CUBANET .INDEPENDIENTE

20 de junio, 2002


A paso de bastón: mi primo César

Manuel David Orrio, CPI

LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Mi primo César ha provocado algo parecido a un terremoto familiar, justo por estos días en que la prensa oficiosa se congratula por los más de ocho millones de compatriotas que habrían rubricado su decisión de declarar "intocable" a una Constitución de la República donde el derecho de las minorías bien difícil es de encontrar.

César nació y creció en el ala más castrista de mi familia, abundante en militantes del Partido Comunista y su organización juvenil. Su padre, un ingeniero ya fallecido, siempre consideró a Mijail Gorbachev uno de los más capaces agentes de la CIA. Su hermano mayor es primer oficial del Ministerio del Interior, especializado en "asuntos calientes". Pese a ello afirma que nunca olvidará cuanto aprendió de economía política con cierto periodista independiente allá, por los tiempos en que ni él era oficial ni su maestro escribía crónicas.

César ha devenido la oveja negra de ese lado de mi familia, aunque mi olfato siempre me hizo presentir que a su debido tiempo el primo mostraría su verdadero pensamiento. Durante sus estudios universitarios nunca se interesó por algo distinto a ser el magnífico cirujano que es, practicar deportes acuáticos y ser perseguido por toda la Facultad de Medicina, debido a su talento para ser émulo de Don Juan. No militó ni en el partido ni en la juventud comunistas y de algún modo se las arregló para junto con su esposa -hasta los donjuanes se estabilizan, en su caso con una colega- partir en misión médica rumbo al destino secretamente ambicionado por los galenos cubanos, porque dicen que es el que mejor paga: Sudáfrica.

Qué pasó allá, qué hizo allá, no es un secreto. Su esposa y él revalidaron sus títulos universitarios entre una y otra operación a negros pobres y no tan pobres, y les dieron aval internacional. De algún modo, quizás por Internet, consiguieron empleos a tenor de esas calificaciones en un país donde debían hacer escala a su regreso vacacional a Cuba. En ese país se quedaron, digamos que en carácter de asilados, ya con los contratos para ejercer como médicos esperando con ellos. En este momento, de acuerdo con su atribulada parentela, César es candidato a ser nada menos que un directivo de la clínica donde hace poco comenzó a trabajar.

Parece la historia de final feliz, desde el punto de vista de quienes por razones políticas o económicas aspiran a emigrar de Cuba. Pero cuando pienso en cómo César engañó a su familia, percibo en este melodrama el tufo de la tragedia. César orientó ¡a su madre! emplear los 400 pesos cubanos y los 30 dólares mensuales que le eran pagados en Cuba a tenor de su misión "internacionalista" -y que eran cobrados por su progenitora- en reparar y embellecer la casa, o en gastos de manutención. Su madre sus abuelos, sus hermanos siguieron sus instrucciones y estaban a la espera de su inminente llegada, los muebles recién tapizados. En vez de tener a César a las ocho de la noche, hora del arribo al aeropuerto, recibieron al mediodía su llamada telefónica desde el país donde él y su esposa materializaron la dramática decisión. César, así de simple, ni siquiera confió en la madre que le parió y quizás hasta pensó en que su hermano podría haberle denunciado como "traidor a la Patria", de haber conocido sus intenciones.

Ni justifico ni condeno a mi primo César. Sólo recuerdo la última tarde en que nos vimos. Como nunca, mi presentimiento se manifestó en esa ocasión. La mirada de César vagaba como si grabara los detalles de un lugar para él muy cercano: el hospital donde se hizo un excelente cirujano. Quizás piense ahora en cuán alto costo tiene la libertad. Pero dudo que se arrepienta de pagarlo.

Dejo al lector las conclusiones. Sólo deseo resaltar que cuando un hombre actúa como mi primo César, nada menos que a la altura de este tercer milenio, algo debe de andar muy mal en el país cuya situación política y económica por lo menos influyó en la decisión por él tomada, que le cierra las puertas al contacto normal con algo tan preciado como la familia.

Y aunque ocho millones de compatriotas hayan firmado lo contrario, esa verdad es un templo.


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