Belleza
socialista
Tania Díaz Castro
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Cuarenta y tres años de
socialismo es más que suficiente para comprobar que se trata de un
sistema carente de belleza y calidad en todo cuanto hace y toca.
Por estos días el régimen castrista abrió las puertas
del XIV Salón Internacional de Tecnología y Productos para la
Industria Turística, en el Reparto Siboney de Ciudad La Habana, donde se
exhibirán además las producciones nacionales exclusivas para ese
sector y no para disfrute del pueblo.
La señora Marta Maíz, viceministra de Turismo, destacó
también en ese evento la calidad y eficiencia que han alcanzado las
producciones cubanas para el turismo.
Pero, yo me pregunto: ¿desde cuando el socialismo ha producido belleza
y confort?
Un simple recuerdo del pasado responde a mi pregunta.
En febrero de 1972, cuando viajé al Japón, hice escala en el
aeropuerto de Moscú. Yo tenía entonces 33 años, y todavía
creía que Fidel Castro podía proporcionar belleza a mi país.
En el aeropuerto moscovita, con un frío de los mil demonios, me bajé
muy contenta cuando me dijeron que podía comer en el restaurante un típico
plato ruso. Venía de Londres y unos días antes de Madrid, y aún
llevaba en los ojos la descomunal belleza de ambas ciudades.
En el restaurante me quedé estupefacta. No salía de mi
asombro. Lo primero que hice fue buscar una mesa que tuviera el mantel (blanco)
menos sucio y manchado. En el centro de cada mesa había una jarra de
cristal transparente con agua y una capa blanquecina a su alrededor más
conocida por sarro. Recuerdo que pensé en la casa de mi abuela, allá
en mi pueblo de Camajuaní, por los años cuarenta y cincuenta donde
también se ponía sobre la mesa una jarra de cristal transparente
sobre la mesa, pero sin aquella extraña capa blanquecina por sus bordes
interiores.
Por una de las mal pintadas puertas del restaurante salió una
camarera muy parecida a mis tías cuando ellas engordaron, de piel blanca
y con los cabellos por los hombros. Me preguntó en ruso qué
deseaba y señalé el plato de un señor que comía detrás
de mí sabe Dios qué.
Al cabo de un largo rato colocó en mi mesa, sin sonreírme
siquiera, un plato hondo que contenía una sopa y otro llano con papas y
trozos de carne. En un gran vaso, también de cristal, echó agua de
la jarra.
Todo me resultaba tan deprimente que a pesar de los años
transcurridos no puedo olvidar aquel momento en que pude ver lo que representaba
el socialismo: chapucería, falta de estética, falta de higiene y
sobre todo de belleza.
Pero ahí no termina mi historia. La cosa se puso peor en el alma
cuando llegué a Cuba después de varios meses viviendo en ese otro
planeta que es Japón. Llegar a las sucias y malolientes calles de mi
ciudad, ver a la gente de mi pueblo tan mal alimentada y los establecimientos
comerciales prácticamente vacíos, muy parecidos al restaurante
moscovita donde sufrí una de las primeras experiencias que frustró
mis esperanzas en el socialismo.
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