A paso de
bastón: mi primo César
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Mi primo César ha provocado algo
parecido a un terremoto familiar, justo por estos días en que la prensa
oficiosa se congratula por los más de ocho millones de compatriotas que
habrían rubricado su decisión de declarar "intocable" a
una Constitución de la República donde el derecho de las minorías
bien difícil es de encontrar.
César nació y creció en el ala más castrista de
mi familia, abundante en militantes del Partido Comunista y su organización
juvenil. Su padre, un ingeniero ya fallecido, siempre consideró a Mijail
Gorbachev uno de los más capaces agentes de la CIA. Su hermano mayor es
primer oficial del Ministerio del Interior, especializado en "asuntos
calientes". Pese a ello afirma que nunca olvidará cuanto aprendió
de economía política con cierto periodista independiente allá,
por los tiempos en que ni él era oficial ni su maestro escribía crónicas.
César ha devenido la oveja negra de ese lado de mi familia, aunque mi
olfato siempre me hizo presentir que a su debido tiempo el primo mostraría
su verdadero pensamiento. Durante sus estudios universitarios nunca se interesó
por algo distinto a ser el magnífico cirujano que es, practicar deportes
acuáticos y ser perseguido por toda la Facultad de Medicina, debido a su
talento para ser émulo de Don Juan. No militó ni en el partido ni
en la juventud comunistas y de algún modo se las arregló para
junto con su esposa -hasta los donjuanes se estabilizan, en su caso con una
colega- partir en misión médica rumbo al destino secretamente
ambicionado por los galenos cubanos, porque dicen que es el que mejor paga: Sudáfrica.
Qué pasó allá, qué hizo allá, no es un
secreto. Su esposa y él revalidaron sus títulos universitarios
entre una y otra operación a negros pobres y no tan pobres, y les dieron
aval internacional. De algún modo, quizás por Internet,
consiguieron empleos a tenor de esas calificaciones en un país donde debían
hacer escala a su regreso vacacional a Cuba. En ese país se quedaron,
digamos que en carácter de asilados, ya con los contratos para ejercer
como médicos esperando con ellos. En este momento, de acuerdo con su
atribulada parentela, César es candidato a ser nada menos que un
directivo de la clínica donde hace poco comenzó a trabajar.
Parece la historia de final feliz, desde el punto de vista de quienes por
razones políticas o económicas aspiran a emigrar de Cuba. Pero
cuando pienso en cómo César engañó a su familia,
percibo en este melodrama el tufo de la tragedia. César orientó ¡a
su madre! emplear los 400 pesos cubanos y los 30 dólares mensuales que le
eran pagados en Cuba a tenor de su misión "internacionalista"
-y que eran cobrados por su progenitora- en reparar y embellecer la casa, o en
gastos de manutención. Su madre sus abuelos, sus hermanos siguieron sus
instrucciones y estaban a la espera de su inminente llegada, los muebles recién
tapizados. En vez de tener a César a las ocho de la noche, hora del
arribo al aeropuerto, recibieron al mediodía su llamada telefónica
desde el país donde él y su esposa materializaron la dramática
decisión. César, así de simple, ni siquiera confió
en la madre que le parió y quizás hasta pensó en que su
hermano podría haberle denunciado como "traidor a la Patria",
de haber conocido sus intenciones.
Ni justifico ni condeno a mi primo César. Sólo recuerdo la última
tarde en que nos vimos. Como nunca, mi presentimiento se manifestó en esa
ocasión. La mirada de César vagaba como si grabara los detalles de
un lugar para él muy cercano: el hospital donde se hizo un excelente
cirujano. Quizás piense ahora en cuán alto costo tiene la
libertad. Pero dudo que se arrepienta de pagarlo.
Dejo al lector las conclusiones. Sólo deseo resaltar que cuando un
hombre actúa como mi primo César, nada menos que a la altura de
este tercer milenio, algo debe de andar muy mal en el país cuya situación
política y económica por lo menos influyó en la decisión
por él tomada, que le cierra las puertas al contacto normal con algo tan
preciado como la familia.
Y aunque ocho millones de compatriotas hayan firmado lo contrario, esa
verdad es un templo.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente.
|