Memorias de
la Plaza (XLV)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Mi mayor acto de cobardía lo
cometí por amor. Sacrificar inocentes no me parece un acto loable. No
creo ser demasiado audaz, pero tampoco me considero un timorato. Los miedos de
mi vida los he enfrentado con serenidad y convicción. Nunca me he dejado
inmovilizar por los temores. No me he vanagloriado de mi valor ni lo he
escondido. Nunca un engreído o un poderoso me ha visto vacilar a la hora
de enfrentarlo. Pero siempre mi vida ha estado regida por lo que considero
sensato. Si en algún lance muero será pensando que es lo más
apropiado, inteligente, justo.
La vida es un tesoro que, además de cuidarse con coraje, ha de
preservarse con lucidez. Quienes se arriesgan sin conciencia de sus actos, no
son valientes: son suicidas tontos; quienes se amilanan cuando calculan las
consecuencias de su acción, son verdaderos pusilánimes. El arrojo
es precisamente la armónica conjunción entre el pensamiento y el
acto necesario, impostergable, honrado.
No crea nadie que voy ahora a autoensalsarme por mis actos o a cantar la
palinodia por ellos. Ni me autoalabo ni me arrepiento. Voy, sencilla,
humildemente, a contar la invasión de una tiranía sobre el espíritu
humano. ¡Y yo sé de la agresión porque la sufro!
Toda tiranía es atroz, y la misma, aunque se arrope con discursos
pomposos. Detrás de la prédica embelesante de las tiranías
se esconde la fatídica arma del odio contra la libertad. Las tiranías
no abren senderos nuevos para la grandeza humana y la virtud; todo lo contrario,
desandan los viejos caminos inundando de miserias y sobrecargando de manquedades
a la sociedad. En ellas sólo la voz del tirano es escuchada y, más
que respetada, temida. Y ésa es la mayor pobreza, la más grande
invalidez de una sociedad: anda con las manos engarrotadas y el pensamiento
temblando. No es pueblo dichoso ni digno aquél sobre cuyas espaldas se
aposenta un tirano, y no se lo sacude con virilidad e inteligencia. Las
sociedades que soportan una tiranía, la merecen.
El tirano no conoce, ni respeta, ni teme otro lenguaje que no sea el de la
fuerza, en la cual afinca su poder. Aspira a que sus adversarios le respondan
con violencia para involucrarlos también en el terror y, más
tarde, hacerlos aparecer como responsables de las penurias que tanta guerra
acarrea. Y ésa es la trampa que ha de sortear todo el que se oponga a un
tirano. Por la vía pacífica obligarlo a apelar a su fiereza. La
lucha moderna contra los tiranos, obsoletos ya en la historia universal, ha de
llevar el sello de la desobediencia talentosa, sagaz, para que sea él
solo quien atropelle. Las fuerzas brutales, ciegas de la guerra pertenecen también
a la era prehistórica de los tiranos, que sean ellos quienes la usen.
Nuestro tirano es tardío y astuto. Sabe que esta época no le
pertenece. Y sabe también que los métodos tradicionales son
inoperantes. Ha escondido en portafolios y carteras las bayonetas. Se ha rodeado
de sabuesos inteligentes que solapan, justifican y enmascaran sus
monstruosidades. Ha intentado legitimar con disposiciones de corte faraónico
su permanencia en el poder. Ha levantado la máscara del mesías
para embaucar a los crédulos, los mansos, los menesterosos. Sus súbditos
no corren el riesgo de perder la vida sangrientamente, sino de perderla sin
haber vivido con las necesarias libertades a que tienen derecho y que él
no les permite ejercer.
Los que reconocen el engaño padecen doblemente: porque por el ojo
sano ven, y porque los ciegos no le creen que vea. La tiranía moderna -y
esto es lo que debe saber el mundo, y enfrentarlo- enceguece con autoapologías
y poses de víctima. Gasta en propaganda lo que las antiguas derrochaban
en pólvora. No apuñala a sus rebeldes, intenta enmudecerlos; no
asesina a sus opositores, se relame anulándolos socialmente. No cría
heraldos de la verdad sino plañideras que se desgañitan achacándole
a los demás sus propias culpas: da pena verlos hurgando el ojo ajeno.
Por eso, aquel día de finales de septiembre de 1995, cuando firmé
mi primer despacho como periodista independiente cubano, supe que había
comenzado mi lucha, moderna, civilizada, pacífica contra el tirano, y que
él se vería obligado a apelar a su fiereza. No me asustaba. Estaba
preparado para la cárcel o la muerte. Acudió a su fuerza: la
fuerza irrefrenable de todo el que sólo ama el poder.
Me ha encarcelado y me ha matado. Vivo encarcelado en mi país, sin
que ley alguna pueda proteger mi derecho de moverme libremente hacia donde lo
necesite o lo desee. Vivo como un espectro social, sin que ley alguna me proteja
para interactuar políticamente con mi medio natural.
Fracasó el tirano. El mismo probó mi tesis sobre la tiranía
moderna. No ha necesidad de rebelarse por medio de la fuerza. Sería
sacrificar muchas vidas. Lo comprendí temprano. Por eso al alzarme pacíficamente,
con un arma que jamás carece de municiones y cuyo estampido se escucha aún
después de los disparos: el periodismo honrado, cometí mi mayor
acto de cobardía, por amor a mi pueblo, para no verlo morir inútilmente,
porque estoy seguro que cuando al tirano le falten los ardides modernos, no
titubeará en acudir a los tradicionales.
Manuel Vázquez Portal es el autor del poemario "Celda número
cero", publicado por CubaNet.
|
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|