cierre definitivo de 71 centrales, se
intenta explicar oficialmente como motivada por los bajos precios del azúcar
en el mercado internacional. Se afirma que ello ha significado enormes pérdidas
para el país desde hace años.
Sin ninguna duda, los bajos precios del azúcar en el mercado mundial
constituyen una realidad. No obstante, esa situación era previsible desde
hacía decenios por la continuada pérdida del valor estratégico
de este producto ante la creciente competencia de sucedáneos de origen
sintético o natural como el jarabe de maíz.
Frente a la tendencia del mercado azucarero muchos países iniciaron
políticas dirigidas a la elaboración de productos derivados como
el gasoalcohol en el caso de Brasil, la cogeneración de energía eléctrica,
los alimentos para el ganado, la pulpa para producir papel y otros que les
permitió no sólo mantener la industria azucarera, sino continuar
desarrollándola.
En Cuba, a pesar de que muchos especialistas estaban bien conscientes de las
tendencias prevalecientes y de las pocas perspectivas del azúcar, no se
dio suficiente atención a la diversificación productiva de la
industria haciéndola absolutamente dependiente de un solo producto sin
tener en cuenta las transformaciones acaecidas en el mercado. En eso jugó
un papel importante el precio que hasta fines de los años 80 pagó
por el azúcar cubano el bloque soviético, lo que al parecer indujo
a las autoridades cubanas a pensar que esa coyuntura favorable persistiría
por siempre.
Con la desaparición de las subvenciones soviéticas, la
industria azucarera tuvo que enfrentar las realidades del mercado, sin poder
transformarse al carecer del financiamiento necesario para acometer esa tarea.
Simultáneamente con la falta de previsión en el desarrollo de
la industria, ya desde los primeros años de la confiscación de los
centrales por el Estado se evidenció un constante crecimiento de la
ineficiencia en la producción azucarera, aún cuando tuvo
garantizados suministros de todo tipo durante muchos años.
Después, con el llamado período especial, la ineficiencia
creció mientras disminuyó sustancialmente la producción a
niveles que no han rebasado en los últimos años los cuatro
millones de toneladas de azúcar.
Asimismo, los rendimientos agrícolas se han desplomado a cerca de la
mitad del promedio mundial y el azúcar obtenida de la caña
procesada en los centrales, o sea, el rendimiento industrial ha estado por
debajo en un 12.0 por ciento de lo obtenido antes de 1959 como promedio.
Según puede apreciarse, no se trata de precios bajos del azúcar
en el mercado internacional sino de políticas de desarrollo absolutamente
erradas que soslayaron las tendencias del mercado azucarero y, al mismo tiempo,
de una caída de la eficiencia en la agroindustria.
En realidad el colapso de la producción azucarera cubana se venía
manifestando desde hace varias zafras, ya que procesaban caña algo más
de cien centrales de los 156 existentes en el país. Teniendo esto en
cuenta, si ahora se plantea el cierre definitivo de 71 ingenios sólo habrá
que cerrar una cifra ligeramente superior a los veinte de los que estaban
activos.
Al mismo tiempo, debido al abandono de las plantaciones y a la deficiente
realización de las siembras de nuevos campos, la superficie cañera
desde hace años se ha ido reduciendo constantemente: 23.0 por ciento
entre 1989 y el 2000.
Esta situación vino acompañada de un proceso de
descapitalización en toda la estructura de la agroindustria,
fundamentalmente en los centrales, los equipos de corte y tiro de la caña,
la destrucción de los caminos cañeros y la propia pérdida
de fertilidad de los suelos cultivados a causa de la compactación, la
falta de rotación y la incorrecta aplicación de muchas técnicas.
En estas condiciones, el cierre definitivo de los 71 centrales únicamente
logrará minimizar las pérdidas económicas que se
ocasionaban en la industria, pero la producción que se genere en los
centrales mantenidos en funcionamiento continuará siendo irrentable.
Las explicaciones ofrecidas oficialmente de que las tierras liberadas del
cultivo de la caña se destinarán a la producción de
alimentos, lo que podría a mediano plazo reducir la dependencia de la
importación, tiene poca credibilidad. Además de las tierras que
pudieran liberarse de la producción azucarera, existen cientos de miles
de hectáreas de superficie cultivable cubierta de malezas y sin utilizar
hace muchos años.
Por tanto, el problema de la producción de alimentos para satisfacer
las necesidades de la población nunca ha radicado en la carencia de áreas
cultivables, sino en una propiedad agraria que impide el desarrollo de las
fuerzas productivas en el campo. Nada indica que esa situación cambie próximamente.
En conclusión, puede afirmarse que la destrucción de la
industria azucarera, que había sido desarrollada durante siglos por la
ardua e inteligente labor de muchas generaciones, es consecuencia de la falta de
previsión y la mala gestión que durante decenios llevó a
cabo el régimen estatista en Cuba.
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